El Perdón

Cuarta parte de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Cómo enfrentar problemas difíciles».
El perdón es una necesidad universal de toda la humanidad. No solo es algo que necesitamos, sino que también es algo que debemos dar. ¿Cuántas veces debes perdonar a alguien? ¿Y qué pasa si esa persona nunca pide perdón? ¿Debemos perdonar a otros que no lo desean? Al considerar estos planteamientos y preguntas en esta lección, el Dr. Sproul analiza algunas de las dificultades que rodean al perdón.

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Transcripción

Hace 30 años, cuando mi hija era solo una niña pequeña, yo trabajaba en el equipo de una iglesia en Cincinnati. Y cada año teníamos una semana especial de servicios que llamamos Misión Anual de Predicación. Esto era algo inusual para una iglesia presbiteriana, el hecho de tener un gran énfasis evangelístico durante una semana. De hecho, todos los años, incluso durante esta semana, se hacían llamados al altar, lo cual tampoco era conocido en tales círculos. Traíamos a un predicador invitado. Y ese año, resultó que nuestro ministro invitado era Lloyd Ogilvie, quien llegó a ser capellán de los Estados Unidos. Y tuve que participar y ayudar en el servicio de adoración de esa noche en particular. Y había un programa para niños que se desarrollaba simultáneamente en otro ambiente de la iglesia. Tomé a mi niña esa noche y la puse en el programa para niños, y luego fui a la oficina de la iglesia y me preparé para el servicio de adoración.

Bueno, esa noche la iglesia estaba llena. Había un par de miles de personas allí. Y al final del sermón, el doctor Ogilvie hizo un llamado a las personas a entregar sus vidas a Cristo; estaba parado al frente del antealtar y miré hacia afuera y vi a estas personas que venían por los pasillos hacia el frente de la iglesia. Y para mi total asombro, entre todos ellos se encontraba mi pequeña hija. Y pensé: “Oh, no. Es demasiado joven para involucrarse en este tipo de cosas, porque no es posible que ella pueda entender de qué se trata todo esto”. Sin embargo, ella pasó adelante e hizo su profesión de fe.

Y después del servicio, cuando la estaba llevando a casa, le pregunté: “Cariño, ¿qué te hizo pasar al frente durante esa parte del servicio de adoración?” Ella dijo: “Papá, no lo sé”. Ella dijo: “No podía quedarme quieta. Tenía que ir allí. Era como si algo me estuviera tirando y atrayéndome, y tenía que ir”. Y dije: “Bueno, ¿cómo te sientes ahora?” Y ella dice: “Oh, papá”, dice, “me siento tan limpia”. Ella dijo: “Me siento como un bebé recién nacido”. Y pensé: “Bueno, tal vez ella entienda de qué se trata”, porque la experiencia que tuvo, incluso siendo una niña, fue una experiencia del perdón de Dios. Y me identifiqué con eso en la vida de mi propia hija, porque mi experiencia de conversión fue muy similar.

Mi conversión a Cristo se produjo cuando estaba solo en mi cuarto. Estaba de rodillas frente a mi cama y rogué a Dios por su misericordia. Y me sentí abrumado por una sensación de completo indulto y perdón total. Y quería salir de esa habitación y correr calle abajo y gritar. Y sentí como que haría lo que fuera para contarle a todo el que pudiera sobre la grandeza de la misericordia de Dios, porque de lo que se trata nuestra salvación es del perdón.

Ahora, en nuestra última sesión analizamos el difícil problema de la culpa. Y mencioné a la estudiante universitaria que aconsejé hace muchos, muchos años, quien, después de haber hablado con otro consejero trató de explicar su culpabilidad, dijo: “Pero todavía me siento culpable”. Y le dije: “Eso es porque eres culpable. Y la única respuesta que conozco, a la culpa real, es el perdón real. La única respuesta a la culpa objetiva es el perdón objetivo”. Ahora, tal como vimos la confusión que puede existir entre los sentimientos de culpa subjetivos, a diferencia de la realidad objetiva de la culpa real; entonces, tenemos el mismo tipo de confusión entre el perdón objetivo y los sentimientos de perdón, que son el lado subjetivo del perdón. Y a veces no siempre están de acuerdo entre sí. Es decir, a veces no podemos ser perdonados, aunque nos sintamos perdonados. O podemos ser perdonados y aun así no sentirnos perdonados.

