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¿Cómo cantas los cánticos del Señor en tierra extraña y lejana? Esa fue la pregunta que atormentó a los judíos que fueron llevados al cautiverio en Babilonia. Recuerdo que en el tiempo de los derechos civiles, durante esa lucha, Martin Luther King hizo la observación de que Estados Unidos, en su desarrollo fundamental, fue considerado una fusión de culturas y etnias donde la gente de todo el mundo huyó de diversos tipos de persecución para buscar la libertad en las costas de este país, pero había un grupo, un solo grupo, que llegó a este país en cadenas.
Ellos fueron el único grupo que no vino por su propia voluntad, sino que fueron forzados, ya que traficantes de esclavos allanaron pueblos de África y destruyeron familias y, literalmente, robaron gente, los amontonaron en los pequeños barcos que se usaron en ese comercio, y los trajeron y los vendieron como esclavos. Para esas personas, su llegada a los Estados Unidos fue una esclavitud y eso es algo que nunca debemos olvidar. Pero en el mundo antiguo, ese tipo de cosas: robar gente de una nación y deportarlos y esclavizarlos en la nación que conquistaba fue algo común.
Y después de que los babilonios conquistaron la nación judía, tomaron lo mejor de lo mejor de los judíos y los llevaron a servir en esta tierra extranjera. Y estas personas que habían conocido a su Dios de pacto y habían conocido sus tradiciones, sus historias y las promesas, ahora se preguntaban: ¿Cómo pudo Dios permitir que esto pase? Entonces, es importante que cuando leamos los libros de Ezequiel y Daniel, entendamos que estos libros son escritos en un momento en que el pueblo de Dios estaba en cautiverio y que estaba luchando con el tema de la presencia de Dios: ¿Nos ha abandonado Dios?
Y una de las cosas que se dice sobre el libro de Ezequiel es que en gran parte el libro funciona como una teodicea. Esa palabra puede ser una palabra nueva para algunos de ustedes. En el griego podemos dividirla en theos, que es la palabra para Dios, y dikaios, que es la palabra para rectitud o justicia. Entonces una teodicea es un intento de justificar a Dios por ciertos problemas con los que nos encontramos en este mundo, por ello, una de las tareas que Ezequiel tenía que realizar era dar una teodicea, una justificación de la justicia de Dios en este período oscuro de la historia judía, y en cierto sentido Ezequiel estaba especialmente calificado para esta tarea.
Tenemos la tendencia de hacer una clara distinción en el Antiguo Testamento entre los sacerdotes y los profetas. Los sacerdotes eran los que intercedían en nombre del pueblo a Dios. Ellos eran los intermediarios que, de algún modo, servían al pueblo, mientras que los profetas eran voceros de Dios y a menudo tenían la misión de reprender al pueblo, amonestarlo, corregirlo y llamarlo al arrepentimiento, lo cual dista mucho de ser una tarea envidiable.
Entonces piensas que el profeta como alguien es un hombre duro y severo y fuerte, que no pedía ni tenía misericordia, en que hay un mayor sentido aparente de compasión asociado con el sacerdote. Pero la singularidad de Ezequiel fue que nació en una familia de sacerdotes y que estaba destinado al sacerdocio, pero a los 30 años, Dios interrumpió su llamamiento de sacerdote y lo consagró para ser un profeta.
Creo que podemos ver en su misión la mezcla de los dos elementos: el elemento sacerdotal y el elemento profético. Ahora, la teodicea de Ezequiel realmente empieza en el segundo capítulo del libro que lleva su nombre. “Y me dijo:” (ese es Dios) “Hijo de hombre, ponte en pie para que yo te hable. Y el Espíritu entró en mí mientras me hablaba y me puso en pie; y oí al que me hablaba.
Entonces me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a una nación de rebeldes que se ha rebelado contra mí; ellos y sus padres se han levantado contra mí hasta este mismo día. A los hijos de duro semblante y corazón empedernido, a quienes te envío, les dirás: Así dice el Señor Dios. Y ellos, escuchen o dejen de escuchar, porque son una casa rebelde, sabrán que un profeta ha estado entre ellos.
Y tú, hijo de hombre, no temas; no temas ni a ellos ni a sus palabras aunque haya contigo cardos y espinas y te sientes en escorpiones. No temas sus palabras ni te atemorices ante ellos, porque son una casa rebelde. Les hablarás mis palabras, escuchen o dejen de escuchar, porque son rebeldes. Y tú, hijo de hombre, escucha lo que te hablo; no seas rebelde como esa casa rebelde. Abre tu boca y come lo que te doy”.
Ahora bien, este es el contexto. El libro de Ezequiel empieza con un evento que se describe de forma tan extraña y enigmática que ha sido motivo de toda clase de especulaciones insólitas. En la película “Encuentros cercanos del tercer tipo”, se especuló que lo que Ezequiel vio en su visión inicial del Merkaba giratorio, esta cosa extraña que volaba sobre el aire con ruedas dentro de ruedas y todo eso, que quizás lo que realmente vio fue una antigua visita de una nave espacial de Marte o algo por el estilo.
