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Hace quinientos años, un monje agustino se presentó ante un concilio imperial y fue llamado a retractarse de sus enseñanzas. Con su conciencia atada a la Palabra de Dios, Martín Lutero se negó a transigir. Su postura avivó las llamas de la reforma, ya que la iglesia occidental recuperó las preciosas enseñanzas que durante mucho tiempo habían sido oscurecidas por reglas y tradiciones extrabíblicas.
Con motivo del quinto centenario de la Dieta de Worms, en este corto video el Pastor Sugel Michelén explora las verdades esenciales defendidas en la Reforma protestante. Al considerar la relevancia de estas verdades para las personas de todas las edades en todo el mundo, se nos animará a permanecer con convicción en la Palabra de Dios hoy en día.
Transcipción
El 31 de octubre de 1517 un monje alemán llamado Martín Lutero clavó un documento en la puerta de la iglesia del Castillo en la ciudad de Wittenberg en Alemania que contenía 95 tesis condenado el abuso de la venta de indulgencias. El documento estaba escrito en latín y era una invitación a los académicos de la ciudad universitaria a discutir sobre este tema. De manera que no había nada revolucionario en la acción de Lutero o que pudiera predecir el tsunami que ese documento habría de provocar en toda Europa.
Pero esa noche, y sin saberlo obviamente, Martín Lutero había dado inicio a la Reforma. Lo que comenzó como una protesta contra el abuso de la venta de indulgencias terminó convirtiéndose en un movimiento de retorno a las Escrituras para purificar la Iglesia cristiana de todas las tradiciones humanas que habían oscurecido el mensaje del evangelio durante toda la Edad Media. Y aunque muchos ven la Reforma como una división en la verdadera Iglesia y otros ni siquiera pueden entender porqué debemos dar tanta importancia a un evento histórico que ocurrió hace tanto tiempo, lo cierto es que los temas que discutieron los reformadores tienen tanta relevancia para nosotros hoy como hace 500 años. Los principios que ellos defendieron hace cinco siglos son atemporales porque constituyen la esencia del verdadero cristianismo. Estos principios fueron resumidos más adelante en cinco lemas que conocemos hoy como las 5 solas de la Reforma: sola Escritura, sola gracia, sola fe, solo Cristo y solo la gloria de Dios.
Si comparamos estos principios con un gran templo de la verdad, pudiéramos decir que sola Escritura es el fundamento que soporta toda la edificación. Sobre este fundamento se levantan tres columnas que definen y sostienen el evangelio: sola gracia, sola, fe y solo Cristo. Y finalmente coronamos la edificación con «soli deo gloria», una frase en latín que significa que la gloria sea dada únicamente a Dios.
Los reformadores del siglo 16 no trataron de crear una nueva religión, sino regresar al fundamento de la Iglesia colocando la Escritura como nuestra máxima autoridad. En otras palabras, ellos estaban convencidos de que la única manera como la Iglesia de Cristo puede avanzar hacia delante es volviendo hacia atrás; regresando al fundamento establecido por Dios en Su palabra.
Y aunque la venta de indulgencias fue el factor detonante, como dijimos hace un momento, en el trasfondo de esta controversia había un asunto mucho más fundamental: ¿cuál es la base de autoridad sobre la cual podemos diferenciar con toda certeza la verdad del error en asuntos de doctrina y de la práctica cristiana? La Iglesia católica romana descansaba en la enseñanza de la Biblia más la tradición, más los concilios más la autoridad del papa, pero tanto Lutero como los demás reformadores descansaban únicamente en la Biblia como su fuente máxima de autoridad para resolver toda controversia. De ahí el lema sola Escritura.
