Un tiempo para la ira
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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La ira
La mayoría de las calcomanías para parachoques, camisetas y vallas publicitarias cristianas me resultan penosas. Aunque de vez en cuando encuentro algunas que no están tan mal, la mayoría de ellas son atroces. Una de las razones por las que no me agradan es por la forma en que a menudo distorsionan la verdad bíblica con declaraciones escuetas. Aunque estoy seguro de que quienes crean estos mensajes suelen estar motivados por el deseo de evangelizar y discipular, sin embargo, al ofrecer afirmaciones simplistas y verdades a medias, con frecuencia llevan a las personas a una comprensión errónea de la enseñanza clara y más completa de la Escritura. Desearía que, en lugar de inventar frases pegajosas y dichos doctrinales simplistas, los creadores de estos mensajes simplemente citaran la Escritura.
Si bien ciertamente hay un lugar para las declaraciones resumidas y concisas relacionadas a nuestra fe y vida cristianas, como vemos frecuentemente en sermones, catecismos, estudios bíblicos para niños y ocasionalmente en redes sociales, siempre debemos verificar la fidelidad bíblica de tales declaraciones y esforzarnos por no presentar las cosas como mutuamente excluyentes cuando no lo son. Podemos hacer cosas simples sin ser simplistas. Un ejemplo de una declaración doctrinal confusa es una que veo con frecuencia en un cartel enorme en Florida Central. Dice: «Dios no está airado». Cada vez que veo ese cartel, inmediatamente pienso: «Si hay algo que causa a Dios estar airado, es ese cartel». Aunque de verdad creo que el letrero intenta comunicar la gloriosa verdad de que Dios es amor y que amó de tal manera al mundo, el problema es que el mensaje tal como se presenta distorsiona fundamentalmente el carácter de Dios, y engaña a las personas haciéndoles creer que Dios nunca se enoja por nada. Mientras Dios mismo nos dice que Él es «lento para la ira y abundante en misericordia» (Nm 14:18), también nos dice que «Dios es juez justo, / Y un Dios que se indigna cada día contra el impío» (Sal 7:11-13) y que «la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad» (Ro 1:18).
El Antiguo y el Nuevo Testamento están repletos de referencias al enojo, la indignación y la ira de Dios. Aun así, algunos cristianos profesantes quieren enfrentar al Dios del Antiguo Testamento contra el del Nuevo, como si fueran dos deidades diferentes o como si Dios hubiera cambiado de carácter durante el período intertestamentario. Sugieren que, en el Antiguo Testamento, Dios mostraba Su ira, mientras que en el Nuevo Testamento y después, a través de Cristo, Dios solo muestra Su amor. Esta noción no solo surge de una lectura errónea del Nuevo Testamento, sino también de la idea equivocada de que el amor y la ira son opuestos cuando, en realidad, son compañeros cercanos.
Las personas que prefieren un dios de amor y no un dios de ira, en última instancia lo que desean es un dios apático. Lo que muchos no logran entender es que Dios muestra Su ira precisamente porque Él es amor. En efecto, Dios no puede no estar airado con todo lo que se opone a todo lo que es bueno. Él no puede no estar airado con aquello que está en contra de Su carácter santo, justo y totalmente amoroso. Si Dios no estuviera airado con el asesinato, el aborto, la trata de personas, el secuestro, la esclavitud, el racismo, la violencia doméstica, la inmoralidad sexual, el divorcio no bíblico y todos los demás pecados, sería un Dios falto de amor, sin misericordia e indiferente. Si Dios no tuviera una ira justa contra los pecadores, Jesucristo no habría tenido que morir en lugar de ellos. Si Dios no tuviera ira, no habría propiciación ni satisfacción de la ira de Dios en la expiación sustitutoria de Cristo por los escogidos de Dios.
La ira de Dios siempre es justa y siempre se muestra con rectitud. Él no posee ni muestra Su ira de la misma manera que nosotros porque es omnisciente, soberano y omnipotente, y nosotros definitivamente no lo somos. Dios es Dios, y nosotros no lo somos. Nada sorprende a Dios; nunca ha tenido un pensamiento inesperado ni ha recibido una pieza de nueva información. Él no solo sabe todas las cosas y las conoce antes de que sucedan, sino que además ha predestinado todo lo que ocurre, aunque Él no es el autor del mal ni lo aprueba. Además, la ira de Dios no se asemeja a nuestra ira porque nuestro Dios es «sin cuerpo, partes o pasiones» (CFW 2.1), lo que esto significa que Él, tal como es en Sí mismo, no sufre ni cambia ni es un ser pasivo movido por otros. Él muestra Sus perfecciones y afectos como quiere, y no está sujeto a cambios de humor o estallidos incontrolados de enojo, ni de ira imprudente e impulsiva.
