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Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La doctrina del futuro
La Biblia hace múltiples referencias al juicio final, siendo Mateo 25 probablemente el pasaje más extenso de este tipo en toda la Escritura. En los versículos 31-46, Cristo «separa las ovejas de los cabritos», recompensando a las primeras con la herencia del reino y diciendo a los segundos que se vayan «al fuego eterno». En Lucas 19:12-27; Romanos 2:5-16; Hebreos 10:26-30; 2 Pedro 3:7-14; y Judas 6, 14-15, 24, se incluyen otros extensos pasajes sobre el juicio final.
El libro de Apocalipsis contiene más presentaciones extensas del juicio final que cualquier otro libro de la Biblia. Algunos pasajes no mencionan explícitamente la base del juicio (Ap 6:12-17; 16:17-21), mientras que otros mencionan la idolatría, el pecado o las obras como base del mismo (Ap 14:6-11, 14-20; 18:4-24; 19:11-21; 20:11-15). Apocalipsis 20:11-15 es quizás el texto más explícito sobre el juicio final de las personas con base en sus obras. Dios juzga a los muertos «por lo que estaba escrito en los libros, según sus obras. […] Y fueron juzgados, cada uno según sus obras. […] Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego». Aquellos «cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero» (Ap 13:8; 21:27) no son juzgados, ya que la sangre del Cordero inmolado es la satisfacción penal por sus obras pecaminosas. El Cordero sufrió el juicio en su lugar. Ellos disfrutan de su justificación (la declaración de Dios de que son justos) en Él.
Debemos preguntarnos cómo se relaciona la justificación del creyente en Cristo con (1) el juicio final de Dios y (2) el requisito de que los creyentes deben mostrar sus buenas obras para pasar el juicio. Luego debemos considerar (3) cómo el juicio final se relaciona con los no cristianos.
Primero, cuando una persona cree que Cristo murió en su lugar, Romanos 3:24-25 afirma que esa persona es justificada por la sangre de Cristo, lo que significa que Él tomó sobre Sí el juicio final y la ira de Dios que nosotros merecíamos por nuestro pecado. Como resultado, los creyentes son redimidos de esa pena final (ver también Ro 5:9).
Sin embargo, si este es el caso, debemos preguntarnos por qué el Nuevo Testamento dice en otro pasaje que las «obras» son necesarias para escapar sin daños del juicio final. Por ejemplo, Romanos 2:13 dice: «Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los que cumplen la ley; esos serán justificados», o mejor dicho, «vindicados». Habrá una evaluación judicial de las obras de todas las personas. Dios «PAGARÁ A CADA UNO CONFORME A SUS OBRAS» en el momento del juicio (Ro 2:6). Aquellos que hacen el bien, aunque no sean perfectos, obtendrán la «vida eterna» (Ro 2:7). Por otro lado, otros serán hallados en falta y enfrentarán el juicio. Romanos 2:6 y 13 hablan de la necesidad de realizar las obras de la ley de Dios para ser «justificados» o, mejor dicho, «vindicados» en el momento del «juicio de Dios» (Ro 2:2, 3, 5). En consecuencia, «en el día del juicio, los justos […] serán […] reconocidos y absueltos» (Catecismo Mayor de Westminster 90). Las obras «prueban» que los santos han sido declarados «justos» por la fe sola.
Esta perspectiva de las obras y el juicio final contrasta con la que típicamente sostiene la Iglesia católica romana, aunque otros la comparten. Según esta perspectiva, el castigo del pecado que Cristo soportó declara a las personas no culpables de su pecado, y sus propias buenas obras completan la obra justificadora de Cristo al proporcionar la justicia que aún se necesita para escapar de la condenación final. La justicia de Cristo no se acredita a los creyentes para declararlos legalmente justos, sino que la propia justicia de ellos contribuye a que sean declarados justos en el momento del juicio final. Por eso, tanto la justicia propia de los creyentes como la muerte de Cristo en la cruz por ellos los declaran justos y los hacen merecedores de la vida eterna.
Los reformadores, por otro lado, creían que la muerte penal sustitutiva de Cristo declaraba legalmente a una persona no culpable de cualquier pecado y que Su justicia perfecta se acredita al creyente, de modo que Dios declara al creyente perfectamente justo. Al final de los tiempos, las buenas obras (no perfectas) de los creyentes los vindican y muestran que en el pasado han sido justificados por Cristo solo, mediante la fe y la gracia. Esta vindicación no está al mismo nivel que la justificación que hace Cristo por el creyente. Las «buenas obras» son la prueba de que alguien ha sido verdaderamente justificado por Cristo y son, por tanto, la vindicación de un estado «justificado» ante los demás. Para que quede claro, las «buenas obras» no absuelven (justifican) en última instancia a nadie ni le conceden la entrada en el reino eterno, sino que tienen su origen en la obra justificadora de Cristo y son el resultado de esta.
Una ilustración puede ayudar a clarificar la relación entre la obra justificadora de Cristo y las «buenas obras» que los «salvan» al final de los tiempos. Algunas grandes cadenas de tiendas de descuento en los Estados Unidos requieren el pago de una cuota anual por el privilegio legal de comprar sus productos. Los miembros pagan esta cuota y reciben una tarjeta que deben presentar en la tienda local como prueba de haber pagado. Esa tarjeta le permite a un verdadero miembro entrar en la tienda, pero la tarjeta en sí misma no es la razón última por la que se le concede acceso. La cuota pagada es un «requisito causal necesario» para entrar en la tienda y la tarjeta probatoria es solo un «requisito necesario». Hay que pagar la cuota y mostrar la tarjeta para entrar en la tienda, pero la cuota y la tarjeta no tienen la misma fuerza condicional para entrar. El dinero pagado es una condición de primer orden o fundamental y la tarjeta es una condición de segundo orden.
Del mismo modo, la muerte sustitutiva penal y justificadora de Cristo es el precio pagado «una vez para siempre» (He 9:12; ver 9:26-28), y las buenas obras realizadas en el contexto de la fe cristiana se convierten en la prueba inevitable de dicha fe durante la evaluación judicial final, cuando el creyente será reconocido y absuelto abiertamente ante todos. La obra de Cristo —tanto Su muerte como Su perfecta obediencia— es la «condición causal necesaria» para la justificación, y las obras del creyente son una «condición necesaria» (aunque en última instancia no causal) para su absolución ante los demás. La Confesión de Westminster 11.2 dice: «La fe, que de este modo recibe a Cristo y descansa en él y en su justicia, es el único instrumento de justificación. Sin embargo, la fe no está sola en la persona justificada».
Las obras, como una vindicación de la justificación previa de los creyentes, cooperan junto con su resurrección corporal en el juicio final. Esta resurrección es también una vindicación de su previo veredicto de justificación logrado por la obra redentora de Cristo, mostrando que los cristianos han sido justificados desde antes. Al igual que en la resurrección corporal de Cristo (1 Ti 3:16), la resurrección de los cristianos también los reivindica del veredicto erróneo de culpabilidad que el mundo les había impuesto y de la pena de muerte corporal.
Finalmente, en el juicio final habrá algunos que serán resucitados y puede que tengan lo que parecen ser «buenas obras», pero que no han creído que Cristo tomó su juicio final sobre Sí mismo en la cruz ni que les dio Su justicia. Tales personas deberán enfrentar su propio juicio final, ya que serán reconocidas como culpables de pecado y carentes de la perfecta justicia necesaria.