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Transcripción
A medida que hemos estado explorando el concepto bíblico del amor de Dios, hemos notado que el amor de Dios como un atributo de Su carácter y de Su ser siempre debe entenderse en conexión con todo el resto de Sus atributos y hemos visto cómo, por ejemplo, que Su amor es un amor eterno y que Su amor es un amor inmutable y que Su amor es un amor leal, un amor firme y hemos visto varios aspectos de la forma en que estas otras características de Dios nos ayudan a entender la naturaleza de Su amor.
Hoy, quiero ver un aspecto un poco controversial del amor de Dios, de hecho, una dimensión del amor de Dios que plantea preguntas tan serias en la mente de algunas personas que piensan que la idea misma de alguna manera se contradice a sí misma. Estoy hablando ahora del amor electivo de Dios u otra forma de expresarlo es el amor soberano de Dios. Así como el amor de Dios es soberano, así Su soberanía es una soberanía amorosa.
Cuando nos enfrentamos a la enseñanza bíblica de la doctrina de la elección, aquellos que abrazan esta doctrina ven dentro de ella la manifestación consumada del amor eterno de Dios, mientras que otros que se resisten a la noción bíblica de elección y predestinación luchan con la doctrina pensando que la idea de que Dios elija desde la eternidad a algunas personas para salvación, pero no a todas, refleja algún tipo de lado oscuro del carácter de Dios que nubla la esencia misma de Su amor. Pero cuando encontramos la enseñanza de la elección en el Nuevo Testamento, nunca la encontramos como una idea abstracta, sino una que está envuelta y cimentada en el amor de Dios mismo.
Echemos un vistazo entonces a la carta de Pablo a los Efesios, en el primer capítulo, cuando presenta este concepto. En el versículo 3 del capítulo 1 después que Pablo se identifica a sí mismo en sus saludos, dice: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado».
En este párrafo corto hay suficiente contenido para mantenernos ocupados durante semanas y semanas y semanas, por lo que hoy solo podremos rascar la superficie y deslizarnos a lo largo de la superficie mientras vemos estos comentarios introductorios del apóstol Pablo. Lo primero que quiero que veamos sobre el texto que acabo de leer es que Pablo habla de elección, de Dios eligiendo personas, y usa la palabra con la cual muchos cristianos suelen asfixiarse, es decir, la palabra predestinación.
Es por eso que con frecuencia les digo a las personas que luchan con esta doctrina que, si vas a ser bíblico en tu fe cristiana, tienes que tener alguna doctrina de predestinación. Porque la idea de la predestinación no se origina con Martín Lutero o Jonathan Edwards o Juan Calvino o San Agustín, sino que el concepto de predestinación se encuentra aquí mismo en las páginas de la Sagrada Escritura. Es Pablo quien usa el término «predestinación» y quien introduce el concepto aquí. Así que, si vamos a ser bíblicos, debemos tener algún concepto de predestinación. Noten el contexto en el que Pablo presenta esta idea misteriosa. Inicialmente, el tema que provoca las declaraciones de Pablo tiene que ver con esta palabra, bendición.
Empieza esta sección ensalzando la magnificencia de la gracia, gloria y misericordia de Dios. Su primera palabra es esta: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». ¿Por qué ensalza a Dios de esta manera, diciendo: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo»? Porque es Él quien ha hecho ¿qué? «Quien nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo». Él bendice a Dios como una respuesta directa por habernos bendecido a nosotros y habernos bendecido no tangencialmente, sino habernos bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo Jesús.
Una vez más, cuando agrega esos términos «en Cristo Jesús», no solo está dejando una pequeña posdata aquí. En el corazón del entendimiento de Pablo del amor soberano y electivo de Dios está el que siempre debe entenderse en términos de Su relación con Cristo mismo. Escuchen lo que dice mientras habla de estas bendiciones espirituales, dice: «Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo». Nos dice que Dios elige soberanamente a Su pueblo. El «nosotros» se refiere aquí a los creyentes. Así como nos eligió en Él, de nuevo «en Cristo Jesús», ¿cuándo? Antes de la fundación del mundo. ¿Con qué propósito o con qué fin? «Para que seamos santos y sin culpa, delante de Él en amor».
La meta de la predestinación es nuestra santificación. El propósito de la elección soberana de Dios es crear de esta masa caída de la humanidad una semilla santa, una porción redimida, un remanente que cumplirá el propósito original de la creación: que los seres humanos puedan imitar y reflejar la santidad propia de Dios, el carácter propio de Dios. Recuerden, el primer mandato que se nos da es «Sean santos, porque Yo soy santo». Pero no somos santos, somos profanos, somos pecadores. Desde toda la eternidad, Dios ve hacia abajo a esta raza, sabiendo de antemano de su corrupción, de su caída y no está dispuesto a que la caída sea el capítulo final de la creación.
