La entrada al reino
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A finales de los ochenta, la marca de kétchup Heinz lanzó una campaña publicitaria con el eslogan «Las mejores cosas les llegan a los que esperan». ¿Cuántas empresas intentarían hoy comercializar su producto animando a la gente a tener paciencia? Lo menos que queremos es esperar; queremos lo que queremos, y lo queremos ya. Son muchas las ocasiones en que manifestamos impaciencia. Cuando solo teníamos acceso a Internet por línea telefónica, estábamos dispuestos a esperar a que se cargara una página web, aunque no nos gustara, pero luego de haber disfrutado del privilegio de tener proveedores de servicios de Internet por DSL, cable o fibra óptica, nos frustramos por cada segundo que pasa luego de hacer clic en un enlace y que la página no aparezca de inmediato en la pantalla. Cuando el semáforo se pone en verde y el conductor que nos precede mira fijamente su teléfono móvil; cuando un empleado de una tienda o un agente de atención al cliente parecen incompetentes o lentos; cuando nuestros hijos interrumpen nuestros planes de pasar una tarde tranquila; cuando alguien no responde a tiempo a nuestro mensaje de texto, correo electrónico o buzón de voz; en todos estos casos y en muchos otros, ya sea hacia las personas, hacia las circunstancias o, en última instancia, hacia Dios, desahogamos nuestra impaciencia tanto interior como exteriormente.
Sin embargo, el Señor ordena a Su pueblo que muestre el fruto de la paciencia del Espíritu (Gá 5:22; 1 Ts 5:14; Stg 5:7-8). Esto debe marcar nuestras relaciones con los demás (1 Co 13:4; Ef 4:2; Col 3:12), nuestro sufrimiento (2 Co 1:6; Col 1:11; Stg 5:10; 1 P 2:20) y nuestro ministerio con los perdidos y los hallados (2 Co 6:6; 2 Ti 2:24; 3:10; 4:2). ¿Cómo cultivar esta gracia tan difícil?
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- Puesto que la naturaleza de la impaciencia es, en gran parte, tener prisa, cultivamos la paciencia buscando aquellas áreas de la vida en las que somos propensos a querer que las cosas sucedan rápidamente, si no inmediatamente. Satanás tratará de tentarnos allí donde estemos menos protegidos, de modo que, identificando las ocasiones de tentación, podremos resistir al pecado con mayor vigilancia. La exhortación de Salomón a vigilar nuestros deseos es clave para convertirnos en personas más pacientes: «Con toda diligencia guarda tu corazón, / Porque de él brotan los manantiales de la vida» (Pr 4:23).
- Aunque la sabiduría convencional nos advierte frívolamente que no oremos por paciencia, cultivamos la paciencia suplicando fervientemente al Señor por ella. Habiendo buscado la gracia del Señor, no tenemos que evitar las situaciones difíciles que la requieren. Esto puede sonar contradictorio con el primer punto, pero si tenemos la guardia alta, entonces entrar con oración y prudencia en situaciones difíciles con personas difíciles nos da la oportunidad, por el poder del Espíritu, de ejercitar el músculo de la paciencia.
- La paciencia, como tantas otras gracias, crece mejor en el invierno. «Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios» (Hch 14:22), y así aprendemos a esperar pacientemente soportando el sufrimiento con la mirada fija en la esperanza que se nos traerá cuando Cristo vuelva, creyendo que «los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada» (Ro 8:18). En esta vida gemimos en nuestro interior, soportando los dolores del parto hasta que, junto con la creación, entremos en la libertad de la gloria que Dios ha reservado para Sus hijos (Ro 8:19-23).
- Una de las maneras en que el Espíritu nos capacita para despojarnos del pecado y revestirnos de la justicia es haciéndonos ver lo pecaminoso que es el pecado (ver Ro 7:13). Por lo tanto, cultivamos la paciencia entendiendo lo pecaminosa que es la impaciencia y con un temor santo recordándonos a menudo no solo que la impaciencia es en sí misma un pecado, sino también que conduce a más pecado. La impaciencia llevó a Saúl a desobedecer a Dios ofreciendo el holocausto que debía ofrecer el sacerdote Samuel (1 S 13:8-15). La impaciencia llevó a los israelitas a refunfuñar contra Dios y a imputarle el mal a Él y a Su siervo (Nm 21:4-5). La impaciencia nos lleva a la ansiedad y la preocupación y a no creer que el tiempo providencial de Dios es el mejor.
- En el fondo, toda impaciencia es impaciencia con Dios, con Su voluntad, con Su sabiduría, con Su plan y con Sus caminos. Cuando el horario de Dios no es nuestro horario, arremetemos con nuestros corazones egoístas, con voluntades desafiantes y con palabras airadas. La trayectoria de la impaciencia lejos de Dios y de Sus mandamientos nos muestra lo importante que es revestirnos de paciencia.
- Cultivamos la paciencia recordando todas las veces que hemos hecho las mismas cosas por las que nos frustramos y nos impacientamos con los demás. Hemos estado mirando el móvil cuando el semáforo se ha puesto en verde. Hemos sido incompetentes y lentos. Hemos interrumpido los planes de alguien. Hemos respondido demasiado despacio a un correo electrónico. ¿Cuántas veces han sido los demás pacientes con nosotros? Puesto que hemos sido receptores de paciencia, deberíamos tener gracia y compasión con los demás.
- Más que nadie que nos haya mostrado paciencia, Dios lo ha hecho. Su bondad, tolerancia y paciencia hacia nosotros están diseñadas para llevarnos al arrepentimiento (Ro 2:4). Su perdón paciente y Su amor en Jesucristo están destinados a conducirnos al perdón paciente y al amor (Mt 18:21-35; Lc 7:36-50; Ef 4:32-5:2). Su gracia electiva debe llenar nuestros corazones de compasión, bondad, humildad, amabilidad y paciencia (Col 3:12).
Cuando busquemos la paciencia, fracasaremos repetidamente. Sin embargo, seguros de que nuestra impaciencia ya ha sido perdonada en Jesucristo y de que estamos revestidos de la justicia de Dios mediante la fe en nuestro Salvador, olvidemos con valentía lo que queda atrás y avancemos hacia lo que nos aguarda en nuestro camino hacia la paciencia perfecta que será nuestra en la gloria (Fil 3:8-14).