


La mayor ganancia
22 julio, 2023


El hombre como alguien compuesto de cuerpo y alma
27 julio, 2023El hombre como la imagen de Dios


Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La doctrina del hombre
La mejor parte de la creación de Dios no se mantiene en secreto durante mucho tiempo. Al fin y al cabo, se encuentra en el primer capítulo de la Biblia. Sin embargo, este capítulo parece tomarse su tiempo para llegar allí, lo que pone la obra de Dios en contexto para que la apreciemos de verdad cuando se presente. La llegada del portador de la imagen de Dios es la última y mejor pincelada del lienzo cósmico:
Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza»… Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn 1:26-27).


La Palabra de Dios habla de la creación del hombre explícita y artísticamente. Nos encontramos leyendo estos versículos a través de una perspectiva tanto literal como literaria. Lo mismo ocurre en otros lugares en los que el Espíritu Santo reflexiona sobre las maravillosas obras de Dios en la historia, pero lo hace poéticamente. Por ejemplo, después de que Israel cruzó el Mar Rojo, Moisés compuso un cántico para celebrar y conmemorar la liberación del pueblo de Dios. Así también aquí, en los extraordinarios días de la creación, no es solo qué dice la Biblia, sino cómo lo dice, lo que nos lleva a una conclusión obvia: La creación del hombre por Dios es absolutamente única.
CÓMO LO DICE LA BIBLIA
El relato de la creación señala la posición excepcional del hombre en el nuevo mundo de Dios por la forma en que se presenta en el primer capítulo del Génesis. Cuando consideramos esto su conjunto, una de las características obvias es la estructura. La creación se desarrolla en un marco de seis días. Cada día avanza sucesivamente en anticipación de la llegada de una nueva criatura que ocupará el reino que le corresponde. El ritmo se acelera a medida que la creación se hace cada vez más singular, más específica y más elaborada. Todo avanza con entusiasmo hacia el último día de la semana. Cuando por fin llega el sexto día (y solo después de que Dios ha creado toda la vida vegetal y todos los animales), queda una criatura por presentar: el hombre, el triunfo supremo de la palabra hablada de Dios. En caso de que el lector no pueda seguir el desarrollo de estos versículos, el segundo capítulo del Génesis regresa a la creación del hombre y explica el lugar único, los privilegios y la vocación de la humanidad.
Si observamos Génesis 1 con más detenimiento, nos daremos cuenta inevitablemente de que la narración de la obra de Dios está acentuada con rasgos poéticos. Estribillos y repeticiones enhebran el relato de la creación.
Dios dijo: «Sea…».
Y Dios vio que era bueno.
Y fue la tarde y fue la mañana: un día.
Estas frases crean una cadencia a medida que leemos el relato, de modo que la narración va tomando un ritmo cómodo. Al menos, esto es así hasta la creación del hombre, cuando el relato rompe bruscamente su patrón. Por primera vez, Dios no se limita a hablar y algo inmediatamente existe. Ahora las personas de la Divinidad hablan entre Sí mientras se sumergen en un monólogo reflexivo sobre la culminación de todos los seres vivos. El consejo divino reflexiona en voz alta sobre el significado de esta nueva criatura que está a punto de aparecer en el orden creado. Ningún otro elemento de la creación es objeto de una reflexión semejante.
Solo en el caso del hombre hay una deliberación en cuanto a su deber singular, que es administrar la creación y ejercer dominio sobre ella.
«Ejerza dominio… sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra»… «Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio… sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra» (Gn 1:26, 28).
No se habla en detalle de ninguna otra especie que tenga géneros complementarios de macho y hembra.
Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn 1:27).
Tampoco se alaba todo lo creado como «bueno en gran manera» hasta la aparición de los seres humanos (Gn 1:31). Antes, lo creado era «bueno», lo cual es un gran elogio. Ahora recibe su mayor elogio.
Ninguna otra criatura recibe un relato tan detallado porque ninguna otra criatura es comparable. La humanidad es la mejor obra de Dios, y Él interrumpe el ritmo de Su relato para que apreciemos la presentación de la criatura más excelente de la creación. La estructura y el estilo del texto nos lo muestran. Pero el texto también nos lo dice expresamente cuando afirma que solo el ser humano ha sido creado a imagen de Dios.
