La vida escatológica
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6 noviembre, 2024Un tiempo para la ira
Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La ira
El mundo está lleno de ira e indignación, y con razón. Hay mucho motivos para airarse en este mundo miserable, caído y pecaminoso. Si no hubiera pecado, no habría ira. La ira existe porque el pecado existe. Como cristianos, sabemos que hay un tiempo y un lugar para la ira contra el pecado, pero a nosotros nos resulta difícil airarnos sin caer en el pecado. A veces nos sentimos enojados sin una causa justa, y otras veces no nos enojamos cuando deberíamos. La ira de Dios es perfecta y Jesús siempre mostró Su ira justa contra aquellos que con justicia la merecían. Sin embargo, como cristianos, somos simul justus et peccator (al mismo tiempo justos y pecadores), declarados justos por Dios pero aún pecadores en nuestros corazones, pensamientos, palabras y acciones. Esta es la razón por la que nos cuesta mostrar una ira justa sin pecar, y es por eso que con frecuencia nos quedamos cortos al intentar imitar a nuestro Salvador.
En ocasiones, la ira puede ser complicada porque a menudo nuestras emociones son complicadas. Nuestros corazones son complejos. En nosotros se libra una guerra entre la carne y el espíritu; una guerra que solo los cristianos experimentan. Aún en medio de esta lucha, Dios nos llama a desechar la ira y el enojo injustos, a ser lentos para la ira, a ser tardos para hablar, y a airarnos pero sin pecar (ver Sal 4:4; Ef 4:26; Col 3:8; Stg 1:19-20). Dado que nuestros sentimientos a veces pueden ser los más grandes engañadores, debemos esforzarnos por hacer que se conformen a nuestra doctrina y no dejar que sean estos los que la definan. Lo que creemos acerca de Dios, del mundo y de nosotros mismos debería ser el fundamento para nuestra ira.
No obstante, con frecuencia nuestras emociones nos dominan y nos permitimos estallar en ira injusta porque no hemos considerado lo que creemos. Nuestras creencias deben moldear nuestras emociones e informar nuestra ira para que siempre esté revestida del fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gá 5:22-23). Solo cuando tenemos al Espíritu Santo y caminamos por el Espíritu, podemos mostrar el fruto del Espíritu, incluso cuando estamos justa y apropiadamente airados. Entonces, y solo entonces, nuestra ira reflejará la ira de nuestro Salvador y glorificará a Dios mientras vivimos coram Deo, delante de Su rostro, mientras esperamos el regreso de nuestro Salvador, cuando toda ira y necesidad de ira llegarán a su fin.