¿Cómo es el cielo?

Sexta parte de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Sorprendido por el sufrimiento».
No tenemos todos los detalles sobre cómo será el cielo, pero lo que tenemos en la Escritura nos asegura que el cielo será radicalmente diferente a esta vida y mucho más grandioso de lo que podemos imaginar. En esta lección, el Dr. Sproul examina la visión de Juan del cielo nuevo y la tierra nueva en Apocalipsis 21, que sirve como un anticipo de la gloria futura y de cómo serán las cosas cuando veamos a Cristo cara a cara.

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Transcripción

Cuando estaba en el seminario, teníamos un profesor que, para usar el lenguaje contemporáneo de los adolescentes, él era «lo máximo». Su erudición y agudeza eran tan extraordinarios que vivíamos en una intimidación diaria por este hombre. Y cuando estaba en el último año, estaba convencido de que este hombre sabía todo lo que se tenía que saber sobre teología y más. Tengo que decir que, por supuesto, que luego fui al posgrado y después a una carrera académica donde, después de estar expuesto a un mayor nivel de investigación intelectual, cada vez menos y menos me impresionaba la brillantez de todas estas personas con sus credenciales, excepto en una ocasión. Cuanto más estudiaba teología, más me impresionaba este hombre en particular, y me di cuenta que podría estudiar ciencias por el resto de mi vida y un par de vidas más y no alcanzaría a saber ni una pizca de lo que él sabe ahora. Y entonces tuve tal confianza en la habilidad de este hombre que un día después de clase me acerqué a él y le dije, profesor, le dije: «¿Puedo hacerle una pregunta?». Él dijo: «¿Qué?». Le dije: «¿Cómo es el cielo?». En ese momento, supuse que él había estado allí y que podía darme un comentario simple sobre … cada rincón y grieta del más allá. Y él solo me sonrió y me dio algunas tareas para leer y cosas parecidas.

Él no fue capaz de contestarme porque nunca había estado allí. Y es realmente triste, por así decirlo, que gran parte de la Escritura sea vaga e imprecisa sobre lo que realmente está del otro lado. Y sospecho que parte de la razón para tal vaguedad es que la Escritura nos da una ambigüedad elaborada ya que va a haber un cambio radical en nuestra naturaleza de lo que experimentamos en este mundo y lo que experimentaremos en el mundo por venir. Pablo articula bien eso en su carta a los Corintios cuando dice que usa la analogía, por cierto, que Platón usó, la analogía de la semilla. Para que una semilla de vida y germine, primero debe descomponerse, pudrirse y morir en el suelo antes de que pueda transformarse en una nueva sustancia con vitalidad. Y así, el apóstol dice: «se siembra en deshonra, se resucita en gloria»; «se siembra un cuerpo corruptible, se resucita un cuerpo incorruptible». «Y esto mortal se viste de inmortalidad». Y muestra este contraste entre el orden actual de las cosas y el orden futuro de las cosas.

Entonces, la nota clave allí, damas y caballeros, es que al morir experimentaremos un cambio, así como el de Jesús porque cuando regresó de la tumba era diferente. Hubo quienes no lo reconocieron de inmediato. Él regresó con lo que se llama un cuerpo espiritual, un cuerpo inmortal, un cuerpo de resurrección. Ahora ¿qué es eso? Solo podemos hablar de ello en términos de analogía. Damas y caballeros, tanta discontinuidad que la Biblia indica que tomará lugar entre este mundo y el mundo venidero, tanto cambio como el que experimentaremos, ese cambio no será total y absoluto, porque todavía habrá continuidad. Una continuación de nuestra identidad personal para que pueda reconocerte. Tú serás capaz de reconocerme. Saben, y seguro se preguntan… ahora, cuando vaya al cielo, ¿cuántos años tendré? ¿Cuánto pesaré? En esta nueva experiencia, quiero decir, con este cuerpo nuevo que no es corruptible e inmortal y todo lo demás. Yo confío que no tendré sobrepeso. ¿Cuántos años tendré? ¿Recuperaré mi cabellera y todo eso? ¿Y los niños que mueren? ¿Seguirán siendo bebés por la eternidad? ¿O aprenderán y tendrán madurez?

