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Nota del editor: Este es el octavo de 13 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Gratitud.

Cuando pienso en mi infancia, aún recuerdo vívidamente la manera en que mis padres trabajaron duro para enseñar a sus hijos la importancia de la gratitud.
Cuando llegaba alguna visita con regalos para nosotros, siempre se nos preguntaba: “¿Qué se dice?”. Inmediatamente respondíamos: “Muchísimas gracias”, enfatizando la palabra muchísimas si estábamos muy agradecidos. Cuando los invitados se marchaban, mi madre nos recalcaba cuán amables y generosos habían sido con nosotros.
Cuando la salvación en Cristo llegó a nuestro hogar, no fue sorprendente para nosotros aprender que la Escritura nos instaba a “[dar] gracias en todo” (1 Tes 5:18). Por supuesto, la causa básica para la gratitud era que Dios el Padre no escatimó a Su propio Hijo, sino que lo entregó para morir en la cruz y así lograr nuestra salvación. Pero más que eso, la naturaleza y la práctica de Dios era derramar Su bondad sobre Sus criaturas, por lo que Su pueblo cantaba: “Ciertamente Dios es bueno para con Israel”, e instaba a otros: “Probad y ved cuán bueno es el Señor”.
Esto me impresionó tanto que hasta recuerdo la primera vez que me explicaron el capítulo ocho de Romanos cuando era adolescente. Romanos 8:28 dice que “para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien”. Pablo no está diciendo meramente que Dios le da buenas dádivas a Su pueblo. En realidad, él está asegurándole a cada creyente que hay un Dios soberano obrando en toda circunstancia (incluyendo los padecimientos del versículo 17 y los gemidos del versículo 23) para el bien eterno de Su pueblo. John Stott comenta: “Nada sobrepasa el alcance supremo de Su providencia”.
No hay área de la vida en la que Dios no esté misericordiosamente comprometido a suplir constantemente nuestras necesidades.
J.I. Packer señala que la palabra bíblica para esto es “gracia”, tanto la gracia común como la especial. La gracia común se refiere a las bendiciones de nuestra vida diaria, mientras que la gracia especial se refiere a la bendición de la salvación de Dios. Sobre la primera, Packer dice: “Cada alimento, cada placer, cada posesión, cada destello de luz del sol, cada sueño nocturno, cada momento de salud y seguridad, y todo lo demás que sostiene y enriquece la vida es un don divino”. Es significativo que la raíz anglosajona de donde proviene la palabra God [Dios] significa “good” [bueno]. A. W. Pink añade: “Su bondad no se deriva de nada: es la esencia de Su naturaleza eterna”.
Ahora, a la luz de todo esto, no es sorprendente que la Biblia suela asociar la bondad de Dios con nuestra gratitud, sobre todo en los Salmos: “Dad gracias al Señor, porque Él es bueno” (Sal 107:1).
Para el cristiano, la ingratitud no solo evidencia una ausencia de buenos modales. Es un pecado contra el Dios que no escatimó a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. A medida que crecemos en experiencia cristiana y en nuestro conocimiento de la Escritura, descubrimos que la naturaleza y la práctica diaria de Dios es derramar Su bondad sobre Su pueblo, cubriendo cada área de la vida. Su gracia y poder son más que suficientes para suplir lo que es bueno para nosotros, tanto espiritualmente como materialmente. Con razón podemos cantar alegremente: “Loemos a Dios por Su bondad, el amigo inmutable, fuerte y fiel; Su poder a Su amor es igual, sin medida ni fin por siempre. Amén”.
Por supuesto, es importante clarificar, tanto para nosotros mismos como para nuestros hijos, que “toda buena dádiva y todo don perfecto” no es una referencia a la prosperidad material. Podría o no incluir eso, pero en Romanos 8:28 Pablo nos dice: “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito”. Y allí mismo dice claramente cuál es ese propósito: que sean “hechos conforme a la imagen de Su Hijo”. Por lo tanto, lo que más le importa a Dios es nuestro bienestar espiritual, que desarrollemos una verdadera similitud a Cristo. Ahora, eso no debería cegarnos a la verdad que Pablo detalla en el mismo capítulo de que “el que no eximió ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?” (v. 32). “Todas las cosas” debe incluir tanto los dones materiales como los espirituales. No hay área de la vida en la que Dios no esté misericordiosamente comprometido a suplir constantemente nuestras necesidades (nota, no necesariamente lo que queremos o deseamos) y en la que no esté demostrando Su absoluta suficiencia para cada uno de Sus hijos. A la luz de esto, el salmista nos insta a decir: “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de Sus beneficios” (Sal 103:2). Y Pablo hubiera añadido felizmente: “Y hazme más como Jesús”.