En enero de 1521 Lutero fue llamado a comparecer ante la Dieta de Worms delante de Carlos Quinto que había sido recién electo emperador del Sacro Imperio romano germánico. Era el hombre más poderoso de la tierra en ese momento. Las asambleas en las que se trataban los asuntos del imperio eran conocidas como «dieta imperial», de ahí lo de Dieta de Worms. A mediados de abril de ese año, Lutero se presentó ante el emperador pensando que él iba a tener la oportunidad de defender sus puntos de vista, pero para sorpresa suya solo se le permitió responder dos preguntas: si los escritos que estaban sobre una mesa eran suyos y si se retractaba de todos ellos. A la primera pregunta Lutero respondió que sí pero pidió tiempo para responder la segunda. Le concedieron 24 horas. Al comparecer ante la Dieta, al día siguiente, Lutero manifestó su disposición a retractarse de sus escritos si le mostraban con la Escritura donde había errado. Pero se le dijo que no lo habían convocado para refutar nada, sino para saber si se retrataba o no. Lutero entonces respondió con estas famosas palabras:
Si no me convencen mediante testimonios de las Escrituras o por un razonamiento evidente, puesto que no creo al papa ni a los concilios solos porque consta que han errado frecuentemente y se han contradicho a sí mismos, quedo sujeto a los pasajes de las Escrituras aducidos por mí y mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no es prudente ni recto obrar contra la conciencia. No puedo proceder de otra manera. Aquí estoy. Que Dios me ayude. Amén.
En ese momento Lutero estaba declarando de la manera más clara posible que la Palabra de Dios está muy por encima de toda opinión y autoridad humana. Eso es lo que significa el principio de sola Escritura. La idea no es que despreciemos la contribución de aquellos hombres que Dios ha dado a Su Iglesia como teólogos y maestros de la Palabra. Efesios 4:11 claramente nos enseña que Dios ha dado pastores y maestros a la Iglesia. Los mismos reformadores citaban a menudo a los padres de la Iglesia, sobre todo a Agustín de Hipona, pero ninguna opinión humana puede tener más autoridad que la revelación de Dios en Su Palabra. De manera que si tenemos que hacer una elección entre la Biblia y cualquier otra autoridad, la Biblia siempre tendrá la última palabra. Si solo la Escritura es inspirada por Dios y solo la Escritura es infalible y sin error, entonces no puede existir ninguna persona o ninguna institución que tenga sobre nosotros más autoridad que las Escrituras.
Es por eso que el Lutero decía que colocar tu opinión a la par de La Biblia o por encima de ella es en realidad levantarte por encima de Dios mismo. Ahora, Dios mismo, perdón. No piensen ni por un momento que ese es un problema exclusivo de la Iglesia católica romana. Aunque las iglesias evangélicas dicen no creer en un papa infalible en muchos casos sus tradiciones están por encima de la Palabra de Dios y algunos pastores son «cuasi papa» en un sentido funcional. Actúan de cara a la iglesia como si sus opiniones personales tuvieran el mismo peso, la misma autoridad que la Palabra de Dios o incluso una autoridad mayor. Pero si bien es cierto que todos los pastores tienen autoridad porque Dios mismo se las dio, los pastores que han sido llamados por Él, es una autoridad delegada que se encuentra por debajo de la Biblia. No tenemos derecho a atar la conciencia de nadie a nuestras propias opiniones y mucho menos a torcer el significado de las Escrituras.
Escuchen lo que Pablo escribe a los gálatas en Gálatas, capítulo 1 versículo 6 al 9:
Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo para seguir un evangelio diferente, y no que haya otro —aclara él— sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Más si aún nosotros o un ángel del cielo os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado sea anatema. Como antes hemos dicho también ahora lo repito, si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido sea anatema.
Maldito de Dios. Ningún ser humano puede estar por encima de la Biblia ni siquiera los apóstoles lo estaban porque ningún ser humano tiene más autoridad que Dios.
Así que al celebrar el 500 aniversario de la Dieta de Worms en este año 2021, ante la que compareció Lutero, no tenemos la intención de idolatrar a ningún hombre, pero lo cierto es que en este momento histórico Lutero levantó un estandarte que los creyentes de América Latina y de todo el mundo debemos mantener en alto en medio de una sociedad cada vez más secularizada y de una Iglesia evangélica que en muchos lugares sufre los estragos del pragmatismo, del legalismo y del tradicionalismo. Recuerden que la Iglesia solo puede avanzar hacia delante volviendo hacia atrás, regresando al fundamento que Dios nos ha dejado en Su Palabra. ¿Estamos nosotros dispuestos a colocar las Escrituras en el centro de la vida y ministerio de nuestras Iglesias locales, con todo lo que eso implica?