Este es el tipo de preguntas que la Biblia no responde con el más mínimo detalle. Sino que simplemente nos dice para empezar estas dos cosas: que habrá un cambio radical, pero el cambio no será tan radical como para eliminar nuestra identidad y la continuidad de nuestra existencia. ¿Pero cómo será allí? Alguien me entregó una caricatura esta mañana. Dos muchachos pequeños caminando por la calle con sus manos en los bolsillos mientras están teniendo una discusión filosófica muy profunda. Y uno de ellos le dice al otro: «La forma en que lo imagino es un lugar sin baños, sin niñas y sin verduras». Dos de tres, no está mal, ¿cierto? Pero si no hay chicas, no quiero ir. Puedes quedarte con las verduras, … Blaise Pascal, el filósofo francés dijo que de todas las criaturas de este planeta, el ser humano es al mismo tiempo la criatura de mayor grandeza y la criatura de la miseria más profunda.

Esto es lo que Pascal describe como la paradoja del hombre. Dijo que nuestra grandeza se encuentra en nuestra capacidad de pensar e imaginar, soñar, visualizar y proyectar nuestros pensamientos. También que es posible que los seres humanos pensemos en categorías tan creativas que podamos imaginar una vida mucho mejor de la que podemos experimentar en este mundo. Eso es un reflejo de nuestra grandeza. Al mismo tiempo, dijo que es una manifestación de nuestra miseria porque la miseria está en esto, así como es tan maravilloso que podamos imaginar lo que podría ser la vida bajo ciertas condiciones, no podemos hacer que suceda. No hay nadie aquí presente, no hay nadie escuchando mi voz en este momento que no pueda anticipar o imaginar una vida mejor de la que está disfrutando actualmente. Puede que tengas todo el dinero que creas que alguna vez necesitarás, pero te falta salud. O puede que tengas toda la salud y todo el dinero, pero ha perdido el amor. No hay nadie en este mundo que esté totalmente, al cien por ciento, satisfecho y completo.

Todos podemos imaginar una vida mejor de la que disfrutamos hoy en día. Es por eso que muchos de los psiquiatras y filósofos escépticos del siglo XIX vieron el concepto del cielo y dijeron que, obviamente, era una invención psicológica humana. Es la proyección de un deseo, la realización del deseo en la línea del pensamiento de Pascal. Dijo que nadie quiere anticipar una vida sin sentido y, por lo tanto, evocamos para nosotros mismos este maravilloso paraíso, este Valhalla, este lugar donde vamos, donde todas las cosas malas de la vida son eliminadas. Bueno, ya saben, incluso en eso, nuestras habilidades especulativas y creativas se topan con barreras. Alguien una vez me dijo que intentara imaginar la situación más increíble que yo podría experimentar y que pensara en experimentar esa situación para siempre. Lo que acabas de describir es el infierno. Estás haciendo solo una cosa, o la cosa que crees que te dará la mayor felicidad y lo harías y lo harías y lo harías y lo harías. Tarde o temprano te aburrirías y poco después de diez mil años te cansarías de eso. Ninguno de nosotros puede realmente anticipar cómo será la vida eterna.

Pero la Escritura nos da un muy pequeño atisbo del interior del otro lado. El vistazo tiene lugar en el contexto de un tipo de literatura que es altamente imaginativa; se llama literatura apocalíptica. Es una literatura visionaria donde se nos dice al comienzo del libro de Apocalipsis que el apóstol Juan, quien estaba exiliado en la isla de Patmos, tiene una experiencia mística donde él está en el espíritu en un tipo de órbita religiosa extática, y en esta experiencia él logra vislumbrar el futuro y el funcionamiento interno del cielo mismo. Y él es instruido por el Cristo que se le aparece, que los dichos que está a punto de escuchar y la visión que está a punto de ver es verdadera y fiel, y Cristo le ordena: «Escríbelo». Se le dice que lo escriba en beneficio de personas como tú y como yo, que no estábamos allí pero que hemos de participar en esta visión.

