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Después de que el único manuscrito de Juan Calvino para su comentario sobre 2 Corintios se perdiera en el camino, la ansiedad se apoderó de él. En este episodio de 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, Stephen Nichols describe la reacción de Calvino ante esta situación tan estresante.
Transcripción
Bienvenidos a 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, un podcast de los Ministerios Ligonier con Steve Nichols. En el episodio de hoy quisiera hablarles de un libro poco conocido sobre Calvino. Se titula: «Juan Calvino y el libro impreso», de Jean Francios Gilmont. El libro cuenta una historia bastante interesante, pero primero necesitamos saber el contexto.
Tras ser expulsado de Ginebra en 1538, Calvino se trasladó a Estrasburgo donde publicó su primer comentario sobre la Epístola a los Romanos, impreso en 1540. Aunque quería continuar publicando comentarios de las Epístolas de Pablo, un obstáculo se interpuso en su camino. Resulta que en el año siguiente, en 1541, la ciudad de Ginebra le rogó a Calvino que regresara. Calvino escribió a un amigo: «No hay lugar en la tierra que me dé más miedo». Pero se sintió llamado por Dios, y decidió volver a Ginebra.
La iglesia en Ginebra necesitaba toda su atención y él se la dio, por lo que estos primeros años de la década de 1540 fueron consumidos por el trabajo de la iglesia. Los comentarios pasaron a un segundo plano. Con el tiempo, Calvino logró recuperar la estabilidad y comenzó a escribir de nuevo. Su comentario a Primera a los Corintios fue publicado en 1546.
Y ahora llegamos a nuestra historia. Después de enviar Primera a los Corintios a la imprenta de Estrasburgo, Calvino se puso a trabajar en Segunda a los Corintios. La terminó en un santiamén. Por lo que sabemos, el récord de Calvino fue de diecisiete mil palabras en unos tres días. Eso son cien páginas.
Así que terminó Segunda a los Corintios y envió su manuscrito original a la imprenta de Estrasburgo a finales de julio de 1546. Pero Calvino no conservó ninguna copia de respaldo, y surgió otro obstáculo: el manuscrito se perdió por más de un mes.
En Ginebra, Calvino estaba muy preocupado. Escribió: «Si descubro que mi comentario se ha perdido, he decidido no volver a tratar con [las cartas de] Pablo nunca más». Sus amigos no fueron de mucha ayuda. En lugar de consolarlo, Farel le escribió: «Dado que las madres no descuidan a sus hijos, tú también debiste haber enviado este fruto del Señor con mayor cuidado». Ouch. Farel exhibió el mismo trato errado de los amigos de Job.
Pero, el 15 de septiembre de 1546, llegó a Calvino la noticia de que el manuscrito se encontraba sano y salvo en Estrasburgo y estaba listo para impresión. No se ha revelado a lo largo de la historia alguna explicación, por lo que no estamos seguros de lo que había sucedido con el manuscrito. Puede que tuviera algo que ver con las guerras de Esmalcalda, entre el Sacro Imperio Romano Germánico y la liga de príncipes alemanes y suizos conocida como la Liga de Esmalcalda. No lo sabemos. Lo cierto que esta incertidumbre causó a Calvino un mes lleno de angustia.
Me gusta esta historia porque nos muestra a un Calvino con el que podemos identificarnos. Uno que se inquieta y se preocupa. Uno que dice cosas desesperadas: «No vuelvo a escribir de Pablo». No sé qué imagen tienes de Calvino. Espero que no sea la caricatura errónea de un severo y mezquino profeta de la melancolía, o que llevaba una vida de cuentos de hadas, inmune a los retos que todos afrontamos, a las decepciones, a los obstáculos, a las frustraciones y a las angustias. No era así.
Tal vez pensamos en él como un super cristiano, que vivía siempre en obediencia a los mandamientos de Cristo. No, tampoco era eso. Es precisamente en su humanidad donde podemos verlo como un ejemplo para nosotros. Me gustan este tipo de historias porque tiendo a extraviarlo todo. Pierdo las llaves, y la cartera, al menos tres veces por semana. No me gustan las tarjetas de regalo, porque también las pierdo. Y esto me causa ansiedad.
Si por algo es conocido Calvino es por recordar a la iglesia una creencia esencial: Dios es soberano sobre Su universo y esto incluye los llamados manuscritos perdidos. Nos preocupamos, nos angustiamos, decimos cosas desesperadas. Sin embargo, debemos descansar en Dios. Confiar en Él a pesar de los obstáculos.
Como dice Pablo en los versículos introductorios de Segunda a los Corintios: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación».
Soy Steve Nichols. Gracias por acompañarnos en 5 Minutos en la Historia de la Iglesia.