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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El orgullo y la humildad
Hace años, Andrew Murray observó que la humildad es el semillero en el que crecen todas las demás gracias de la vida cristiana. De igual manera, el semillero del orgullo hace brotar todos los vicios del pecado. Por lo tanto, no es exagerado decir que si descuidamos la humildad, no podemos progresar en la vida cristiana. Esto es especialmente importante para los esposos y padres cuando cumplimos con nuestras responsabilidades hacia Dios, nuestras esposas y nuestros hijos (Ef 5:25-33; Col 3:21; 1 Pe 3:7).
Cuando procuramos la humildad, tendemos a pasar a las acciones específicas sin pensar mucho en por qué debemos hacerlo. Antes de entrar en algunos detalles, considera un marco para esas acciones.
Un marco para la humildad
El orgullo es una necedad. Después de todo, nuestro Creador nos da y sostiene nuestras vidas. Qué arrogante es pensar que somos algo aparte de Dios cuando, en realidad, no somos nada. Al estar a la sombra de nuestro Creador, deberíamos ser humildes para adorar y preguntarnos con el salmista: «¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes?» (Sal 8:4).
Es más, considera que nuestro Señor Jesucristo se humilló haciéndose hombre (Flp 2:6-8) por nosotros y por nuestra salvación. ¿Cuál fue la raíz de nuestro pecado? El orgullo. No es exagerado decir que Cristo se humilló para rescatar a personas orgullosas que no se humillaron, no quisieron ni pudieron hacerlo. Cuando luchamos con la humildad, mirémonos en el espejo y veámonos a nosotros mismos mirándonos, y recordemos: Jesús se humilló para salvarnos cuando estábamos metidos hasta el cuello en una rebelión orgullosa. ¿Cómo entonces podemos persistir en el orgullo?
Un marco para un liderazgo humilde
Si entendemos que Dios es nuestro Creador, abordaremos nuestras responsabilidades desde la perspectiva de la mayordomía. Un mayordomo es alguien que entiende que no es el dueño sino el cuidador. Esposos y padres, ¿cómo cambiarían sus relaciones si recordaran que su esposa no es en última instancia suya? ¿Y que sus hijos tampoco son suyos en última instancia? Dios ha concedido a los esposos y padres la responsabilidad de guiar a sus esposas e hijos con amor. No debemos eclipsar los derechos de Dios para la adoración promoviéndonos a nosotros mismos en Su lugar. Los mayordomos han de ser fieles y tratar bien a quienes están a su cargo (1 Co 4:2). Nada es más infiel que robarle la gloria a nuestro Amo maltratando a los que Él cuida o tratando de ocupar Su lugar en la vida de nuestras familias.
Jesús instruye a Sus seguidores (especialmente a los que dirigen) a reflejar Su servicio, sirviendo a los demás (Mr 10:43-45). La fuente de muchos de nuestros momentos pecaminosos como esposos y padres es nuestro deseo de ponernos la corona en lugar del delantal de servicio. Queremos ser servidos en lugar de servir. ¿Puedes ver cómo este tipo de deseo y acción distorsiona el reflejo del evangelio que estamos llamados a modelar como esposos y padres? Jesús no es solo la motivación de nuestro servicio, sino también el modelo.
Expresiones de un liderazgo humilde
El liderazgo humilde se manifiesta de diversas maneras. He aquí algunas de ellas.
El liderazgo humilde acepta la realidad. En lugar de tratar de vivir en un mundo de fantasía donde somos los héroes y el centro del universo, los hombres humildes abrazan la verdad de que son defectuosos, débiles y necesitados de gracia. Esto nos libera para reflejar el carácter de Dios en lugar de proyectar nuestro propio avatar o identidad.
El liderazgo humilde es comprensivo. Se nos ordena conocer bien a nuestras esposas e hijos. Este conocimiento conduce a la comprensión (Col 3:21; 1 Pe 3:7). La humildad se muestra aquí con paciencia amorosa. Los líderes humildes buscarán aprender sobre sus esposas o hijos a medida que cambian. Considerarán los intereses de los demás más importantes que los propios (Flp 2:3).
El liderazgo humilde confiesa el pecado. Nuestro defecto es dar voz a nuestro abogado defensor interior cada vez que parece que hemos hecho algo malo. Pero este es el fruto podrido que crece en el semillero del orgullo. En cambio, el líder humilde puede confesar su pecado a su esposa e incluso a sus hijos. Sí, esto nos hará parecer menos importantes. Pero enfatizará nuestra necesidad de gracia y misericordia. En nuestro menguar, apuntamos a que Dios aumente (Jn 3:30).
El liderazgo humilde se somete a la autoridad de Dios. Podemos hacerlo reflejando Su diseño para el liderazgo. También podemos hacerlo leyendo la Biblia, instruyendo a nuestra familia en la Palabra, y orando con y por ellos. En esto, no sólo equipamos a otros, sino que modelamos una humilde dependencia de Dios.