Y al final de esta larga visión del futuro que se le da al Apóstol, llegamos al capítulo 21 en el cual Juan escribe estas palabras. «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe». Detengámonos ahí mismo. Es extraño, ¿cierto? Que el anuncio de la aparición del cielo nuevo y la tierra nueva, (por cierto, eso crea todo tipo de especulaciones teológicas). ¿Eso significa que Dios va a destruir y aniquilar por completo este orden y crear uno nuevo desde cero? No lo creo, porque la idea que encontramos en las Escrituras desde el Antiguo Testamento hasta llegar y pasar por el Nuevo es que hay algo malo con este orden mundial. Hay algo podrido en este mundo. ¿No vamos a entrar en una discusión sobre eso, cierto? Y de lo que la redención se trata, no es de la aniquilación de este planeta, sino de la redención de él. Pablo nos dice que toda la creación gime en tribulación esperando la redención de los hijos de los hombres. Pero que, en el proceso de redención de este planeta, Dios pone a este planeta en un crisol. Lo pone en el fuego refinador. Y pasa por un dolor aplastante para salir al otro lado, hacia la pureza. Y Juan ve el producto final. Él dice: «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva» que bajaban, «y el mar ya no existe».

Ahora, de nuevo, leemos eso desde el punto de vista de las personas de habla hispana del siglo XX, como latinos, de hecho; y decimos, esperen un minuto, si el cielo no tiene océano, no estoy seguro de querer ir allí, porque ahorro mi dinero todos los años y mi tiempo para ir a la orilla del mar para ir al caribe o donde quiera que vaya porque amo la playa. Hay algo fascinante sobre el mar para nosotros. Está en nuestra literatura; está en nuestra historia. Mencionaré a Herman Melville, ¿recuerdan a Moby Dick? «Llámame Ismael», así empieza, «cada vez que me encuentro con dolor y tristeza y pena o me encuentro siguiendo inadvertidamente detrás de una procesión fúnebre», ¿qué diría Ismael? «me atrae inexorablemente al mar». Tenemos esta imagen del mar como el lugar de recreación, el lugar de la aventura, el lugar de alegría. Pero no para el judío. Piensa en la nación judía, esa pequeña franja de terreno que une África y Asia, separada entre el Mediterráneo y el desierto. Y en esa tierra de desierto árido hay una línea que va directamente al centro de Palestina y en la parte superior de esa línea hay un círculo y en la parte inferior de esa línea hay un círculo. Es la línea de vida de Israel que va desde el Mar de Galilea hasta el Mar Muerto, y esa pequeña línea que atraviesa la nación se llama Río Jordán.

Aquí está el Mediterráneo y la costa es extremadamente rocosa, por lo que en la antigüedad el pueblo judío nunca desarrolló un comercio marítimo. Lo único que el mar significaba para ellos es…un lugar donde vivían los filisteos, quienes solían venir como saqueadores a destruir a los judíos o a los mercaderes que venían del mar; o las tormentas violentas que venían del Mediterráneo como la que sacudió el mar de Galilea cuando Jesús estaba con sus discípulos en la noche y tenían la amenaza de que el bote se hundiera. Todo lo que tenía que ver con el mar para el judío era malo. Así que, en la poesía judía, en la literatura judía, el mar se convierte en símbolo de caos, de amenaza de una penumbra que se remonta a Génesis 1. «En el principio creó Dios los cielos y la tierra», y sigue, «Y la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo». Existe esa sensación premonitoria de terror ominoso que asocia simbólicamente al judío con el mar. La imagen positiva para el judío no es el mar; es el río.

Escucha al salmista. «El mar ruge y está turbado». Hmm «Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones». «Y aunque los montes» (ya ven) tiemblen y «se deslicen al fondo de los mares», sin embargo, ¿qué? «Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, las moradas santas del Altísimo». He allí el contraste entre el océano y el río, entre el agua salada y el agua dulce. El pozo, los arroyos, el río en la historia de un pueblo del desierto son los símbolos positivos de la vida, por lo que cuando ve el cielo, ve a través de su gozo de que allí no hay mar. Eso significa que no hay caos; no hay nada que amenace la alegría de su existencia. Y vi la nueva Jerusalén, la ciudad santa, «que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia (hermosamente) ataviada para su esposo». ¡Qué marcha nupcial! Habla acerca de un vestido de bodas mientras vemos cómo será el adorno de la Nueva Jerusalén. Ciertamente supera con creces cualquier cosa que alguna novia terrenal haya soñado usar alguna vez. «Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos».