LO QUE DICE LA BIBLIA
Si la forma en que la Biblia presenta la creación del hombre apunta a su importancia en relación con el resto de la creación, entonces lo que la Biblia dice sobre el hombre apunta a su esencia única en relación con su Creador. Las demás criaturas encuentran su lugar en sus respectivos reinos. El hombre encuentra su lugar supremo en su relación con su Dios. Es el único en toda la creación que tiene contacto con la tierra y con el cielo. En realidad, su propia esencia es que está hecho a semejanza del Dios del cielo.
Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza»… Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn 1:26-27).
El hombre como imagen de Dios es la afirmación más importante que hace la Biblia sobre la creación. Muestra que la prioridad del hombre en la creación y su dominio sobre ella se derivan de su esencia como portador de la imagen de Dios. Esto indica la unidad subyacente de la raza humana, que se aplica a los dos géneros complementarios de la humanidad: «“Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza”… Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn 1:26-27). El hecho de que Dios creara al «hombre» a Su imagen es igual al hecho de que Dios los creara a «ellos» —es decir, «varón y hembra»— a Su imagen. Ambos son iguales en este sentido. Tanto el hombre como la mujer tienen comunión con Dios. Ambos reciben por igual el conocimiento de la voluntad moral de Dios. Ambos comparten por igual el mandato de gobernar la tierra cuidando y custodiando el santuario del jardín (Gn 1:28). Sin Eva, «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2:18). Con Eva, Adán tiene una compañera compatible, que le comprende y se comunica con él como su igual.
La unidad de nuestra raza está arraigada en el hecho de que cada miembro de la raza humana es portador de esa imagen. Cada persona que conocemos, independientemente de su etnia (o mezcla de etnias), representa la mejor manualidad de Dios. Eso es suficiente para que una persona reciba respeto y sea tratada con dignidad, independientemente de su sexo, raza o edad, de si ha nacido o no, de si es cristiana o no. Ellos son portadores de esa imagen. Son de nuestra especie. Qué ridículo es bendecir a Dios y al momento siguiente maldecir a aquellos «que han sido hechos a la imagen de Dios» (Stg 3:9). Qué reprensible y grave es derramar sangre humana, «porque a imagen de Dios / Hizo Él al hombre» (Gn 9:6).
Los portadores de la imagen de Dios representan lo mejor de la creación divina. Aunque una persona no haya profesado su fe en Cristo como Creador, Salvador y Señor, debe ser tratada con la dignidad que merece todo miembro de nuestra raza. Es alguien caído, pero sigue siendo un ser humano. La imagen está muy corrompida en un incrédulo. Pero no es irreparable. Un hombre caído está lejos del hombre ideal, pero sigue siendo un hombre. Esa es la grandeza y la tragedia de la raza humana. Francis Schaeffer dijo: «No hay gente pequeña». C.S. Lewis dijo: «No hay gente ordinaria». Las personas con las que interactuamos cada día tienen un alma, algo que no puede decirse de nada más en la creación.
En la creación física, el hombre es la única conexión espiritual entre el cielo y la tierra. Esto es lo que, en última instancia, concierne al centro de nuestra esencia y el propósito de nuestra vida. Esto es experimentar las realidades del gozo espiritual, la paz eterna y el amor inquebrantable de Dios, todo lo cual trasciende esta creación. Como portadores de la imagen de Dios, fuimos creados para entrar en comunión con nuestro Creador. Nuestra verdadera vida está en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Levantamos nuestros ojos con fe hacia nuestro Creador y Redentor celestial y encontramos nuestra vida en Jesucristo (Col 3:1-4). Él nació «semejante a los hombres» y sufrió lo que nosotros no podíamos soportar para procurarnos lo que no podíamos ganar (Fil 2:7). Mediante Su resurrección, Dios nos ha resucitado para que andemos en novedad de vida, de modo que la imagen de Dios se vaya renovando en nosotros (Ef 4:24; Col 3:10). Esta es la verdadera esencia de lo que somos y de lo que estamos destinados a ser para siempre. Está ahí, en el relato de la creación, en lo que dice la Biblia y en cómo lo dice. Y se cumple en el evangelio. Fuimos creados para esto. Estamos siendo renovados para esto.