Mi ilustración favorita de eso es otra mujer que vino a verme en la iglesia, en una ocasión, y ella estaba toda angustiada. Estaba luchando con su culpa y me contó lo que había hecho. Y ella dijo: “Doctor Sproul, usted es teólogo y necesito encontrar una respuesta a lo que puedo hacer con mi problema”. Ella dijo: “Soy culpable”, y confesó sus pecados y todas esas cosas.
Y dije: “Bueno, ¿qué has hecho?” Y ella dijo: “Bueno, le he pedido a Dios 10 veces que me perdone por este pecado. Y todavía no estoy perdonada. ¿Qué puedo hacer?”. Ella me estaba buscando para darle un consejo teológico profundo que no podría obtener en ningún otro lugar.

Y yo dije: “Bueno, creo que lo que debes hacer es arrodillarte y pedirle a Dios que te perdone”. Ella dijo: “Pero ya lo he hecho 10 veces”. Le dije: “No te estoy pidiendo que le pidas a Dios que te perdone por ese pecado, que has pedido perdón por 10 veces. Quiero que te pongas de rodillas y le pidas a Dios que te perdone por tu arrogancia”. “¿Qué?” preguntó. Estaba enojada. Y dijo: “¿Arrogancia? ¿Qué arrogancia?” Ella dijo: “He sido el modelo de humildad. He estado de bruces ante Dios, día y noche, suplicándole que me perdone por este pecado”. Le dije: “¿Y cuántas veces lo has hecho?” Y ella dijo, “10 veces”. Añadí: “¿Y qué es lo que dice Dios? ¿No dice Dios que, si confiesas tus pecados, Él es fiel y justo para perdonar tus pecados y limpiarte de toda maldad? ¿Dice Dios eso?” Ella dijo que sí.” Le dije: “¿Confesaste tu pecado?” “Sí”, dijo, “pero no me siento perdonada”. Dije: “Ese es el problema”. Le dije: “Solo tienes que confesar tu pecado una vez a Dios. Si eres honesta y sincera en tu confesión, Dios promete, absolutamente, perdonarte y limpiarte de toda maldad.

La razón por la que te pido que vuelvas a ponerte de rodillas es por negarte a creer la promesa de Dios, cuando Él te ha dado su compromiso y su palabra de perdonarte. Te pido que le pidas a Dios que te perdone por tener tu sentido del perdón descansando en tus sentimientos, en vez de en la integridad de Su palabra “. “¿No ves que has ensombrecido la integridad de Dios, basada en tus sentimientos? Espero que experimentes el gozo del sentimiento del perdón. Pero el estado real del perdón realmente no tiene nada que ver con cómo te sientes al respecto. Al igual que ante la ley de Dios, o tú eres culpable o tú no eres culpable. Entonces, en términos de la presencia de Dios, o eres perdonado o no eres perdonado “. Por lo tanto, debemos superar la confusión y llegar a comprender cómo es el perdón real y auténtico.

Ahora, por lo general, no dependo de mecanismos ingeniosos de aliteración para bosquejar o estructurar mis discursos o mis mensajes. Algunas personas son muy buenas en eso. Normalmente no lo practico, pero hoy voy a salirme de mi procedimiento normal y dar las cinco R del perdón. ¿Han oído hablar de las tres “b’s”? Bueno, bonito y barato. En este caso son R’s. Les voy a dar las cinco R que tienen que ver con el perdón. Todas tiene fuerte el sonido r. Los mencionaré primero, y luego los veremos en serie.

