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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La paz
Mientras dormías, una película del año 1995, nos muestra el modo en que los miembros de una familia buscan la paz entre sí. En una escena, el patriarca de la familia, Ox Callahan, habla con uno de sus hijos sobre la posibilidad de que se haga cargo del negocio familiar. Jack, el mayor de los dos hijos, tiene sus propios sueños, y no contemplan seguir los sueños que su padre tiene para él. Ox reflexiona brevemente y dice: «Trabajas duro, intentas mantener a la familia y entonces, por un minuto, todo va bien, todos están bien, todos están felices y, por ese minuto, tienes paz». Jack responde con lentitud: «Papá, este no es ese minuto…».
Ox era realista. Sabía que la familia era difícil. La vida, el amor, las expectativas, los sueños, las relaciones familiares: todas estas cosas son difíciles en nuestro mundo caído. Los retos de la vida y la caída suelen crear conflicto, división, dolor y tristeza.
Sin embargo, la familia debe ser el lugar donde comienza la paz. El marido, la esposa y los hijos siguen siendo el cimiento de la cultura y la civilización. Como les va a las familias, le va a la cultura. No obstante, desde Caín y Abel, la paz en la familia ha sido un reto.
De todos modos, debemos alabar a Dios porque al Señor del cielo y de la tierra le encanta hacer Su voluntad mediante personas pecadoras y familias dañadas.
Considera las familias de Isaac y de Jacob: allí hay disfunciones familiares y falta de paz. La rivalidad entre hermanos, los celos y la mala sangre entre Isaac e Ismael (los padres de los actuales judíos y árabes) siguen afectando a nuestro mundo hoy. El conflicto que comenzó entonces continúa miles de años después en nuestros días. Posteriormente, otro conflicto entre los hijos de Jacob dio lugar a largos años de esclavitud, prisión y miseria para José, pero ese mismo conflicto también terminó conduciendo a la paz redentora. Dios quiso intervenir con la mano de Su providencia en todo el desastre de estas luchas familiares para ejecutar Sus planes redentores para el mundo usando esas almas rotas. Y lo mismo puede ocurrir contigo y tu familia.
Por eso, para que haya paz en la familia, primero debes recordar el mandato de Pablo: «Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres» (Ro 12:18). Cabe notar que la paz no está garantizada. Pero en cuanto dependa de cada uno de nosotros, debemos esforzarnos por conseguir la paz.
En una familia, esto empieza por el padre y la madre. Si están en paz entre sí, lo más probable es que los hijos sigan su ejemplo. Mi esposa Mary y yo aprendimos que necesitábamos demostrar el amor y la paz que nos tenemos mutuamente ante nuestros hijos. Hace años, cuando llegaba a casa después de un largo día de trabajo en Ministerios Ligonier, cada uno de mis (entonces solo) cuatro hijos (¡con el tiempo tuvimos siete!) quería un poco de papá apenas cruzaba el umbral. Sin embargo, yo les pedía que esperaran para que abrazara a mamá; luego los dos nos sentábamos juntos y hablábamos de nuestro día. Solo después de que teníamos nuestro «tiempo de papá y mamá», prestaba atención a los niños. Esto les comunicaba que mi relación con ellos era un fruto de mi relación de paz con ella.
¿Te sorprende? Espero que sí. Cuando nuestros hijos llegaron a la adolescencia y empezaron a tener conflictos con su madre, yo les decía lenta y rigurosamente: «He amado a tu madre desde mucho antes de que tú llegaras, y me he comprometido a amarla por muchos años después de que crezcas y dejes nuestro hogar, así que ahora debes respetarla. Mi amor por ti, hijo, es grande y duradero, pero mi amor por ella está primero hoy y cualquier otro día». Esto es exactamente lo que necesitaban oír y asimilar en su transición a la adultez. Los hijos necesitan saber que son productos del amor entre los padres, no el enfoque principal. Cuando los hijos pasan a ser más importantes que el amor entre la madre y el padre, eso no produce paz.
