
¿Es Jesús divino?
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La salvación
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Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Cristianismo y liberalismo
Uno de los énfasis de J. Gresham Machen en Cristianismo y liberalismo es la necesidad de entender correctamente a Jesús. Como devoto eclesiástico y astuto erudito, Machen estaba bien informado sobre las visiones heterodoxas de Jesús que ocurrían tanto en la iglesia como en la academia, los mismos errores que surgen a menudo en nuestros días. Hoy en día, en la literatura académica se suele hablar de Jesús como un profeta judío de Nazaret que también era, en cierto sentido, el hijo de Dios, pero esto no siempre se entiende como el Hijo divino de Dios. A menudo se asume que Jesús de Nazaret fue una persona humana sobre la que podemos decir mucho, mientras que hablar de Él como el Hijo divino de Dios sería demasiado especulativo. Pero aquí hay que tener cuidado, pues la cristología ortodoxa advierte que sería muy erróneo pensar en Jesús simplemente como una persona de Nazaret. Al mismo tiempo, también sería un error negar la verdadera humanidad de Jesús, que también es innegociable para la cristología ortodoxa. Navegar por estas aguas turbulentas exige que articulemos adecuadamente la doctrina de Cristo.
Afortunadamente, tenemos muchos cientos de años de reflexión bíblica fiel en los grandes credos de la iglesia a los que recurrir para ayudarnos a pensar correctamente sobre Cristo. Para empezar, debemos entender que hablar de Cristo es hablar de la segunda persona de la Trinidad: el Hijo eterno de Dios. Es este Hijo divino de Dios, esta persona divina, la persona que encontramos en la encarnación. Por tanto, sería incorrecto hablar de Jesucristo como si fuera una persona humana que surge de Nazaret. También sería incorrecto pensar en dos personas en la encarnación, como si en la encarnación hubiera una persona divina y una persona humana. Por el contrario, Jesucristo es una sola persona, una persona divina que ha asumido una naturaleza humana. Aunque nació en Belén y creció en Nazaret según Su naturaleza humana (Mt 1:18-23; Lc 2:1-14), Sus verdaderos orígenes son eternos (ver Mi 5:2), pues es el Hijo eterno de Dios.
Esto requiere que entendamos correctamente lo que a menudo se conoce como la unión hipostática (ver Confesión de Fe de Westminster 8.2). La unión hipostática enseña que en la encarnación, dos naturalezas (la divina y la humana) están unidas en la única persona de Cristo. El término hipóstasis (del que procede el término hipostática) se refiere a una persona divina, y unión se refiere a la unión de las naturalezas divina y humana en una única persona. Esto significa que, en la encarnación, Cristo conserva Su naturaleza divina al mismo tiempo que toma (o asume) una naturaleza humana. Sin embargo, estas naturalezas no se confunden, cambian, dividen o separan en modo alguno, sino que están unidas en la única persona de Cristo. Tampoco las naturalezas actúan por sí solas, sino que es siempre la persona del Hijo de Dios la que actúa. Esto refleja un principio cristológico importante: las personas actúan; las naturalezas, no.
No hay otro nombre bajo el cielo en el cual podamos ser salvos, porque solo Jesús es el Señor resucitado y glorificado de todos, quien es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre.
Además, la única persona de Cristo actúa según lo que es propio de cada naturaleza. Así, en la encarnación, el Hijo de Dios sigue siendo lo que siempre ha sido (divino), pero asume una verdadera naturaleza humana por nosotros y para nuestra salvación. En la unión hipostática, hablamos del Cristo que es a la vez verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, aunque sigue siendo una sola persona.
