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Hemos estado yendo a través de un panorama general del Antiguo y Nuevo Testamento, y les recuerdo el título de este panorama, «Del polvo a la gloria». Y la palabra «gloria» es un concepto muy importante en las Escrituras. Viene de la palabra hebrea «Kavod» o «Kabod», como a veces se traduce. Y la raíz de este término en las lenguas semíticas comunica la idea de peso o carga. Y, por supuesto, en el uso original, ese «peso» o “carga” se refiere al peso corporal de objetos materiales.
Pero entonces, se le da un uso figurativo o metafórico en la Escritura para referirse a algo de suprema importancia o de un valor supremo o dignidad. Existe una idea en el mundo antiguo de que aquello que es de suprema importancia podría ser considerado “augusto” en su presencia.
Esa era la idea básica detrás del nombre que fue adquirido por el primer emperador de Roma, Octavio, cuando llegó a ser conocido como César Augusto, César “el augusto”. Ahora, hace poco hablé con un hombre que se me acercó muy emocionado porque había ido a su computadora, que tenía algún software de la Biblia y buscó la palabra «gloria» en su concordancia, y luego examinó cada una de las referencias a “gloria” en la Biblia.
Y para él fue una experiencia espiritual porque empezó a ver la frecuencia increíble con que las Escrituras hablan de la gloria de Dios, que la gloria de Dios se establece por encima de los cielos; y su gloria manifiesta su majestad, su grandeza trascendente.
Sin embargo, en el Nuevo Testamento, cuando vemos la apariencia de Jesús, en su mayor parte, aquel, quien es la encarnación de la Segunda Persona de la Deidad, quien es igual al Padre en gloria, y con quien participa de la gloria divina por toda la eternidad, cuando viene a este mundo, Él deja a un lado su gloria y entra en un estado de humillación por el cual toma para sí mismo el papel de un siervo.
Ahora, cuando los estudiosos del Nuevo Testamento examinan la progresión de la vida de Jesús, ellos dirían, en términos generales, que el progreso de la vida y ministerio de Jesús es un movimiento que, en general, pasa de la humillación a la exaltación. Es decir, que la primera etapa de su humillación se da en las circunstancias de su nacimiento, en la medida en que nace bajo condiciones humildes, en las que acepta la degradación de su posición en la vida como un bebé nacido en un pesebre. Y luego, durante toda su vida, es sometido a todo tipo de hostilidad, desprecio y odio de la gente, mientras su humildad continúa.
Pero luego hay una aceleración de humillación, cuando Jesús entra en lo que se le llama su gran pasión, cuando es entregado en manos de Pilato, cuando es azotado y juzgado y condenado a muerte por crucifixión. Y nos referimos a su muerte como la pasión, en la cual todos los vestigios aparentes de gloria le son arrancados al colocarlo en una posición de humillación pública en su muerte.
La profecía de Isaías 53 hablaba acerca de aquel que vendría como el siervo de Dios, quien sería azotado y herido, y la gente escondería de él su rostro, y lo trataría muy por debajo de su dignidad. Y luego vemos, después de la cruz, la súbita exaltación de Cristo en la resurrección; y más adelante, una mayor manifestación exterior de su gloria en su ascensión al cielo en las nubes de la Shekinah.
Y hablaremos de esos eventos de forma particular, más adelante, pero por ahora, quiero que veamos que aunque esté de acuerdo con esta evaluación académica del movimiento general de Jesús desde la humillación hasta la exaltación, debemos entender que no es una situación, estable, equilibrada.
Porque, por aquí y por allá, en algunas partes, hay breves y pequeños episodios donde los escritores del Nuevo Testamento nos describen una intrusión de gloria. Incluso en los relatos de su nacimiento, aunque Jesús es sometido a la humillación de haber nacido de una muchacha del campo en un establo en Belén; al mismo tiempo que esto ocurre, en un callejón oscuro a las afueras de la ciudad, en los campos que rodean Belén, de repente estalla un espectáculo glorioso de sonido y de luz, donde la gloria refulgente de Dios es puesta en evidencia, y se nos dice que su gloria resplandeció por todo alrededor. Estos son esos momentos fugaces.
Bueno, creo que el despliegue más importante de la gloria divina que se ha registrado en el Nuevo Testamento acerca de Cristo es aquella que se produce en el Monte de la Transfiguración. Tengo que decir que me molesta que no escuchemos predicar más de esto en la iglesia.
Pero veamos por un momento la narración de la Transfiguración, la cual se encuentra en los tres evangelios sinópticos y sucede poco tiempo después de que Jesús había dado a sus discípulos la mala noticia de que estaban a punto de regresar a Jerusalén para sufrir y morir. Pueden imaginar las emociones de los discípulos en estos últimos días.
Hubo este momento maravilloso, de alegría, cuando Jesús les anunció que él era el Mesías, a lo cual le siguió muy rápidamente el anuncio funesto de su inminente aflicción, sufrimiento, traición y muerte. Y entonces sus emociones se desplomaron.