Sin embargo, nuestra ira siempre es reactiva, fundamentada en lo que observamos, experimentamos y sentimos. Precisamente porque somos pecadores, nuestra ira no siempre es justa. No siempre somos lentos para la ira, como Dios nos manda a ser en Su semejanza (Stg 1:19). Con frecuencia, pecamos con nuestra ira y por eso la Escritura nos advierte a menudo contra la ira y el enojo (Stg 1:20; ver Gn 4:6; Ec 7:9), ya que para la mayoría de nosotros, cuando nos enojamos, resulta difícil enojarnos sin caer en pecado. Sin embargo, eso es precisamente lo que Dios nos exige: «ENÓJENSE, PERO NO PEQUEN; no se ponga el sol sobre su enojo, ni den oportunidad al diablo» (Ef 4:26-27; ver Sal 4:4). Por lo tanto, hay un momento y un lugar para la ira.
En los últimos años, el concepto de ira ha pasado por una mala racha. Al igual que la disciplina, hablar con valentía y expresar críticas adecuadas, la ira es vista por muchos en nuestra cultura como algo inherentemente malo. Sin embargo, es asombroso cómo ese sentimiento cambia rápidamente cuando las personas pasan por una injusticia o una maldad horribles. Por lo que he observado, no solo el mundo tiene esta perspectiva sobre la ira, sino también muchos cristianos profesantes. Muchos han llegado a aceptar la idea de que, dado que creen que Dios no está airado, nosotros tampoco deberíamos estarlo. Argumentan que mostrar ira es odioso y carente de amor, y que estar airados con los pecadores no es la forma como deberíamos mostrar amor al mundo.
Este pensamiento es el resultado de que los cristianos profesantes hayan adoptado el espíritu de la época, es decir, que estar airado es algo odioso y que mantenerse firme con convicción y estar en desacuerdo con la práctica de lo que Dios ha declarado que está mal es un discurso de odio. Al contrario, es un discurso de amor. Y mientras nos esforzamos por amar a nuestros enemigos y orar por aquellos que nos persiguen, estamos llamados a «hablar la verdad en amor» (Ef 4:15). Mientras que el contexto del mandato de Pablo se centra en cómo nosotros, como iglesia, estamos llamados a hablarnos unos a otros para nuestra edificación y madurez mutua en Cristo, también entendemos a partir de otros pasajes de la Escritura (p. ej., Éx 23:5; Pr 25:21-23; Mt 5:38-42; Lc 6:27-30; Ro 12:17-21) que este mismo principio se aplica a cómo nos relacionamos con el mundo. A menudo he pensado sobre cómo en la generación de mi padre, hablar la verdad en amor significaba estar motivados por el amor y por decir la verdad de una manera amorosa, pero en nuestra generación, la gente lo interpreta como que, si realmente queremos mostrar amor, no deberíamos hablar la verdad en absoluto. En nuestra generación, hablar la verdad con convicción, claridad y audacia se considera ser arrogante, beligerante, insensible y estar enojado. Sin embargo, hablamos la verdad por amor. Nos airamos porque amamos, porque odiamos cuando las personas nos lastiman a nosotros o a nuestros seres queridos y cuando la injusticia y la iniquidad abundan en la iglesia y en el mundo. Aun así, porque nos esforzamos por imitar a nuestro Señor, cuando debemos hablar la verdad en amor, siempre debemos esforzarnos por ser prontos para oír, tardos para hablar y tardos para la ira (Stg 1:19).
Como cristianos, deberíamos ser las personas más amorosas y bondadosas que el mundo conoce. Deberíamos ser los más justos y arrepentidos que el mundo conoce. Deberíamos ser los más firmes y basados en principios que el mundo conoce. Precisamente porque somos amorosos, bondadosos, justos, arrepentidos, firmes y basados en principios deberíamos ser conocidos por el mundo como esos humildes seguidores de Jesucristo que se aíran de manera justa y necesaria ante la injusticia y la iniquidad dondequiera que se presenten, ya sea en el mundo, en nuestras iglesias, en nuestros hogares o en nuestros propios corazones pecaminosos.
Como cristianos, nos mantenemos firmes en la inmutable Palabra de Dios en medio de una cultura que cambia rápidamente. Debemos discrepar sin ser personas innecesariamente desagradables. Debemos hablar con valentía sin caer en la beligerancia. Debemos defender la justicia y la rectitud sin ser duros, groseros o desconsiderados. Y aunque debemos ser lentos para la ira, es necesario que nos airemos sin pecar en nuestra ira. La única manera de lograrlo es por el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros.
Nos airamos porque amamos. Nos airamos por causa del amor de Dios y por Su gloria. Nuestro silencio ante el mal sería un discurso de odio. John Stott declaró con valentía:
En el mundo contemporáneo hay una gran necesidad de más ira cristiana. Nosotros, los seres humanos, hacemos concesiones al pecado de una manera en la que Dios nunca lo hace. Ante el mal flagrante, deberíamos estar indignados en lugar de ser tolerantes; estar airados en lugar de ser apáticos. Si Dios odia el pecado, Su pueblo también debería odiarlo. Si el mal provoca Su ira, también debería provocar la nuestra. ¿Qué otra reacción se debería esperar que la maldad provoque en aquellos que aman a Dios?
Por amor a Dios, debemos reivindicar el lugar correcto y apropiado de la ira.