No debe sorprendernos que la unión hipostática no siempre se haya afirmado correctamente. Varias herejías ilustran la manera errónea de pensar sobre Cristo. El arrianismo enseñaba que el Hijo de Dios no era plenamente divino del mismo modo que el Padre es divino. Pero esto pasa por alto la clara enseñanza bíblica de la plena divinidad de Jesús (p. ej. Jn 1:1; 20:28; He 1:8; 1 Jn 5:20). Además, no hay término medio cuando se trata de la divinidad: Jesús es divino o no lo es. Otras herejías enseñaban que Jesús no era plenamente humano. Por ejemplo, el apolinarismo enseñaba que Jesús no tenía una mente humana. Pero esto haría a Jesús menos que humano, y por lo tanto no estaría calificado para ser el Salvador de la humanidad, ya que todos tenemos mentes pecaminosas que necesitan redención. El eutiquianismo argumentaba que en Cristo las naturalezas divina y humana están de alguna manera mezcladas en una tercera cosa, en algún tipo de combinación de lo divino y lo humano. Pero esto también significa que Jesús no tuvo una naturaleza humana como la nuestra, por lo que este punto de vista debe ser rechazado (ver He 2:14-18). Otra herejía que aún sigue apareciendo es el nestorianismo. Este punto de vista erróneo, que fue contrarrestado por Cirilo de Alejandría y el Concilio de Éfeso en el año 431 d. C., enseña que hay dos personas en Cristo. Pero la cristología ortodoxa enseña que Cristo es una sola persona.
Machen comprendió por qué esto es tan importante. En los evangelios, Jesús está interesado en que Sus discípulos sepan quién realmente es Él, en contraste con las especulaciones de las multitudes (Mt 16:13-17). Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Los discípulos sabían claramente que Jesús era un hombre, pero también tenían que reconocer que era a la vez el Mesías y el Hijo divino de Dios. En otros pasajes, a Pablo le preocupa que confesemos correctamente a Jesús (p. ej. Fil 2:6-11; 1 Ti 3:16). Pensar y hablar correctamente sobre Cristo es una preocupación bíblica para todos los cristianos; no debería ser una especulación abstracta solo para teólogos. Como escribió Machen: «Si Jesús era lo que el Nuevo Testamento expresa que era, entonces podemos confiarle con seguridad el destino eterno de nuestras almas».
He aquí por qué importa: para salvarnos del pecado, nuestro Salvador debe ser tanto verdaderamente Dios como verdaderamente hombre. Solo uno que es Dios puede soportar la ira de Dios contra el pecado y concedernos la vida eterna (ver Catecismo Mayor de Westminster 38; Catecismo de Heidelberg 17). Sin embargo, solo uno que es hombre, que tiene la misma naturaleza que nosotros, podía soportar la maldición por nuestros pecados en la misma naturaleza que pecó en el principio (ver Catecismo Mayor de Westminster 39; Catecismo de Heidelberg 16). Solo Jesús es el segundo Adán perfectamente obediente que vence la desobediencia del primer Adán sin dejar nunca de ser el Hijo eterno de Dios. No hay otro nombre bajo el cielo en el cual podamos ser salvos, porque solo Jesús es el Señor resucitado y glorificado de todos, quien es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre.
Los grandes credos de la iglesia hablan de Cristo como la segunda persona de la Trinidad que ha descendido para salvarnos. No es un hombre que se hizo Dios, sino Dios que se hizo hombre. Esta es una diferencia crucial con enormes implicaciones. Hablar de Jesús principalmente como un hombre o como una persona humana, diferente de como lo definen los credos, niega algo central para el evangelio. El mismo Machen observó que la expiación sustitutiva asume la unicidad de la persona de Cristo. Nuestro estado de pecado es tan grande que ningún hombre podría sacarnos de las profundidades de su atolladero. No necesitamos solo un modelo o un maestro; necesitamos un Salvador. Como afirmó Machen, «Jesús no es un mero ejemplo para la fe, sino el objeto de la fe». No necesitamos a un mero hombre para salvarnos, pero sí a un verdadero hombre para salvarnos. Necesitamos a uno que sea verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Necesitamos a Jesucristo. Eso era cierto en tiempos de Machen, y sigue siendo cierto en nuestros días.