La primera R es aRRepentimiento La segunda, Remisión. La tercera, Restitución. La cuarta, Reconciliación. Y la quinta, Restauración. Las cinco con sonido R: arrepentimiento, remisión, restitución, reconciliación y restauración. Todos estos son aspectos o partes íntimas del perdón real. Le dije a la mujer de nuevo, la estudiante universitaria, le dije: “La única cura para la culpa real es el perdón real. Y el requisito necesario para el perdón real es el arrepentimiento real. No hay perdón ante Dios, sin arrepentimiento. Dios sí pone una condición de su perdón, y eso es que nos arrepintamos “.

Ahora, hay una gran confusión sobre esto, no solo con respecto a nuestra relación vertical con Dios, sino también con respecto a nuestras relaciones con otras personas. De alguna manera, la idea ha penetrado en la comunidad cristiana de que siempre es deber del cristiano, en cada situación de la vida, otorgar perdón a quienes pecan contra nosotros, de manera unilateral e inmediata, ya sea que la gente se arrepienta de sus pecados o no. Que simplemente no se nos permite negar el perdón a las personas. No sé de dónde saca la gente eso del Nuevo Testamento, excepto que nuestro Señor, en ciertas ocasiones, oró unilateralmente por el perdón de sus enemigos sin que se arrepintieran y antes de que se arrepintieran. Incluso en la cruz dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que ellos hacen”.

Ahora ciertamente debemos emular a Cristo en términos de nuestra actitud de gracia hacia aquellos que nos han transgredido. Y siempre debemos estar dispuestos a perdonar en un abrir y cerrar de ojos. Pero todo el sistema de disciplina de la iglesia en el Nuevo Testamento y el juicio en las puertas de Israel en el Antiguo Testamento tiene que ver con buscar reparación ante los concilios de la iglesia para aquellos que nos han transgredido y que no se han arrepentido. Y hay aquellas ocasiones donde podemos retener nuestra beneficencia hacia las personas, si han pecado contra nosotros y no se han arrepentido. Así como Dios no perdonará unilateralmente a todos, a menos que se arrepientan.

Ahora, el otro lado de eso es que, si alguien nos transgrede y esa persona se arrepiente, si nos negamos a perdonarlos, entonces carbones encendidos amontonamos sobre nuestras cabezas.
Es nuestro deber absoluto perdonar a aquellos que se arrepientan de sus pecados contra nosotros, con estas severas advertencias que Jesús da. Si nos negamos a perdonar a los que pecan contra nosotros, cuando se arrepienten, ¿cómo podemos esperar que Dios nos perdone? Vivimos por el perdón y debemos manifestar un espíritu de perdón en respuesta a la gracia y la ternura de Dios.

Pero ¿qué significa el arrepentimiento? Bueno, tenemos un lema en nuestra cultura: “Amar significa no tener que decir nunca lo siento”. Eso ciertamente no proviene de la palabra de Dios. Amor significa estar dispuesto y ser rápido para decir “lo siento” cuando he transgredido a otra persona. Entonces, el arrepentimiento significa, “Un dolor piadoso por haber quebrantado la ley de Dios, haber transgredido la relación con Dios, haber roto nuestras relaciones con los demás”. Ese es un verdadero dolor, y un dolor que conlleva el deseo y la determinación de apartarse de ese pecado. No basta simplemente con reconocer que soy culpable, sino que tengo que decir: “En mi culpa, no solo soy culpable, sino que lo siento” y “Oh, Dios, por favor, ayúdame a no hacer eso otra vez”.

Ahora, obviamente, Jesús nos dijo que si tu hermano peca contra ti 7 veces 70, y se arrepiente 7 veces 70, ¿qué se supone que debes hacer? Se supone que debes perdonar 70 veces 7. Y puede ser que empieces a preguntarte por la autenticidad y sinceridad del arrepentimiento de la persona, cuando continúa cometiendo el mismo pecado. Pero esa es la naturaleza del pecado, y esa es la naturaleza de los pecadores. Todos hemos sido culpables en nuestras vidas de cometer el mismo pecado más de una vez. Pero cuando Dios perdona un pecado, el perdón real no guarda registro, como veremos en un momento.

