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Nota del editor: Este es el décimo de 25 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Preguntas claves sobre la oración.
«Como era al principio, es hoy y habrá de ser eternamente. Amén, amén». Desde los inicios del cristianismo, los creyentes han cantado alguna versión de este himno, el Gloria Patri. Esa palabra repetida al final del himno — «amén»— marca el final de himnos, oraciones e incluso credos como el Credo Apostólico, de una manera familiar, tal vez demasiado familiar. Es posible que te hayas sorprendido a ti mismo en algún momento repitiendo mecánicamente esta palabra. Sin embargo, esta pequeña palabra debe ser dicha con convicción e intencionalidad, porque conecta al pueblo de Dios hoy con Su pueblo pactual del pasado.
La palabra amén se remonta al Antiguo Testamento cuando Dios formó a un pueblo pactual para Sí mismo. Puede que hayas escuchado la expresión: «Y todo el pueblo de Dios dijo» seguido por un resonante, «¡Amén!». Tanto la palabra misma como su función en el lenguaje están estrechamente relacionadas con la idea de verdad. Actúa como señal de que hay un acuerdo, y al igual que en el Gloria Patri, con frecuencia se repetía: «Amén y amén» (Neh 8:6; Sal 72:19; 89:52).
Abstenerse de decir «amén» puede ser apropiado a veces.
En el Nuevo Testamento, la palabra continúa siendo usada. En Romanos 1:25 y en otros lugares, Pablo lo usa para enfatizar la adoración a nuestro Creador. En 1 Corintios 14:16 él dice: «Si bendices solo en el espíritu, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias el que ocupa el lugar del que no tiene ese don, puesto que no sabe lo que dices?». Decir «amén» da por sentado que entiendes y que estás consciente de lo que estás afirmando en adoración.
Al mismo tiempo, Dios no espera que demos ciegamente amenes a cada una de las oraciones que oímos. Si la palabra amén está atada a la verdad, parte de ser responsable con lo que afirmamos es discernir lo que podemos y lo que no podemos afirmar. Aunque Pablo esperaba que una congregación caída como la de Corinto continuara la tradición de alabar a Dios mediante el uso del amén, él sabía que no toda oración sería infalible. Si una oración incluye algo descaradamente falso que va en contra de la Escritura, estaríamos en nuestro derecho de no decir «amén» al final. La teología y la práctica falsas nunca glorifican a Dios, y si estamos en una iglesia donde esto es un problema perpetuo, puede ser el momento de buscar otras opciones donde congregarnos. Por lo tanto, abstenerse de decir «amén» puede ser apropiado a veces.
Pero la abstención debe ser la excepción. Dios nos ha dado los medios para conectarnos con Su pueblo pactual del pasado, siendo tan pecaminosos como somos, y la práctica y tradición de decir la antigua palabra amén contribuye a esa conexión. Cuando recordamos que participar en esta tradición no se trata de nosotros mismos sino de dar gloria al Dios de la verdad, nos damos cuenta de que nuestros amenes nos ayudan a dirigir nuestro enfoque lejos de nosotros mismos y más apropiadamente hacia Dios.