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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo VI
Los historiadores humanistas y los sociólogos seculares se empeñan en asignar sus abarcadoras y cuidadosamente elaboradas etiquetas a casi cualquier cosa. Siglos de historia y generaciones enteras de personas han sido adornadas con títulos sin sentido y definiciones simplistas. Desde la llamada «generación del baby-boom» hasta la «generación del yo» y la «generación x», nuestra sociedad ha determinado que asignarle una categoría general a toda una población basada en su edad es algo apropiado. Del mismo modo, períodos enteros de la historia son conocidos por el tipo de metal más utilizado durante ese período en particular, por ejemplo, la «Era de Bronce». Tenemos edades de «Oro» y de la «Ilustración», la «Edad de la Razón» y el infame periodo conocido como la «Era de las Tinieblas»
Aunque los historiadores modernos por lo general han dejado de usar el término «Era de las Tinieblas» (476-1000 d. C.), todavía sigue siendo una etiqueta grabada en la mente de la mayoría de nosotros cuando pensamos en los inicios de la Edad Media. Sin embargo, con demasiada frecuencia también olvidamos que el período de la era de las tinieblas no comenzó en el siglo V en Europa, ni tampoco terminó a finales del primer milenio después de Cristo. Este período comenzó hace mucho tiempo en el jardín del Edén cuando Adán y Eva se rebelaron contra el Señor y cayeron en un estado de corrupción. Y aunque ningún historiador respetable asignaría el título de «Era de las Tinieblas» a la mayor parte de la historia de la civilización, desde la caída, el hombre ha sido testigo de una era oscura.

No obstante, desde el momento de la caída, el Señor ha derramado la luz de Su evangelio sobre el mundo. En Génesis 3:15 escuchamos las palabras del primer evangelio habladas a nuestros primeros padres, y a través de la historia vemos cómo Dios ha traído Su luz a Su pueblo en sus horas más oscuras. En el Antiguo Testamento leemos la profecía cristológica de Isaías en la que anuncia la venida de la Luz del Mundo: «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos» (9:2). En el Nuevo Testamento, somos testigos del cumplimiento de esa proclamación: «En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron» (Jn 1:4–5). Aunque la historia de la civilización del siglo VI es mucho más oscura de lo que los secularistas puedan comprender, hay una luz gloriosa que brilla en las tinieblas. Tanto en el siglo VI como en el XXI, el Señor hace brillar Su luz a través de nosotros para que podamos vivir coram Deo en un mundo en tinieblas.