Pero luego leemos en el Evangelio de Mateo, en el capítulo 17, versículo 1, «Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos”. Ahora, en realidad, casi nunca usamos la palabra «transfigurar» en nuestro vocabulario. Hay una canción del tiempo de la guerra civil norteamericana que dice: «Gloria en su seno, que nos transfigura a ti y a mí”.
Pero aparte de eso, casi nunca usamos este término, excepto con referencia a este evento. Sin embargo, existe otra palabra en español que se usa con más frecuencia y es la palabra que no traduce la palabra griega que se usa aquí, pero sí translitera la idea.
Es decir, simplemente lo lleva directamente al idioma español y es la palabra «metamorfosis». Hemos oído hablar de la obra poética de Ovidio, el poeta romano, escrita bajo el título «Metamorfosis».
Cuando éramos niños y estudiábamos Ciencias en la escuela primaria, nuestra primera exposición a la idea de metamorfosis era con la experiencia extraordinaria e interesante de la creación de una mariposa. Esta empieza como un gusano, una oruga que teje un capullo y después de un período de inactividad emerge del capullo una magnífica y hermosa mariposa.
¡Qué transformación! Justo eso es lo que significa la palabra metamorfosis. Meta significa «a través» o «con» y morfología es el estudio de la forma; así que, en realidad, la palabra “transformación” significa lo mismo que la palabra “metamorfosis”. Observamos ese tipo de transformación cuando el gusano se convierte en mariposa.
Por lo tanto, lo que los escritores de los evangelios están diciendo es que Jesús llevó aparte a su círculo íntimo de discípulos, Pedro, Jacobo y Juan, y mientras hablaban con Él, de repente, ante ellos, Jesús realiza esta transformación sorprendente, y la transformación ha de entenderse como un despliegue pasajero de gloria, porque, escuchen el lenguaje que se utiliza para describir lo que estos hombres vieron: “Su rostro resplandeció como el sol, y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz”.
Esas son las dos imágenes gráficas que lo describen: su rostro empezó a brillar como el sol. ¿Ustedes recuerdan lo que sucede más adelante, después que Cristo asciende y Saulo se pasea respirando fuego y amenazas contra los cristianos, sacándolos de sus hogares por la fuerza y metiéndolos en la cárcel? Él recibe el encargo de continuar su persecución en Siria y se dirige a Damasco.
Y al llegar al mediodía, de repente, Cristo se le aparece y Saulo es, literalmente cegado por el brillo de la gloria de Cristo que se describe allí en el texto como más brillante que el sol de mediodía.
Ahora hemos aprendido a sobrevivir en este planeta que está iluminado y calentado por el sol. Apreciamos el sol, necesitamos el sol, pero sabemos que ni siquiera podemos mirar directamente al sol en medio de un eclipse solar, para no dañar de forma permanente nuestros ojos. Por lo tanto, hemos aprendido a siempre mantener al sol en ángulo con nuestra visión directa, para que no nos ciegue con la intensidad y la magnitud de su brillo.
Y lo que estos hombres están diciendo es que, de repente, cuando estaban hablando con Jesús, su rostro empezó a cambiar y en vez de los tonos normales de piel que los ojos contemplan cuando miran a un ser humano frente a ellos, el rostro de Jesús empezó a iluminarse y a brillar.
Y el brillo se volvió refulgente en su gloria, deslumbrante en su belleza y tan brillante que empequeñeció al sol y no lo podían ver. Y las prendas que Él usaba fueron también transformadas ante sus ojos, y Mateo simplemente nos dice que sus prendas se volvieron blancas.
Los otros registros en el Nuevo Testamento nos dan este detalle, tal como Marcos lo hace, que sus prendas se volvieron más blancas de lo que cualquier «tintorero» podría hacerlo.
Ahora, esa es la traducción antigua. En tiempos antiguos el tin-to-re-ro que trabajaba en la tintorería, podía blanquear profesionalmente las vestimentas. Ellos, en aquellos días, tenían los mismos desafíos que hoy tenemos con las lavanderías profesionales.
Nuestra mayor queja es cuando recogemos nuestras camisas, ropa blanca, sábanas, etc. y vemos que (las prendas) vienen con pequeñas sombras de percudido. Están un tanto opacas, han perdido su brillo y su color blanco puro original.
Una de las mayores industrias en el día de hoy es el jabón o detergente para lavar ropa y algunos recordarán esos comerciales donde cortaban el jabón y lo echaban en una olla con agua para poner a hervir los pañales para que estos salieran “más blancos que el blanco”.
Y seguro escuchaste esos slogans como “el blanco más blanco que tu ropa se merece; limpia profundamente y lava mucho más que otros”; este es “el gigante del lavado” y así por el estilo otras frases similares. Pero una de las cosas más intrigantes de esos comerciales publicitarios era que cada año la gente que vendía estos jabones de barra anunciaba que ese año el jabón era nuevo y mejorado.