La gente pierde por completo el significado de las imágenes descriptivas de ese evento porque lo que esa rueda dentro de la rueda, lo extraño e insólita que fue la manifestación que vio Ezequiel, fue una manifestación visible del carro del trono de Dios. Recordarás en el Antiguo Testamento que cuando el pueblo de Israel estaba en movimiento, el arca del Señor iba delante de ellos. Era cargada, y la gente iba a pie cargando estos postes que se insertaron a través de los anillos a ambos lados del arca, y que representaban el trono de Dios y la dirección de Dios que iba delante del pueblo.
Pero recuerda que todo el simbolismo de lo que estaba sucediendo en la tierra, en el tabernáculo, más tarde en el templo, fue para dirigir la atención más allá de sí mismo a la realidad trascendente, a la realidad celestial de la cámara interior, el inner sanctum de Dios, donde la gloria de Dios estaba por encima de los cielos y Dios fue exaltado y fue el rey de toda la tierra.
Y hay veces en que Dios se manifiesta en un carro de fuego, el cual es su trono móvil de juicio. Y esto fue lo que vio Ezequiel. Vio la visión externa del trono celestial de Dios, mientras giraba y se movía con rapidez, descendía del cielo, lleno con la gloria de la presencia de Dios.
Y Ezequiel dijo: Cuando lo vi, caí rostro en tierra’. Y es Dios quien habla con él desde esta visión del trono de juicio, y el mensaje es un mensaje de juicio. Y se dirige a Ezequiel con la frase, “Hijo de hombre”, que es un título, por supuesto, que más tarde es dado a Jesús.
Y la teodicea es esta: que lo que está pasando en el cautiverio es el juicio providencial de Dios sobre su pueblo a causa de su rebelión. Y ahora, después de que esta mala noticia es anunciada a Ezequiel, Dios le pide algo muy extraño que leemos en el capítulo tres: “Entonces miré, y he aquí, una mano estaba extendida hacia mí, y en ella había un libro en rollo. El lo desenrolló delante de mí, y estaba escrito por delante y por detrás; y en él estaban escritas lamentaciones, gemidos y ayes”.
Esto ya evoca la imagen que encontramos en Apocalipsis del Nuevo Testamento, del rollo que estaba sellado por todos lados que nadie en el cielo ni en la tierra era digno de abrir hasta que el Cordero de Dios prevaleciera para romper los sellos y para mirar el mensaje oculto de la palabra de Dios.
Esto es propio de lo que se llama literatura apocalíptica, y gran parte de Ezequiel, así como Daniel están incluidos en la literatura apocalíptica, que es literatura que está oculta de muchas maneras, misteriosa, enigmática, y utiliza muchas imágenes un tanto extrañas.
En el Nuevo Testamento, el Apocalipsis del Nuevo Testamento se llama el libro de Apocalipsis y ese es el tipo de cosas que encontramos aquí en el libro de Ezequiel donde Dios le muestra este rollo que está escrito por delante y por detrás y luego le dice al profeta que se lo coma, literalmente, que coloque el rollo en su boca. Y mira lo que se dice sobre el rollo: “en él estaban escritas lamentaciones, gemidos y ayes”.
De manera que el rollo que Ezequiel debe comer es un rollo cuyo mensaje es solo un mensaje de fatalidad y de juicio, de dolor y de luto. “Y él me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes delante: come este rollo, y ve, habla a la casa de Israel. Abrí, pues, mi boca, y me dio a comer el rollo. Entonces me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu estómago y llena tu cuerpo de este rollo que te doy”.
Ahora, noten lo que Dios está diciendo. Él dijo: ‘Yo no quiero que solo mastiques mi palabra. Quiero que la tragues. La quiero en tu estómago. Quiero que la digieras de manera que penetre todo tu cuerpo’.
Esto no es solo un mordisco a la palabra de Dios, sino que es consumir la palabra de Dios para que se convierta en parte de su sangre. Pero recuerda que las palabras que él está llamado a comerse son palabras de muerte, llanto y lamentación. Pero Ezequiel hace lo que Dios le manda a hacer, y leemos estas palabras. “Y lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel”.
¿Ves la ironía discordante de esto? ¿Cómo podían estas palabras, que estaban llenas de tales significados negativos, ser tan dulces como la miel? Bueno, creo que esto es lo que realmente explica la psicología del profeta en Israel.
A pesar de que el mensaje que el profeta era llamado a entregar a menudo era terrible y distaba mucho de ser apetecible; sin embargo, había algo en él que lo hacía dulce. Y creo que la dulzura puede encontrarse en que era la palabra de Dios, y cada palabra que sale de la boca de Dios, incluso su palabra de juicio debe ser dulce para el hijo de Dios.