Pensemos por un momento en la centralidad de las Escrituras en nuestros servicios de adoración. Para nosotros es tan natural que alguien venga al púlpito cada domingo y nos explique un pasaje de las Escrituras, y en español, pero cada vez que eso sucede deberíamos darle gracias a Dios por los hombres y mujeres que dejaron un rastro de sangre por mantener en alto el principio de sola Escritura. Porque ese es un privilegio que muchos no pudieron disfrutar durante siglos. El centro de los servicios de adoración durante la Edad Media era la participación de la eucaristía, no la predicación de la Palabra. Es por eso que el altar para la celebración de la misa se colocaba en el centro de las iglesias y el púlpito era puesto a un lado. La predicación no era un medio para edificar al pueblo con las Escrituras. De hecho, eran breves homilías que los sacerdotes decían en latín. De modo que solo las personas instruidas podrían entenderlos.
Pero cuando los reformadores volvieron a colocar la Palabra de Dios en el lugar de preeminencia que le corresponde la predicación de esa Palabra vino a ser preeminente en los servicios de adoración. Como bien ha dicho alguien, ese desplazamiento físico del altar donde se celebraba la misa para colocar el púlpito en su lugar representa geográficamente el movimiento teológico desde una adoración basada en los sacramentos a una adoración basada en la Palabra. Lamentablemente esa no es la realidad de muchas iglesias evangélicas en el día de hoy en el mundo de habla hispana. Hay muchas cosas que han desplazados o sustituido la predicación de la Palabra. Porque han dejado caer a tierra el principio de sola Escritura.
Mis hermanos nosotros somos el pueblo del Libro. De manera que al congregarnos como iglesia en el día del Señor debemos cantar la Palabra orar la Palabra, leer la Palabra, predicar la Palabra. Pero no solo debemos insistir en la centralidad de las Escrituras en el ministerio de la iglesia, sino también en el corazón de cada creyente y de cada una de las familias que componen la iglesia.
Déjame hacerte una pregunta: ¿es la Palabra de Dios la autoridad suprema de tu vida de tal manera que puedes decir cómo Lutero en la Dieta de Worms: mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. Heme aquí. Que Dios me ayude? Nota que él no dijo estar convencido de que la Biblia es la Palabra de Dios. No, lo que él dijo es que su conciencia estaba atada de tal manera a la autoridad de Dios en Su Palabra que él prefería morir antes que negar una sola doctrina de las Escrituras. Y yo te pregunto una vez más: ¿está tu conciencia atada a la Biblia de ese modo? ¿Por encima de cualquier otra autoridad humana, por encima incluso de tus propias opiniones o de las inclinaciones naturales de tu propio corazón? ¿Es cada vez más evidente en tu vida la autoridad de las Escrituras en tu relación con tu esposa o con tu esposo, en tu relación con tus hijos, en tu trabajo, como miembro de la iglesia, en el uso de tu tiempo, de tus recursos, de tus dones y talentos? ¿Es la Palabra de Dios tu autoridad?
Que el Señor nos ayude atar nuestras conciencias a la Palabra de Dios de tal manera que ante toda opinión humana que contradiga las Escrituras podamos decir como Pablo: «que sea Dios veraz y todo hombre mentiroso», Romanos capítulo 3 versículo 4. Ante un mundo que se seculariza cada vez más y ante una Iglesia que en muchos lugares ha sucumbido al pragmatismo, al legalismo, al tradicionalismo, debemos estar dispuestos a decir junto con Lutero:
Mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no es prudente ni recto obrar contra la conciencia. No puedo proceder de otra manera. Aquí estoy. Que Dios me ayude. Amén.