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Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVI
La piedad (pietas) es uno de los temas principales de la teología de Juan Calvino. Su teología es, como dice John T. McNeill, «su piedad descrita en profundidad». Él estaba decidido a confinar la teología dentro de los límites de la piedad. Para Calvino, la teología trata en primer lugar sobre conocimiento —el conocimiento de Dios y de nosotros mismos— pero no hay verdadero conocimiento donde no hay verdadera piedad.
Para Calvino, pietas designa la actitud correcta del hombre hacia Dios, que incluye el verdadero conocimiento, la adoración sincera, la fe salvadora, el temor filial, la sumisión en la oración y el amor reverencial. Conocer quién y qué es Dios (teología) conduce a actitudes correctas hacia Él y a hacer lo que Él quiere (piedad). Calvino escribe: «Llamo “piedad” a la reverencia unida al amor a Dios que induce el conocimiento de Sus beneficios». Este amor y reverencia a Dios es un complemento necesario para cualquier conocimiento de Él y abarca toda la vida. Calvino dice: «Toda la vida de los cristianos debe ser una especie de práctica de la piedad».

El objetivo de la piedad, así como de toda la vida cristiana, es la gloria de Dios: la gloria que brilla en los atributos de Dios, en la estructura del mundo y en la muerte y resurrección de Jesucristo. Para toda persona piadosa en verdad, el glorificar a Dios está por encima de su redención personal. El hombre piadoso, según Calvino, confiesa: «Somos de Dios: vivamos, pues, por Él y muramos por Él. Somos de Dios: dejemos que Su sabiduría y Su voluntad rijan, por tanto, todas nuestras acciones. Somos de Dios: dejemos que todas las partes de nuestra vida se esfuercen en consecuencia hacia Él como nuestro único objetivo legítimo».
Pero ¿cómo glorificamos a Dios? Como escribe Calvino: «Dios nos ha prescrito un modo en el que será glorificado por nosotros, a saber, la piedad, que consiste en la obediencia a Su Palabra. El que sobrepasa estos límites no va a honrar a Dios, sino a deshonrarlo». La obediencia implica una entrega total a Dios mismo, a Su Palabra y a Su voluntad.
Para Calvino, la piedad es integral y tiene dimensiones teológicas, eclesiológicas y prácticas. Desde el punto de vista teológico, la piedad solo puede realizarse a través de la unión y comunión con Cristo y la participación en Él, ya que fuera de Cristo incluso la persona más religiosa solo vive para sí misma. Solo en Cristo pueden los piadosos vivir como servidores voluntarios de su Señor, soldados fieles de su Comandante e hijos obedientes de su Padre.
La comunión con Cristo siempre es el resultado de la fe obrada por el Espíritu, que une al creyente con Cristo por medio de la Palabra, permitiéndole recibir a Cristo tal y como está revestido en el evangelio y ofrecido en gracia por el Padre. Por la fe, los creyentes poseen a Cristo y crecen en Él. Reciben de Cristo por la fe la «doble gracia» de la justificación y la santificación, que juntas ofrecen la limpieza de la pureza imputada y real.
Desde el punto de vista eclesiológico, para Calvino, la piedad es nutrida en la iglesia por la Palabra predicada, los santos sacramentos y el canto de los salmos. Los creyentes cultivan la piedad por el Espíritu a través del ministerio de la enseñanza de la iglesia, progresando desde la infancia espiritual hasta la adolescencia y la plena madurez en Cristo.
La predicación de la Palabra es nuestro alimento espiritual y nuestra medicina para la salud espiritual, dice Calvino. Con la bendición del Espíritu, los ministros son médicos espirituales que aplican la Palabra a nuestras almas como los médicos terrenales aplican la medicina a nuestros cuerpos.
Calvino define los sacramentos como testimonios «de la gracia divina para con nosotros, confirmada por un signo exterior, con el testimonio mutuo de nuestra piedad hacia Él». Al ser la Palabra visible, son «ejercicios de piedad». Los sacramentos fortalecen nuestra fe, nos hacen agradecer la abundante gracia de Dios y nos ayudan a ofrecernos como sacrificios vivos a Dios.
Calvino consideraba los Salmos como el manual canónico de la piedad. Escribe: «No hay otro libro en el que se nos enseñe más perfectamente el modo correcto de alabar a Dios, o en el que se nos incite más poderosamente a realizar este ejercicio de piedad». Con la dirección del Espíritu, el cantar salmos afina los corazones de los creyentes para la gloria.
En la práctica, aunque Calvino consideraba a la iglesia como la cuna de la piedad, también hacía hincapié en la necesidad de la piedad personal. Para él, la piedad «es el principio, el medio y el fin de la vida cristiana». Esto implica numerosas dimensiones prácticas para la vida cristiana diaria, con un énfasis particular en la oración sincera, el arrepentimiento, la abnegación, el cargar la cruz y la obediencia.
Calvino se esforzó por vivir él mismo la vida de pietas. Habiendo probado la bondad y gracia de Dios en Jesucristo, persiguió la piedad al buscar conocer y hacer la voluntad de Dios cada día. Su teología y eclesiología se tradujeron en una piedad práctica, sincera y centrada en Cristo, una piedad que, en última instancia, afectó y transformó profundamente a la iglesia, a la comunidad y al mundo.