En nuestra propia historia, probablemente el predicador que más se aproxima a ser como un profeta del Antiguo Testamento es Jonathan Edwards. Y Edwards es conocido por su tristeza y pesimismo predicando el juicio y la ira de Dios, pero alguien revisó los escritos de Edwards y revisó sus sermones y contó las palabras, los adjetivos, que usó con más frecuencia que cualquier otro término en su predicación, y la palabra número uno que apareció en términos de la frecuencia de uso en el corpus de Edwards fue la palabra “dulzura” y la segunda palabra fue “excelencia”, porque él siempre estaba hablando de la dulzura y la excelencia de Cristo y de su palabra.
Y así Ezequiel es obediente y Dios lo pone como un guardián sobre las personas en el exilio. Él está trabajando en el exilio, mientras que Jeremías todavía está profetizando en Jerusalén y anuncia las malas noticias de lo que vendrá. Pero la explicación final que da sobre por qué ocurre todo esto se encuentra en esta frase que se repite en el libro de Ezequiel: “Para que sepan que yo soy el Señor.” Sesenta veces en el libro de Ezequiel el profeta anuncia esa frase que viene de Dios. Estoy haciendo esto “para que sepan que yo soy el Señor.” Nos recuerda la declaración en los salmos, donde el salmista escribe: “Estad quietos, y sabed que yo soy Dios”.
Ese es uno de los pasajes menos comprendidos en toda la Biblia, porque tendemos a pensar que cuando dice, “Estad quietos, y sabed que Yo soy Dios” significa algo como: ‘Guarden silencio, estén tranquilos y en calma, y contemplen la gloria de Dios, y tengan la seguridad de que Dios es Dios’.
Pero las palabras “estad quietos” en hebreo son un mandato poderoso, que podría traducirse mejor como: ¡Calla!, ¡Cierra la boca!, ¡Deja de quejarte! ¡Calla y conoce quién es Dios!
Y eso es lo que se repite en este libro, y ese es el mensaje que Ezequiel entrega a su pueblo. Ahora bien, en todo el libro, la promesa de juicio se repite, pero Ezequiel no deja a la gente sin esperanza.
Una de las partes más famosas de su libro se encuentra en el capítulo número 37, que veremos brevemente. En el capítulo 37, leemos estas palabras. “La mano del Señor vino sobre mí, y me sacó en el Espíritu del Señor, y me puso en medio del valle que estaba lleno de huesos. Y El me hizo pasar en derredor de ellos, y he aquí, eran muchísimos sobre la superficie del valle; y he aquí, estaban muy secos. Y El me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?”
Él lo lleva a su valle que está lleno de esqueletos, esqueletos que han sido expuestos al calor y al desierto árido, y han estado expuestos durante tanto tiempo que se han blanqueado por el sol. Y no estamos hablando de alguien que acaba de tener un paro cardíaco que necesita reanimación, sino que esto es un cementerio abierto lleno de miles y miles de huesos de las personas que una vez vivieron. Y Dios ve este cementerio de esqueletos y le dice a Ezequiel: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?”
¿Y cuál esperarías que fuera su respuesta? ¡Por supuesto que no! “Y yo respondí: “Señor Dios, tú lo sabes”. Esa es una buena manera de responder cuando Dios te hace una pregunta así: ‘Yo no sé, pero estoy seguro de que tú sí’. “Entonces me dijo: Profetiza sobre estos huesos, y diles: ‘Huesos secos, oíd la palabra del Señor’”. ‘Quiero que ahora empieces a predicar a los esqueletos, Ezequiel, que no tienen oídos, no tienen ojos, no tienen carne, no tienen corazón, pero quiero que les prediques a ellos, y les digas: “Oíd la palabra del Señor”. “Así dice el Señor Dios a estos huesos: ‘He aquí, haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros haré crecer carne sobre vosotros, os cubriré de piel y pondré espíritu en vosotros, y viviréis; y sabréis que yo soy el Señor.’”
Entonces Ezequiel dijo: “Profeticé, pues, como me fue mandado; y mientras yo profetizaba hubo un ruido, y luego un estremecimiento y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí, había tendones sobre ellos, creció la carne y la piel los cubrió, pero no había espíritu en ellos.
Y El dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: ‘Así dice el Señor Dios: “Ven de los cuatro vientos, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos, y vivirán.”’ Y profeticé como El me había ordenado, y el espíritu entró en ellos, y vivieron y se pusieron en pie, un enorme e inmenso ejército. Entonces El me dijo: Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel”.
Entonces el final del libro de Ezequiel viene acompañado con la gloriosa promesa de que Dios no va a dejar a su pueblo en el exilio. Él espera una nueva vida, un nuevo aliento, una nueva respuesta a su palabra, el fin del cautiverio y la regeneración de su pueblo.