Pero de esta gran masa de la humanidad caída, Él determina por el gran amor con el cual ama al mundo, redimir a una porción de estas personas en Cristo Jesús para que puedan ser lo que la humanidad estaba destinada a ser en primer lugar, santa y sin culpa, ante Él en amor. Creo que el amor del que está hablando no es el amor de Dios aquí, sino nuestro amor, que debemos ser personas que, habiendo sido santificadas por la gracia de Dios, son personas que lo aman y están ante Él en una relación de amor, en lugar de una relación de enemistad y hostilidad.
Uno de los conceptos más difíciles de comunicar a la gente en nuestros días es que el hombre, en su naturaleza normal y caída, odia a Dios. Ni una sola persona de entre cien incrédulos admitirá eso. Dirán: «Soy indiferente» o «Realmente no creo en Dios» o «No estoy en contra de Dios», pero la postura bíblica del estado natural de la humanidad caída es una de separación, de enemistad, de hostilidad, que late dentro del corazón del hombre caído hacia Dios. Pero aquellos que reciben la gracia del amor soberano de Dios lo aman en retorno. Es decir, lo amamos a Él, porque Él nos amó primero. Ese es el poder o el triunfo de Su amor que triunfa sobre nuestra hostilidad, sobre nuestro alejamiento y nos trae de regreso a sí mismo en una postura y relación de amor.
Somos escogidos en Cristo y debemos ser presentados ante Él en amor, y escuchen el versículo 5, «En amor nos predestinó», escuchen, ¿para qué? «adopción». Fuimos predestinados para ser adoptados en la familia de Dios. Esta es la belleza de este amor soberano y electivo. Es un amor de familia. Es un amor que llega hasta los enemigos caídos de Dios. Como vimos antes, este tipo de amor que David mostró hacia Mefiboset, el amor que por causa de Cristo, Dios nos ama y nos adopta en Su familia. Aquí está la palabra clave: Él nos adopta «como hijos para sí mediante Jesucristo».
¿Ves a lo largo de este texto la relación de la elección con Cristo? Porque en primera instancia el objeto del amor soberano y electivo de Dios, no eres tú y no soy yo, es Jesús. Jesús es la persona elegida suprema. Él es el Amado y nuestra elección siempre debe entenderse en términos de ser elegidos en Él, así como somos adoptados en Él por el amor del Padre. Noten la siguiente frase, «conforme a la buena intención de Su voluntad». Una de las objeciones más frecuentes que la gente plantea contra la doctrina bíblica de la elección es la idea de que Dios desde toda la eternidad decide elegir a algunas personas para ser adoptadas, mientras pasa por alto a otras.
La queja común con la que Pablo tiene que lidiar en Romanos 9 es que esto indica una cierta injusticia en Dios: que Dios es injusto. Pero desde toda la eternidad mira hacia abajo y ve una raza de personas, todos los que se oponen a Él, que están alejados de Él, que lo odian y algunas de estas personas reciben Su misericordia, reciben Su gracia. El resto son pasados por alto y reciben justicia. Estas personas obtienen exactamente lo que merecen, mientras que estas personas reciben misericordia. De nuevo, cuando Pablo enseña eso en Romanos 9, anticipa la objeción común cuando la gente dice: «Eso no es justo» y Pablo dice: «¿Que hay injusticia en Dios? ¡De ningún modo!».
Porque la suposición que hacemos es esta: que si todos son culpables y Dios decide perdonar a algunos, debe perdonar a todos. Cuando pensamos así, no entendemos la gracia en absoluto, porque pensamos que la gracia es algo que Dios debe mostrar, algo que la gente merece. Si se lo merecen, no es gracia. Si se lo merecen, no es misericordia. La esencia misma de la misericordia se encuentra en su carácter sin mérito, inmerecido. Si Dios perdona a una persona culpable, no tiene la obligación de perdonar a todos los demás. Podemos entender eso. Incluso en nuestro sistema humano de clemencia, si el gobernador o si el presidente decide otorgar clemencia en una situación, no está obligado a liberar a todos los prisioneros de la penitenciaría.
Este grupo recibe justicia, este grupo recibe misericordia, nadie recibe injusticia. Pero de nuevo la pregunta es: ¿por qué Dios da Su gracia a algunos y no a otros? Debe ser porque aquellos que reciben la gracia han hecho algo para ganarla, han hecho algo que estas personas no han hecho. La idea más común es que Dios ofrece Su gracia a todas estas personas, y que aquellos que responden positivamente la reciben, y que aquellos que rechazan esa gracia se la pierden, así que en el análisis final, la decisión primordial descansa aquí y no en Dios, que es exactamente lo contrario de lo que el apóstol desarrolla en el capítulo 9 de Romanos e incluso aquí.
