Espíritus inmundos y lugares áridos
4 junio, 2019Ni una iota ni una tilde
6 junio, 2019Razones por las que la controversia es a veces necesaria
Nota del editor: Esta es la quinta parte de la serie de articulos de Tabletalk Magazine referente al tema de la controversia.
Recientemente observé cómo una joven madre reaccionó rápida y decisivamente para poner fin a la disputa entre dos niños de edad preescolar. Ella actuó con justicia y efectividad, y luego se volteó hacia sus dos acusados y estableció la ley: “¡Pelear nunca es lo correcto!”
Lo siento, querida mamá, entiendo lo que estabas tratando de hacer, pero esa instrucción moral no les servirá de mucho a esos niños a medida que crezcan en madurez. El reto que tienen por delante es el de aprender cuándo es correcto pelear, y cómo pelear la buena batalla de la fe, tal como manda la Biblia.
¿Y qué tal en la Iglesia? ¿Es correcto que cristianos e iglesias se involucren en controversias? Por supuesto, la respuesta es sí; hay momentos en que los creyentes están divididos por asuntos serios y trascendentales, y la controversia es el resultado inevitable. La única manera de evitar toda controversia sería considerando que nada de lo que creemos es lo suficientemente importante como para ser defendido y que ninguna verdad es tan valiosa como para ser comprometida.
Sabemos que Cristo se preocupa mucho por la paz de Su Iglesia. En Su oración por la Iglesia en Juan 17, Jesús pide que Su rebaño sea protegido por el Padre y esté caracterizado por la unidad. Pero, como Cristo también aclara, Su Iglesia debe estar unida y santificada en la verdad. En otras palabras, no hay una unidad genuina fuera de la unidad en la verdad revelada de Dios.
El Nuevo Testamento no es evasivo ya que revela controversias serias y trascendentales entre las congregaciones más antiguas e incluso entre los líderes cristianos. El Apóstol Pablo entró en una controversia con los gálatas mientras defendía el Evangelio no adulterado (Gál 1:6-9). Se metió en una controversia moral al escribirle a los corintios (1 Co 5). Pablo confrontó a Pedro en cuanto a los gentiles y la circuncisión (Gál 2:11-14). Judas advirtió del perpetuo desafío de defender la verdad contra sus enemigos (Jud 3). Juan advirtió sobre una iglesia que era tan tibia y poco comprometida con la verdad que era incapaz de entrar en controversia (Ap 3:14-22).
No hay una unidad genuina fuera de la unidad en la verdad revelada de Dios.
La historia de la Iglesia también nos recuerda la necesidad de la controversia cuando está en juego la verdad del Evangelio. Una y otra vez, vemos momentos en que la verdad debe ser defendida o negada. La Iglesia debe mirar directamente lo que se está enseñando y determinar si la enseñanza es fiel a las Escrituras. Esto suele provocar controversia. Si la Iglesia creyera que la controversia se debe evitar a toda costa, no tendríamos idea de lo que es el Evangelio.
Para nuestra vergüenza, con mucha frecuencia la Iglesia se ha divido por las controversias equivocadas. Hay congregaciones y denominaciones que se han dividido por razones que son irrelevantes a la luz de la Palabra de Dios. Más aún, algunas iglesias parecen prosperar en la controversia, incluso cuando algunos miembros y líderes de la congregación son agentes de desunión. Esto trae vergüenza y reproche a la Iglesia, y distrae a la Iglesia de su tarea de predicar el Evangelio y hacer discípulos.
Entonces, ¿cómo podemos saber si una controversia es correcta o no? La única manera de responder a esa pregunta es yendo a las Escrituras para evaluar la importancia de lo que se está debatiendo. Todas las preguntas relacionadas con la verdad son importantes, pero no todas son igualmente importantes. Las controversias sobre doctrinas centrales y esenciales no se pueden evitar sin traicionar el Evangelio. Tal como Pablo le advirtió a los gálatas, una iglesia que no esté dispuesta a enfrentar la controversia por doctrinas de vital importancia, pronto estará predicando “otro evangelio”. La Iglesia ha tenido que enfrentar controversias por doctrinas tan esenciales como la deidad y humanidad de Cristo, la naturaleza de la Trinidad, la justificación por la fe sola y la veracidad de las Escrituras. Si se hubieran evitado esas controversias, el Evangelio y la autoridad de las Escrituras se habrían perdido. Estas controversias fueron por doctrinas de “primer nivel”: doctrinas sin las cuales la fe cristiana no puede existir.
Doctrinas en un segundo nivel de importancia no tienen que ver con los aspectos fundamentales del Evangelio, y su llamado al arrepentimiento y fe, pero sí explican el por qué la Iglesia se ha dividido en diferentes denominaciones. Las denominaciones han surgido a raíz de desacuerdos en cuanto al bautismo, el orden de la iglesia y otros asuntos que son inevitables en la vida congregacional.
En un tercer nivel, vemos controversias sobre temas que deben ser discutidos, e incluso debatidos, pero que nunca deben dividir a los creyentes en diferentes congregaciones y denominaciones. Las congregaciones y denominaciones deben desarrollar la madurez bíblica y espiritual necesaria para poder determinar la importancia de los desacuerdos y saber cuando la controversia es correcta y cuando no lo es.
Los políticos son conocidos por instar a sus colegas a no desperdiciar una crisis. De la misma manera, la Iglesia no debe desperdiciar una controversia. La iglesia fiel debe hacer que sus controversias valgan la pena. La controversia, cuando aparece, debe conducir a la Iglesia a Cristo y a las Escrituras a medida que los creyentes buscan conocer todo lo que la Biblia enseña. Las disputas y los debates deben poner a la Iglesia de rodillas en oración mientras los creyentes buscan ser de una sola mente guiada por el Espíritu Santo. La controversia, manejada apropiadamente, servirá para advertir a la Iglesia del peligro de la apatía doctrinal y de la necesidad de la humildad personal.
En fin, la controversia debe llevar a la iglesia a orar por esa unidad que Cristo logrará solo cuando glorifique a Su Iglesia. Aun así, Señor, ven pronto. Hasta entonces, no nos atrevamos a desperdiciar una controversia.