Cuando Jesús nació fue llamado Emanuel, que significaba Dios con nosotros. Cuando Juan dice: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros»; él uso el lenguaje del campamento. El significado literal del texto es que lanzó su tienda en medio de nosotros. Una vez más, para que un pueblo nómada tenga al Creador, no aislado ni distante ni alejado de su experiencia, ausente de sus vidas diarias, sino que tenga su tienda justo a lado. El tabernáculo se llamaba la tienda de reunión, el lugar donde el pueblo judío venía para entrar a la presencia de Dios. Damas y caballeros, ustedes saben, así como yo, que una de las experiencias más profundas de nuestra humanidad en este mundo no es una sensación de la presencia inmediata de Dios. Incluso en la vida de la persona más espiritual y devota, esa vida se experimenta más por un sentido de la ausencia de Dios que de la presencia de Dios. Creo que quizás hemos tenido breves experiencias con la presencia de Dios como para anhelarlo y anhelar su permanencia. Pero, ahora mismo es fugaz, transitorio, inconsistente, inestable.

Pero ahora, como dice Juan, ese momento llegará donde Dios estará en medio de su pueblo permanentemente. Lo primero que hará, escuchen, «Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado». Cuando era un niño pequeño, les conté sobre este tío que fue bastante duro conmigo. Él vivía en nuestra casa y quería que yo fuera un hombre, así que, si incluso empezaba a sollozar o llorar como niño, me daba una patada por detrás y me enviaba afuera, ya saben, él decía: «No puedes llorar». Había un chico de la calle que solía golpearme y yo volvía a casa y mi tío me veía llorar, el decía: «Vuelves aquí llorando otra vez y te voy a dar algo para que llores de verdad». Eso era un gran problema en mi casa, de si se les permitía o no llorar a los niños pequeños. Pero a veces mi tío se iba a trabajar y yo me metía en algunos problemas; cuando tenía cuatro años alguien me pegó y volví a casa y estaba llorando y mi madre estaba allí, con su delantal en la cocina. Y cuando lloraba, ella no solo me hablaba para consolarme, sino que lo que ella hacía era tomar una esquina de su delantal y se agachaba y secaba todas mis lágrimas con su delantal. ¿Alguna vez has hecho eso con alguien?

Tenía un amigo que se estaba muriendo de cáncer. Estaba en los días finales de su cáncer en Nueva Inglaterra, hace unos 20 años. Y cuando lo visité en el hospital no había nada que pudiera hacer, excepto leerle la Escritura, orar, tomar hielo y ponerlo en sus labios. Y en sus últimas horas, cuando una lágrima empezaba a escaparse de su ojo, podía acercarme y secar esa lágrima. ¿Saben que probablemente no hay ningún gesto que un ser humano pueda hacer que sea más íntimo que secar una lágrima? Piensen en la comunicación que se da cuando un ser humano toca a otro ser humano en la cara para quitarle una lágrima. Cuando mi madre hizo eso conmigo, de alguna manera todo iba a estar bien. Y mi sonrisa volvería a mi rostro. En lo que dejaba de sollozar y de hacer ese sonido involuntario de la nariz, las lágrimas se iban yendo. Pero, damas y caballeros, siempre regresaban. Y tenía que ir al delantal de mamá una y otra vez, y otra vez.