Arrepentimiento. La palabra en el Nuevo Testamento es la palabra metanoia, que literalmente significa un cambio de parecer. Ahora bien, no es solo una conclusión intelectual que es diferente de una conclusión anterior, sino que de repente comienzo a ver mi pecado por lo que realmente es. Y donde antes no me molestaba o lo racionalizaba, ahora cambio de parecer y estoy listo para reconocer la realidad de mi culpa y dar la espalda a mis racionalizaciones y mis intentos de negar la realidad de mi culpa. Ahora, cuando esa condición se cumple, cuando hay un verdadero arrepentimiento, que implica un reconocimiento de la culpa y un dolor por la culpa y la determinación de alejarse de la culpa, eso es seguido por la remisión de los pecados.

Si vamos al libro de Isaías, en el primer capítulo, versículo 18, leemos estas palabras: “Venid ahora, y razonemos, dice el Señor, aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, como blanca lana quedarán”. Aquí, en la expresión poética del profeta, obtenemos el contraste marcado entre el enrojecimiento de la sangre y la blancura pura. “Porque con el perdón y la remisión de los pecados viene la limpieza del alma por el perdón de Dios”. ¿Qué dice David? Purifícame con hisopo y quedaré limpio. Lávame y seré como la nieve. Y esta es la promesa de Dios.

El término remisión significa “Enviar”. Tú recibes cuentas por correo, facturas y te indican cuánto debes por bienes o servicios particulares que has adquirido. Y luego, a pie de página, dice: “Remita el pago con esta factura”. ¿Qué significa eso? Significa que debes enviarlo. Lo envías por correo. No dejas que la cuenta se quede en tu cocina. Tienes que mandar el pago con la factura, ir al buzón y se envía a la otra persona. La palabra misión significa “enviar”. “Missio”. Tenemos misiles. Tenemos misivas. Tenemos misiones. Tenemos misioneros. Todos están involucrados en algún tipo de actividad de envío.

Pero de lo que estamos hablando con la remisión de pecados es que Dios está enviando lejos nuestros pecados. Donde dice: “Cuanto está el oriente del occidente, lejos de vosotros apartaré vuestras rebeliones”. Isaías en el templo, cuando el serafín llegó con tenazas calientes al altar, tomó ese carbón caliente y vino y lo puso en la boca del profeta. El ángel le dijo a Isaías: “He aquí, tu iniquidad ha sido perdonada y tus pecados han sido quitados”. Han sido quitados de nosotros. Eso es lo que sucede. Y en lugar de esa carga de culpa viene la limpieza de Dios del alma. “Lo que digo, que era escarlata, ahora es blanco como la nieve. Lo que era carmesí ahora se vuelve como lana”.

Ahora tenemos una expresión popular aquí, sobre perdonar y olvidar. Y la idea es que Dios olvida nuestros pecados. Cuando nos declara perdonados, olvida nuestros pecados. Ahora podemos tener un malentendido muy grave de eso. No es como si, cuando le pedimos a Dios que nos perdone y Él remite nuestros pecados y los quita de nosotros y los envía lejos, de repente, Él tiene una pérdida de memoria y el gran Dios del Cielo que es omnisciente de repente ya no es capaz de recordar que alguna vez pecamos contra él. Eso no es lo que pasa. No es que Dios olvide, literalmente, la información de la realidad de mi pecado. Pero el punto de la escritura aquí es que Dios no recuerda más nuestros pecados contra nosotros.

Ahora bien, hace unos momentos hablé sobre el perdón repetido de las ofensas repetidas, y esta es la otra cosa que debemos entender. Cuando perdonamos a la gente, ¿qué queremos decir con eso? Cuando alguien se me acerca y me dice: “Lo siento. Hice esto y esto, y te ofendí digo: “Está bien. Olvídalo. Te perdono”. ¿Qué significa eso? Podemos quedarnos cortos cuando decimos eso. “Sí, está bien. No te preocupes por eso.” Y esto es particularmente cierto en la relación matrimonial, donde las personas se encuentran en la relación humana más cercana posible y tienen la oportunidad de cometer repetidas transgresiones y ofensas mutuas. Le hago algo a mi esposa y la lastimo, y ella me dice eso y yo digo: “Oh, cariño, lo siento. Por favor, perdóname”. Y ella dice: “Está bien, estás perdonado”. Y luego, dos días después, hago lo mismo. ¿Alguna vez has hecho eso? Hago exactamente lo mismo.

