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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XIX
El siglo XIX fue testigo del surgimiento del liberalismo teológico en la Iglesia protestante. No se trataba de algo nuevo. Era un liberalismo antiguo que había sido reenvasado con una marca atractiva y una muy buena estrategia de mercadotecnia, y la Ilustración de los siglos XVII y XVIII sentó las bases perfectas. La Ilustración consideraba que la razón y la evidencia empírica eran primordiales para construir un sistema integral de todo lo relacionado con el conocimiento científico y religioso; además, eran necesarias para entender la ética, el gobierno y la estética, dotando al hombre con una supuesta capacidad de obtener la verdad objetiva sobre la realidad. La Ilustración fue conocida como la «Era de la razón», en oposición a la «Era de la fe». El liberalismo teológico fue simplemente la aplicación de la Ilustración a la teología, así que fue el fruto obvio de la misma.
El liberalismo teológico no confesaba un credo en particular. Es decir, en su esencia, no se adhirió a un sistema doctrinal identificable y unificado. Más bien, se desarrolló como un método hermenéutico. Al igual que la hermenéutica de la Ilustración, la hermenéutica del liberalismo teológico buscó cuestionarlo todo y mantener bajo sospecha a todas las autoridades externas tradicionales, estableciendo nuevas conclusiones objetivas basadas únicamente en datos empíricos y científicos según la razón humana, ignorando la fe en Dios, la Palabra de Dios y los credos históricos de la iglesia. La búsqueda de la verdad, fuera de la fe en la verdad revelada divinamente, era el enfoque del liberalismo teológico del siglo XIX, y es el mismo enfoque del liberalismo del siglo XXI.
En su obra clásica de 1923, Cristianismo y liberalismo, J. Gresham Machen escribió: «¿Cuál es la relación entre el cristianismo y la cultura moderna? ¿Se puede mantener el cristianismo en una era científica? Este es el problema que el liberalismo moderno intenta resolver». El liberalismo teológico se inspira en el mundo. Lo impulsa lo que el hombre debe hacer, lo que el hombre debe lograr y lo que el hombre debe determinar, no lo que Dios ha hecho, lo que Dios ha logrado y lo que Dios ha revelado. El lema del liberalismo teológico, antes y ahora, es «El cristianismo debe adaptarse o morir». En esencia, el liberalismo teológico posee un deseo profundo de ser relevante para la cultura, adorado por el mundo y respetado entre la élite intelectual. Y aunque sus adhrentes nunca lo admitirían, el fundamento que subyace bajo el liberalismo teológico consiste en esta idea: «Hablar la verdad, en tanto sea posible; pero ante todo, procurar a toda costa la paz, la relevancia, y la influencia mundana».