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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Palabras y frases bíblicas mal entendidas
Es frustrante que las cosas no funcionen como deberían. Como cuando uno está buscando pilas en el cajón de los trastos, para luego descubrir que no tienen carga a pesar de que no están caducadas.
Esta inutilidad nos da una idea de lo que quiere decir la Biblia cuando habla de vanidad. La vanidad es un concepto sapiencial que se encuentra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y nos indica lo que funcionará y lo que no. Sirve como una etiqueta de advertencia de parte de Dios para ayudarnos a discernir lo que es real, duradero, eficaz y valioso, en contraposición a lo que es vano, fútil, insignificante y fugaz. El libro de Eclesiastés se especializa en el tema de la vanidad, aplicándolo a casi todos los ámbitos de la vida bajo el sol en los que podríamos tratar de buscar propósito en este mundo caído. Sus descripciones de la frustración y la ineficacia reflejan nuestras propias experiencias.


El concepto sapiencial de la vanidad tiene el propósito de evitar que busquemos significado, propósito y valor en lo que solo nos decepcionará. Refleja el proverbio: «Hay camino que al hombre le parece derecho, / Pero al final, es camino de muerte» (Pr 14:12). Sin embargo, la sabiduría no solo nos ayuda a discernir la vanidad, sino que nos muestra dónde podemos encontrar la vida que buscamos. Tras un estudio exhaustivo de la vanidad, Eclesiastés expone el principio operativo para una vida con propósito: «La conclusión, cuando todo se ha oído, es esta: / Teme a Dios y guarda Sus mandamientos, / Porque esto concierne a toda persona» (Ec 12:13). En otras palabras, en lugar de fiarnos de lo que nos parece bien o de aceptar los consejos del mundo, miramos más allá del orden creado para ver y escuchar a nuestro Creador. Al oírlo, ponemos en práctica lo que nos dice, formando nuestras opiniones, dirigiendo nuestros pasos y depositando nuestra confianza en Él y en Su voluntad revelada. El temor del Señor es el principio de la sabiduría.
Encontramos este principio operativo en el llamado que Dios nos hace a través del profeta Isaías, donde contrasta el pan que no sacia con el rico alimento que Él proporciona (Is 55:2-3). Sin el temor del Señor que nos lleva a escucharlo como Dios, corremos el peligro de entregarnos a la vanidad de las cosas que solo nos decepcionarán. El contraste entre vanidad y verdad, entre lo vano y lo valioso, constituye la línea divisoria entre sabiduría e insensatez en toda la Escritura. Lo vemos en términos de dónde buscamos la verdad y en qué ponemos nuestra confianza.
Cuando Pablo y Bernabé llevaron el evangelio a Listra en el libro de los Hechos, instaron a la gente a «que se vuelvan de estas cosas vanas a un Dios vivo, QUE HIZO EL CIELO, LA TIERRA, EL MAR, Y TODO LO QUE HAY EN ELLOS» (Hch 14:15). ¿Qué eran esas cosas vanas? El pueblo se había fabricado sus propios dioses y seguía sus propias inclinaciones. Al calificar todo esto como vano, Pablo y Bernabé estaban diciendo: «No funcionará». Más bien, el pueblo debía arrepentirse de sus métodos para entonces buscar y servir al Dios vivo y verdadero (ver Sal 31:5-8; 1 Ts 1:9-10).
Cuando escuchamos al Dios creador nos alejamos de los caminos fútiles que nos parecen correctos, para adentrarnos en el camino fértil que da vida. En última instancia, ese camino es la provisión de Dios en Jesucristo, en quien se encuentra la vida auténtica, abundante y eterna.
El apóstol Pablo expresa la salvación de Dios en Cristo en términos de vanidad. Al explicar la eficacia de la obra de Cristo, dice: «y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también la fe de ustedes… y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es falsa; todavía están en sus pecados. Entonces también los que han dormido en Cristo están perdidos» (1 Co 15:14, 17-18). Pero Cristo ha resucitado. Nuestra fe está fundada. Nuestra esperanza no es vana. Nuestra vida en Cristo no carece de sentido. Nuestro trabajo en el Señor no es en vano.