Esclavo, soldado, pastor
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Cuando se cuestionó la integridad de George Whitefield, ¿quién lo defendió? En este episodio de 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, Stephen Nichols relata la amistad de Whitefield y Benjamin Franklin.
Transcripción
Bienvenidos a 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, un podcast de los Ministerios Ligonier con Steve Nichols.
Este episodio se titula «Lo que Ben dice de George». El Ben al que nos referimos se trata de Benjamin Franklin. Y el George de quien Ben estaba hablando no es otro que George Whitefield, el evangelista del Gran Avivamiento.
Benjamin Franklin escribió su autobiografía, y en ella dedica varias páginas a recordar su amistad con George Whitefield, de quien dice lo siguiente:
En 1739, llegó de Inglaterra el reverendo Whitefield, quien ya era bien conocido allí por ser predicador itinerante. Al principio se le permitió predicar en algunas de nuestras iglesias, pero el clero, disgustado con él, pronto le prohibió predicar en sus púlpitos, y se vio obligado a predicar en los campos.
Bueno, eso no era nuevo para Whitefield. Estaba acostumbrado a no ser bienvenido en los púlpitos cuando estaba en Inglaterra. Uno de sus sermones que solía predicar era «El casi cristiano». Entraba a las iglesias y decía: «¿Saben quién es el casi cristiano? Es uno que está confiado simplemente porque va a la iglesia. Uno que confía en el hecho de que tal vez fue bautizado de niño en la iglesia anglicana, pero no es un verdadero cristiano. Son casi cristianos».
Así que, no debería sorprendernos que, después de predicar algunos sermones como estos, ya no volvieran a invitar a Whitefield a predicar. Pero eso no lo detuvo. Se dirigió a los campos al aire libre, o, incluso, como en el caso de Filadelfia, en las calles de esta ciudad.
En su autobiografía, Franklin dice lo siguiente de Whitefield: «Observo la extraordinaria influencia de su oratoria sobre sus oyentes, y lo mucho que le admiraban y respetaban, a pesar de que solía insultarlos asegurándoles que eran por naturaleza mitad bestias y mitad demonios». Y claro, a lo que Franklin se refiere aquí es que Whitefield era calvinista. Y como estaba presentando el evangelio debía decir – como el Dr. Sproul escribe en uno de sus libros – que si somos salvos la pregunta es: «¿De qué somos salvos?». Somos salvos de la ira de Dios porque somos pecadores. Ese era el mensaje de Whitefield.
Por su lado, Franklin era todo menos un calvinista. De hecho, en un momento dijo: «Mi madre se lamenta, porque uno de sus hijos es arriano y otro de ellos, arminiano». En realidad, Ben Franklin era arriano (no creía que Jesucristo es Dios) y también arminiano (no creía que el hombre es radicalmente depravado), por lo que no le entusiasmaba mucho el calvinismo de Whitefield. Pero a pesar de esto, llegaron a ser amigos. De hecho, en un momento Whitefield había fundado un orfanato en Georgia, y en sus reuniones de avivamiento recogía ofrendas para estos huérfanos, por lo que sus detractores y críticos decían: «Oh, solo se está llenando los bolsillos». Pero Franklin defendió el carácter de Whitefield, declarando: «Así que, estos enemigos de Whitefield decían que él iba a usar el dinero de las colectas para su propio beneficio personal. Pero yo, que lo conocí íntimamente, y me ocupaba de la impresión de sus sermones y de sus diarios, nunca tuve la menor sospecha de su integridad, sino que, hasta el día de hoy, creo sin duda alguna, que fue en toda su conducta, un hombre perfectamente honesto».
Aunque Whitefield era un gran orador para las multitudes, lo que más impresionaba a Franklin no era tanto la oratoria sino su integridad. De hecho, Franklin hablaba de la oratoria de Whitefield diciendo:
Poco después asistí a uno de sus sermones, y en el transcurso de este me di cuenta que él tenía la intención de hacer una colecta al final. Y allí, en silencio, tome una decisión: “No obtendrá nada de mí”. Tenía en mi bolsillo un puñado de monedas de cobre; tres o cuatro dólares de plata y cinco monedas de oro españolas. A medida que hablaba, empecé a ceder y decidí darle las monedas de cobre. Nuevamente recibí el impacto de su oratoria, me sentí avergonzado y resuelto a dar la plata. Y concluyó de forma tan admirable que vacié por completo mi bolsillo en el plato de las ofrendas: El cobre, la plata, el oro y todo.
George Whitefield fue un hombre extraordinario y este es el extraordinario testimonio de Benjamin Franklin. Y no solo de su poderosa oratoria, sino de su integridad.
Soy Steve Nichols. Gracias por acompañarnos en cinco minutos en la historia de la iglesia.
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