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Nota del editor: Este es el cuarto de 13 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El Mesías prometido.

No hay duda de que los reinados del Antiguo Testamento alcanzan su clímax con el surgimiento de la monarquía davídica. Lo que es igual de claro es que la promesa del reinado no comenzó con David. Se remonta hasta Abraham. Recordemos que el Señor le prometió a Abraham «de ti saldrán reyes» (Gn 17:6), una promesa que fue reiterada con Jacob (Gn 35:11). Esta promesa monárquica se hace evidente en las últimas palabras de Jacob a sus hijos en Génesis 49, donde pronuncia la bendición de dominio sobre Judá. Consideremos esta bendición de Jacob y cómo anticipó el surgimiento de la monarquía para el pueblo de Dios.
En el versículo 8, Judá es hecho objeto de alabanza e investido de dominio mundial. El versículo 9 continúa esta representación del gobierno de Judá al describirlo vívidamente como un león joven y creciente que ha cazado a su presa, ha regresado a su guarida con lo que mató y descansa en poder donde nadie se atreve a desafiarlo.
Esto lleva a las intrigantes imágenes en el versículo 10. Jacob asocia dos símbolos de realeza con Judá: un «cetro» (Nm 24:17; Is 11:4; Sal 45:6; Zac 10:11) y una «vara de gobernante» (Nm 21:18; Sal 60:7). La frase «entre sus pies» es un eufemismo para el órgano reproductor masculino (cf. Jue 3:24; 1 Sam 24:3; Is 7:20) y por lo tanto, representa la descendencia de Judá. En otras palabras, uno proveniente de Judá siempre será un comandante nacional del pueblo de Dios. Esto seguirá siendo cierto «hasta que venga Siloh» (Gn 49:10).
Jesús es ese hijo supremo de Judá, el Siloh mesiánico cuya muerte estableció la «paz con Dios» (Rom 5:1).
La figura de «Siloh» [o Shiloh (hebreo שִׁילֹה)] ha cautivado el interés de los académicos a lo largo de los siglos, y se han propuesto diversas interpretaciones. Algunos entienden el sh como un pronombre relativo y loh como «para él»; por lo tanto, «hasta que él venga a quien pertenezca [el cetro/vara de gobernante]». Otros ven el sh como el poco usado sustantivo hebreo shay, que significa «tributo»; por lo tanto, «hasta que el tributo llegue a él [Judá]». Todavía una tercera opción es entender la referencia a «Siloh» como el nombre personal de un futuro hijo prominente de Judá. Se han ofrecido otras interpretaciones, pero estas tres representan las opciones más populares. Independientemente de la opinión, estas tres comparten un tema común: un individuo prominente en la línea de Judá establecerá su dominio que no se limitará a Israel; sino que, «a él será la obediencia de los pueblos» (v. 10).
Aunque cualquiera de estas opciones mesiánicas es posible, estoy a favor de la perspectiva que ve a «Siloh» como una referencia a un nombre personal. La raíz hebrea sh-l-h aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento, que significa «facilidad, tranquilidad, paz». Por lo tanto, «Siloh» es una figura que es en esencia un príncipe de paz (ver Is 9:6). La imagen de la prosperidad de la dicha pacífica que él trae continúa en Génesis 49:11-12. El reinado universal de Siloh resulta en la prosperidad de su reino, donde las vides son tan abundantes que los burros pueden ser atados a ellas en lugar de arbustos. El vino, el fruto de la vid, ya no necesita ser conservado para ocasiones especiales. En el reino de Siloh, es tan abundante que puede usarse para las tareas cotidianas, como el lavado de ropa (v. 11). De hecho, las bebidas de placer, como el vino y la leche, serán superabundantes para que todos las disfruten (v. 12).
Sin embargo, esta imagen de paz y prosperidad tiene un precio muy alto, a saber, el sacrificio del propio Siloh. Hay alusiones a tal hecho en el texto. Una es la ilustración de la «sangre de uvas» (v. 11; ver Is 63:2). Otra es el «asno» (o pollino), que en el mundo antiguo a menudo se usaba comúnmente en la ratificación de juramentos de lealtad. El uso de este término en este contexto sugiere que Siloh traerá la paz a costa suya (ver Gn 15). Se alude a este «asno» en un pasaje similar en Zacarías 9:9, donde el rey mesiánico entra en la ciudad de Jerusalén cabalgando sobre este pollino. No hay duda del significado de Zacarías 9:9 ya que la profecía se cumple en la entrada de Jesús en la ciudad de Jerusalén (Mt 21:5). Así, Cristo entró a Jerusalén montado en una bestia que representaba Su sacrificio inminente.
Aunque Génesis 49:8-12 es el registro de la bendición final de Jacob a su hijo Judá, su aparición en la historia de la redención la presenta como una gran profecía que encuentra su cumplimiento final en Jesucristo. Establece que la autoridad real estará asociada con Judá y su familia. Esto alcanzará un punto culminante cuando uno de sus hijos venga a establecer la paz y la prosperidad universales. Aunque la paz fue establecida por reyes provenientes de Judá como David y Salomón, su reinado no pudo establecerla universalmente donde «la obediencia de los pueblos» (v. 10) les perteneciera ni tampoco pudieron traer una prosperidad al reino que proporcionara abundancia escatológica (vv. 11-12). Eran una imagen de un hijo supremo de Judá, el verdadero Príncipe de Paz, que trae la bendición plena de Su glorioso reino. Jesús es ese hijo supremo de Judá, el Siloh mesiánico cuya muerte estableció la «paz con Dios» (Rom 5:1). Él ascendió para estar con Su Padre, pero regresará «con los ejércitos del cielo» (Ap 19:14) vistiendo una «túnica bañada en sangre» (v. 13) para derrotar a todos los que se atreven a oponerse a Él. En nuestra unión con Cristo, somos «coherederos con Cristo» (Rom 8:17) y esperamos Su regreso cuando Él establezca la verdadera patria celestial y vestiremos túnicas blancas lavadas «en la sangre del Cordero» (Ap 7:14).