Ahora, esto es lo que se supone que no debe decirme. No se supone que ella me diga: “Van dos”. Porque realmente, en el contexto del perdón, es uno. En realidad, no hay setenta veces siete. Porque, una vez que te perdono una transgresión, si lo vuelves a hacer es como si fuera la primera vez. Porque, al darte mi perdón la primera vez, me he comprometido a no volver a recordar esa transgresión contra ti. No es que lo olvidé. Sé que sucedió. Pero cuando llega la segunda vez, no puedo decir: “Van dos”. Es uno, porque es una nueva relación. Y eso es lo que necesitamos aprender en la disciplina de otorgar perdón a otras personas. Que cuando decimos que perdonamos a las personas, nuestro “sí” debe ser “sí”, y nuestro “no” debe ser “no”.

Una vez le pedí a un compañero que escribiera un libro y hablaba de cómo Dios había hecho cosas maravillosas en su matrimonio y quería que yo escribiera un endoso para ese libro. Leí el libro y era toda la historia de la relación conyugal con su esposa, en la que, en este libro, toda su ropa sucia se ventilaba al público a modo de dar testimonio de la grandeza de Dios para reconciliarlos y para ayúdalos a perdonarse unos a otros. Y dije: “¿Se dan cuenta de que lo que su libro es en sí, es una negación total de la misma tesis de su libro? Me están diciendo que Dios les ha dado la gracia de perdonarse mutuamente en su matrimonio, y ahora ustedes le están contando al mundo entero lo que cada uno se ha hecho en el pasado. Ustedes no se han perdonado realmente si es que van a decirle a cuantos puedan qué es lo que han hecho”.

Muchas veces, cuando las personas dan su testimonio, en el mismo testimonio que dan, ofenden a todo tipo de personas en el proceso, porque no entendemos lo que significa el perdón. Se ha quitado. Ya no está. Ya no lo mencionamos más. Por eso el perdón no es algo fácil de hacer, si es que es algo genuino. Es decir, realmente me estoy comprometiendo con una persona cuando le digo: “Te perdono”. Estoy diciendo: “Ese es el final. Ya no voy a guardar eso en tu contra. No voy a albergarlo en mi alma, ni voy a tener un espíritu de amargura o resentimiento creciendo dentro de mí por lo que pasó en el pasado. Si me dices que lo sientes, ahora es mi deber deshacerme de todos esos sentimientos y trabajar por la renovación de esta relación “.

Ahora, es obvio que el verdadero arrepentimiento y perdón implican restitución. Quizá debería haber puesto restitución antes de remisión. Donde el verdadero arrepentimiento incluye disposición y deseo de compensar todo lo que se pueda arreglar. Hay muchas cosas por las que nunca podemos dar restitución, ciertas cosas que no se pueden recordar. Una flecha, una vez que se suelta del arco, no se detiene. No puedes gritarle y decir: “¡Detente! ¡Vuelve!” Está ahí. Se fue. Y así, la Biblia nos dice que las palabras que decimos, una vez que salen de nuestra boca no podemos devolverlas. Podemos disculparnos por lo que hemos dicho y podemos resolver no volver a decirlas, pero están ahí y las hemos dicho. ¿Qué puedo hacer para compensarlo? No mucho.