En segundo lugar, recuerda las palabras de Salomón: «El odio crea rencillas, / Pero el amor cubre todas las transgresiones» (Pr 10:12). El compromiso con la paz en el hogar requiere confianza. Cuando se incumplen las promesas y estalla la ira, la confianza empieza a desmoronarse. Lo sé por experiencia. El compromiso de amar profundamente requiere que estés dispuesto a que te hieran profundamente. Sin embargo, la esperanza del evangelio puede reparar los corazones rotos. Los corazones rotos nos hacen anhelar la paz verdadera, aunque sea momentánea y fugaz en esta vida.
La familia es el lugar donde más daño pueden hacerte porque es el lugar donde puedes ser más vulnerable. Por esa razón, es el lugar donde la fealdad emerge con más frecuencia y con más saña. Como la familia debe ser el lugar seguro donde sabes que te aman, es un blanco principal de los ataques del enemigo.
Un corolario de esta verdad que aprendimos es que no debemos ignorar ni reaccionar ante las conductas hirientes o el enfado en el momento. Es mejor preguntar después (cuando las cosas se han calmado) qué temor albergaba ese niño. Por lo general, el temor impulsa la ira y el conflicto. El perfecto amor echa fuera el temor (1 Jn 4:18). Si diagnosticas y echas fuera el temor, la paz podrá volver a emerger con el amor.
Otro corolario que les enseño a los padres de niños que están estudiando es que si su hijo sube al coche después del colegio y rompe en llanto por su día, deben verlo como un cumplido. Todo está bien. El niño mantiene la compostura durante el día, cuando inevitablemente recibe heridas en el entorno escolar, pero se suelta con mamá y papá. Aunque parezca que estás fracasando, en realidad eso es un éxito para un padre piadoso porque «te estás quedando con las sobras». A ese joven dolido no le queda nada, pero tú eres el lugar seguro donde sabe que es amado y puede encontrar paz.
En tercer lugar, recuerda este célebre proverbio, que suele ser malinterpretado: «Instruye al niño en el camino que debe andar, / Y aun cuando sea viejo no se apartará de él» (Pr 22:6). Hace años, mi primer profesor de hebreo me enseñó sabiamente que los proverbios son principios, no promesas. Y, en particular, podemos traducir fácilmente este proverbio como una advertencia funesta. Su contraparte podría traducirse así: «Deja que el niño entre a un camino [en la maldad o en algún patrón de pecado], y cuando crezca, no esperes que cambie».
Otra verdad relacionada con esta es que debes recordar que no puedes limitarte a ser amigo de tus hijos en sus años de desarrollo. Debes ser el padre. Sé fuerte; mantente fiel a tus convicciones. Esto requiere disciplina con amor. Piensa a largo plazo y, con el favor de Dios, serán amigos por muchas décadas cuando tus hijos sean adultos. En Hebreos 12:11, vemos: «Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza. Sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, después les da fruto apacible de justicia». Pero el fruto apacible requiere años de poda.
Por último, recuerda la cualidad indispensable del perdón bíblico. Pablo dice que estamos llamados a ser «misericordiosos» y a perdonarnos unos a otros (Ef 4:32). Esto significa, entre otras cosas, que podemos perdonar incluso cuando no entendemos del todo por qué alguien nos ha herido. Al hacerlo, dejamos de estar a la defensiva y adoptamos una actitud de gracia hacia los demás.
La paz en el mundo comienza con la paz en el hogar familiar. Decide que amarás pase lo que pase. Decide que perdonarás, te arrepentirás y pedirás perdón cuando hayas agraviado y pecado contra tu familia. Nuestra cultura se centra demasiado en los sentimientos y las emociones, pero el amor es, ante todo, una decisión concreta y un compromiso profundo más fuerte y estable que las emociones que siempre están cambiando y los sentimientos momentáneos.
Concluimos con Romanos 15:13: «Y el Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo». La paz (y el gozo, que está estrechamente relacionado con ella) brota de la esperanza en las buenas nuevas y en las promesas de Dios, que nos son dadas por el poder del Espíritu que obra en nosotros. Toda la paz breve y efímera de la que disfrutamos ahora es un anticipo que nos hace anhelar con más fervor el shalom definitivo y pleno —la paz— en la familia de Dios, shalom que gozaremos en las bodas del Cordero. Quiera Dios darte paz en tu familia mientras esperas solo en Cristo.