¿Sobre la base de qué hace Dios esta selección? Si no es sobre la base de algo que hacemos, si la razón de nuestra elección no se encuentra en nosotros, como la mayoría de la gente quiere creer, lo que haría que no fuera gracia, entonces la acusación que viene no es que Dios es injusto, sino que es arbitrario. Que es caprichoso. Que está jugando a los dados con seres humanos. Bueno, ¿alguna vez la Escritura da una razón de por qué Dios elige a ciertas personas? Sí, lo hace aquí mismo. Lo que dice es que Dios hace esta elección de los objetos de Su gracia «conforme a la buena intención de Su voluntad».
Ese es el punto más difícil de aceptar para nosotros, porque queremos que sea decidido por nuestra voluntad. Pero la salvación eterna está determinada por la voluntad de Dios. De nuevo la acusación es, bueno, si no está en nosotros, entonces Dios es arbitrario. Hacer algo, señores y señoras, de manera arbitraria es hacerlo sin razón, hacerlo de manera irracional, caprichosa, al azar. Dios nunca ha hecho nada irracional; Dios nunca ha sido arbitrario o caprichoso desde toda la eternidad. No sabe cómo ser arbitrario. Solo porque la razón no está en mí… sobre por qué soy salvo, no significa que no hay razón por la que soy salvo.
¿Qué pasa si Dios, para mostrar Su gloria, qué pasa si Dios, para honrar la obra perfecta de Su Hijo, decide elegir de la humanidad en Su caída, una porción para presentarle a Su Hijo como regalos? Noten cuán frecuente en el Nuevo Testamento, cuando Jesús habla, habla de aquellos a quienes el Padre le ha dado. Y aquellos a quienes el Padre le ha dado, ninguno se perderá. Todos los que el Padre da a Cristo vienen a Cristo. Porque esa es la buena intención de Su voluntad. Ahora, de nuevo, en cierto sentido, el Espíritu Santo se inclina hacia nuestra debilidad para calificar esta frase cuando habla de la intención de la voluntad de Dios al hablar de la buena intención de Su voluntad.
Debe verse como una redundancia. Debe ser visto como algo totalmente innecesario. Porque ¿qué otro tipo de intención tiene Dios en Su voluntad? ¿Hay alguna instancia en que la intención de la voluntad de Dios sea una mala intención de Su voluntad? Claro que no. Lo único que agrada a Dios es lo que es bueno. El único placer que tiene en Su voluntad es hacer lo que es correcto. Así se nos recuerda aquí en el texto que Dios elige según Su voluntad, según Su intención, que es una buena intención. Es por eso que advierto a mis amigos que luchan con esto: que tengan cuidado cuando miren a Dios y digan: «Eso no es justo». Miras a Dios y le dices: «Hay algo malo en ti, Dios, por manifestar tu misericordia de esta manera».
Deberíamos de estar regocijándonos en la bondad de este amor soberano y electivo. Y lo vemos en la siguiente frase: «para alabanza de la gloria de Su gracia». Nunca he conocido a una persona que crea en la doctrina bíblica de la elección, que la vea como un boleto o una licencia para la arrogancia. Algunas personas piensan que esa es la respuesta: estamos diciendo: «Bueno, soy parte de los elegidos. Ya sabes, eso debe ser…». De nuevo, si entiendes esta doctrina, entiendes que no tienes absolutamente nada de qué jactarte. Pero lo que alabas cuando llegas a un entendimiento del amor soberano y electivo de Dios, es la gloria de Su gracia.
Cantamos «Sublime gracia» como si la gracia fuera algo que nos sorprendiera, pero es algo que damos por sentado. De hecho, no solo presumimos de ella, sino que la exigimos, eliminando así la maravilla o el asombro por completo. Pero aquellos que entienden que su salvación descansa en el amor soberano de Dios y en el amor soberano de Dios solamente, cantan alabanzas al glorioso contenido de Su gracia y misericordia. Como dirían los apóstoles: «Amados, cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios».
Finalmente, al final de este párrafo, «el cual nos hizo aceptos en el Amado» [RV60]. Ven, el amor electivo soberano de Dios designa a las personas para estar en Cristo y al hacernos aceptos en Cristo, nos hace aceptos a Dios, no por la justicia que ve en nosotros, sino por la justicia que ve en Cristo, quien es Su amado y es por esa razón que nuestra justificación es por fe y por la fe sola, porque nuestra justificación descansa en la justicia de Cristo y solo en la justicia de Cristo. La única manera en que Dios salvará a alguien es en el Amado, quien, de nuevo, es el objeto supremo de su afecto.
Y dice: «En Él», o sea, en Cristo, «tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo» [RV60]. El objetivo de esto es la alabanza de la gloria de Su gracia. Todos los que han experimentado el amor soberano de Dios y la salvación de sus almas cantarán por la eternidad sobre la gloria de esa gracia.