Por otro lado, si te robo cien dólares y te digo: “Me arrepiento. Siento haber robado tus cien dólares”, y tú dices: “Bueno, gracias. ¿Dónde están mis cien dólares?” “Bueno, solo quiero tu perdón. Me voy a quedar con los 100 dólares”. No. Si está en tu poder el hacer restitución, pues tienes que hacer restitución. Y deberíamos estar dispuestos, en cualquier momento en que estemos genuinamente arrepentidos, a hacer todo lo posible para compensar lo que se ha hecho. Ahora no podemos expiarlo, y ahí es donde entra en juego nuestro orgullo. La barrera más grande para ganarnos el perdón es que estamos demasiado orgullosos para arrepentirnos y caer en la misericordia de la corte. Decimos que la gracia de Dios es para otras personas. Yo voy a compensar por mis pecados. Voy a hacer una medida adicional de justicia para expiar mi propio pecado. No puedes expiar tu propio pecado. Eres un deudor que no puede pagar su deuda. Entonces, tenemos que repudiar de nosotros mismos ese tipo de orgullo, pero haciendo restitución cuando sea posible.

Reconciliación. El ministerio del evangelio se llama en el Nuevo Testamento, el ministerio de la reconciliación. Y la persona principal con la que nos reconciliamos es Dios mismo. Y ese modelo vertical de reconciliación es reflejar como en un espejo la forma en que se supone que debemos buscar la reconciliación en el nivel horizontal, con las relaciones humanas. Sé que todas las personas tienen relaciones rotas. He tenido relaciones rotas, relaciones rotas que me duelen profundamente. Puedo acordarme de algunos momentos en mi vida donde he roto relaciones con personas que fueron restauradas maravillosa y estupendamente.

También recuerdo momentos en los que rompí relaciones con personas que nunca fueron restauradas y que probablemente nunca serán restauradas. Y eso es algo muy serio y malo. O, a veces puedes hacer todo lo que te sea posible para buscar la reconciliación y nunca lograrla. No la puedes encontrar. No se puede lograr. Pero debemos buscar la reconciliación. Ahora, la reconciliación, el único requisito necesario para la reconciliación es el distanciamiento. Las personas que no están separadas no necesitan reconciliarse. Entonces, la condición previa que requiere la reconciliación es el alejamiento. Y ese es, uno de los problemas que tenemos, en nuestra cultura, con Dios.

La gente realmente no cree que esté separada de Dios. La gente realmente no cree que sea enemiga de Dios, pero si has pecado contra Dios y nunca te has arrepentido ante Dios, eres enemigo de Dios. Estás en una postura de hostilidad y distanciamiento hacia el Dios viviente. Y la única forma de reconciliarte con ese Dios es acudiendo al mediador, que es Cristo y arrepentirte de tu pecado. Dios está listo para reconciliarse contigo, sin importar lo que hayas hecho en tu vida, pero no se reconciliará contigo sin arrepentimiento. Pero la buena noticia es que cuando te arrepientes, Él se reconcilia. Entra en una relación completamente nueva contigo. Y a nivel terrenal, cuando eso sucede, cuando una relación se rompe y luego se vuelven a juntar, es algo magnífico, magnífico.

Por eso tenemos la quinta R, que es la restauración. Ese es el beneficio del perdón. Ese es el beneficio de arrepentirse. David puede decir: “Vuélveme el gozo de mi salvación”. David había transgredido la ley de Dios. Y David rompió la comunión con Dios. Y hubo distanciamiento allí, ya que David iba por su propio camino. Pero cuando David cayó de bruces ante Dios, se arrepintió de su pecado, Dios lo perdonó y lo restauró en su comunión y en su relación. Y la restauración de un hijo de Dios a Dios es un tema por el cual los ángeles danzan.

Recordamos al hijo pródigo y la gran historia de la restauración de ese joven con su padre. En un sentido muy real, esa es nuestra historia en términos de nuestra relación con Dios. Pero no es solo nuestra relación con Dios. Podemos tener la restauración de matrimonios, amistades, de otras relaciones en nuestra comunidad, debido al poder del perdón. De hecho, todo el evangelio se trata, en última instancia, de la restauración cósmica. El cielo nuevo y la tierra nueva se llevan a cabo gracias al trabajo de uno que vino a reconciliar todas las cosas consigo mismo. Por eso el perdón, su realidad, su carácter objetivo está en el corazón mismo de la fe cristiana.