Y al oír esto, por muchos años, uno empieza a preguntarse cómo habrá sido el jabón original para que haya tenido que pasar por tantas mejoras. Pero, una vez leí un libro sobre mercadeo que decía: «La palabra más importante en cualquier anuncio es la palabra «nuevo». Bueno, toleré la exageración de la industria de la publicidad hasta que oí el slogan ‘por excelencia’ de la barra de jabón que decía: «Hace que su ropa se vuelva más blanca que el blanco”.
Bueno, damas y caballeros, eso es una tontería porque no existe algo así como el blanco más blanco que el blanco. A veces, les pregunto a los niños algo muy simple: «¿De qué color es el limón?» Y todos ellos dan la respuesta correcta.
Ellos dicen: «Es amarillo”. Y entonces les hago una pregunta más difícil. Les digo, «¿De qué color es el limón cuando apagamos las luces?» Entonces se rascan la cabeza. Es una buena pregunta. Ellos no están seguros.
Y luego les explico que no tiene color sin la luz ya que el color no es algo inherente a los objetos. Los colores que vemos son reflejo de lo que está contenido en la luz, y cuando ciertos colores del espectro están bloqueados por las fibras que los absorben y solo se reflejan algunos, esos son los colores que vemos.
Y, sin embargo, el color puro de la luz es blanco. Entonces, ¿por qué es que las ropas de Jesús se vuelven blancas, mas blancas de lo que cualquier lavandero podría lograr? Creo que lo que se está comunicando, si me permiten especular un segundo, es que la gloria de Jesús no es simplemente una gloria reflejada.
Como criaturas hechas a la imagen de Dios, estamos llamados a ser espejo y reflejo de la gloria de Dios. Recordamos que la instancia más cercana a esto en el Antiguo Testamento fue cuando Moisés subió a la montaña y le pidió a Dios si él podía ver su gloria y Dios se lo negó diciéndole: ‘Moisés, tú sabes que ningún hombre puede ver mi rostro y vivir, pero te diré lo que haré, voy a tallar una hendidura aquí en la peña y te pondré allí, en la peña y pasaré y te permitiré contemplar por un momento mis espaldas; pero mi rostro no lo verás”.
Y así, cuando Moisés vio, por una fracción de segundo las espaldas de Dios, el rostro de Moisés empezó a brillar con gran intensidad. Y cuando bajó de la montaña, la gente tuvo miedo porque vieron el resplandor de su rostro.
Pero lo más importante que debemos entender es que ese brillo y resplandor en el rostro de Moisés era un reflejo. Un reflejo tenue de una visión instantánea de las espaldas de la gloria de Dios. Y sin embargo, el reflejo fue tan brillante que la gente no podía mirarlo.
La diferencia en este caso, estoy convencido, es que la fuente de luz para la blancura pura de las ropas de Jesús en la transfiguración no es que estén reflejando o rebotando una fuente externa de luz, sino que es la luz que procede del interior.
La luz proviene de su propio ser; la naturaleza divina está atravesando el velo y los discípulos están viendo su gloria. ¡Oh, eso se quedó con ellos! Pedro habla de ello en sus escritos; Juan, en su prólogo, dice (como ustedes saben) que el Logos, el Eterno, que cuando Él se hizo hombre y habitó entre nosotros, dijo, «y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre».
En este caso, los discípulos no entienden. Están confundidos. Están preocupados. Están ansiosos por los días que vienen, en medio de su temor y en medio de su ansiedad, Dios les muestra la gloria de su Hijo.
Rápidamente, “Y he aquí, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él. Entonces Pedro…, dijo a Jesús: Señor, bueno es estarnos aquí; si quieres, haré aquí tres enramadas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Mientras estaba aún hablando, he aquí, una nube luminosa los cubrió; y una voz salió de la nube, diciendo: Este es mi Hijo amado en quien me he complacido; a Él oíd. Cuando los discípulos oyeron esto, cayeron sobre sus rostros y tuvieron gran temor”. No solo vieron la transformación de Jesús, sino que ahora miran, y allí están Moisés y Elías en una conversación privada con Jesús. La Biblia no nos dice lo que estaban hablando, pero recuerden, las Escrituras dicen que la ley y los profetas todos hablan de la venida del Mesías, y que Él cumple la ley y los profetas.
Y ahora aquí viene la ley y el profeta, una especie de líder de la escuela de los profetas, Elías; y el mediador de la ley, Moisés, y ellos están hablando en privado con Jesús. Déjenme adivinar, estaban hablando de lo que le esperaba en Jerusalén. La ley y los profetas decían: ‘Pon tu rostro como un pedernal, cumple tu vocación. Esta es la obra del Mesías’.
Y de repente, estaban rodeados por una nube resplandeciente, una vez más la nube de la Shekinah, la nube de gloria. Y de la nube se escucha la voz misma de Dios, declarando otra vez la identidad de Jesús: «Este es mi hijo amado… a Él oíd”. ¡Escúchenlo!
Y estaban aterrados. Y luego, así de repente como empezó, la experiencia terminó y los discípulos estaban temblando. Y Jesús se acerca y se nos dice que los tocó. Él dijo: “Levantaos”. Este es el momento decisivo. Han visto su gloria; están listos para ir con Él a Jerusalén.