Pero lo que Juan ve aquí es que cuando el Dios Todopoderoso condesciende del cielo y viene a su pueblo, lo primero que Él va a hacer es enjugar tus lágrimas. Y cuando seca tus lágrimas, se secan para siempre. No habrá más llanto; no habrá más dolor, no habrá más razones para expresar este tipo de dolor, porque él dice en el cielo que no hay muerte, ni luto, ni enfermedad, ni lágrimas. Miren, no podemos concebir eso porque nunca hemos vivido en un ambiente, ni por cinco minutos, que esté libre de muerte, dolor, enfermedad, luto y lágrimas. Pero ese es el futuro que Dios promete a su pueblo. ‘Ya no habrá más muerte, luto, llanto o dolor porque el viejo orden de cosas ha desaparecido’. «Y el que está sentado en el trono» dijo algo. Tengan en cuenta que este anuncio no proviene de un filósofo en un podio o de un mendigo en la calle, sino que proviene de Aquel que está sentado en el trono y el trono sobre el que está sentado es el trono de la autoridad cósmica. Esta es una declaración del Rey de reyes y Señor de señores. Él dijo: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y añadió: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas. También me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tiene sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida».

Entonces la visión continúa de los siete ángeles que tenían siete copas y así sucesivamente, vinieron y me dijeron: «Ven, te mostraré la novia, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, y tenía la gloria de Dios. Su fulgor era semejante al de una piedra muy preciosa, como una piedra de jaspe cristalino. Tenía un muro grande y alto con doce puertas y en las puertas doce ángeles». Y luego continúa y nos da esta vívida descripción de esta ciudad celestial que mide como un cubo y mide 2,400 kilómetros de largo la ciudad. Son solo 1,600 kilómetros de ancho todo Texas. ¿Te imaginas una ciudad que mida 2,400 kilómetros por 2,400 kilómetros por 2,400 kilómetros? Obviamente, el kilometraje y las matemáticas aquí son simbólicos. Muestran la magnitud, eso es lo que es en el Nuevo Testamento. Es decir, que esta ciudad es enorme en su tamaño. ¿Alguna vez has estado en Palestina? ¿Alguna vez has estado en Israel? ¿Cuántas personas han estado alguna vez en Jerusalén? Uno de los aspectos más impresionantes de experimentar la Jerusalén moderna es que es como ser transportado en una máquina del tiempo, ¿no es así? Como un viaje rápido al pasado.

Cuando llegamos a Jerusalén, llegamos de noche, y los muros de la ciudad vieja estaban iluminados por reflectores. Y tuve esta experiencia de ver los viejos muros que tienen 23 metros de altura y en la esquina del viejo muro de Jerusalén están estas enormes piedras del rey Herodes. Veintitrés metros de altura. Y en el lenguaje de la Biblia, la ciudad asentada sobre una colina no se puede ocultar. Te salta a la vista. Y luego vas y visitas la ciudad vieja y te llevan al recorrido por la esquina del templo que permanece, y te muestran este agujero en el suelo y te muestran esto que baja, este largo poste hacia abajo, este hoyo que mide otros 23 metros que ahora se encuentra bajo tierra. Y ha estado cubierto por las arenas de los tiempos y luego te das cuenta de que, en los días de Jesús, cuando Jesús venía a la cima de la colina desde Betania y miraba esta ciudad, Él dice una ciudad cuyas paredes tenían 46 metros de altura. Y tan sorprendente como lo es para nosotros hoy, era aún más sorprendente…bueno, eso no es nada comparado con los muros de la Nueva Jerusalén que vienen del cielo, cuyas puertas son perlas y cada piedra preciosa se describe como parte del encanto y del adorno de esta ciudad. Y se nos dice que las calles son de oro.

Has oído hablar de las puertas perladas y de las calles de oro. Puede que no aprecies eso, pero yo vivía en Pittsburgh que tiene el peor problema de baches en el mundo. Pero el oro de las calles del cielo no tiene hoyos. Es perfecto en su refinamiento. Y dice que el oro es translúcido y que la imagen básica de este lugar es una de luz refulgente. Y continúa diciéndonos que si entras en esta Nueva Jerusalén, la Jerusalén que todo judío anhela, Sión, incluso hasta el día de hoy, el judío anhela el día en que pueda celebrar la Pascua, no en casa o en la sinagoga, sino que él pueda hacerlo en la Ciudad Santa; así que, la tradición, el rito es ¿qué? Al final de una celebración ahora le diría a su amigo: «El próximo año en Jerusalén». Él quiere ir al templo. Y de repente lees aquí que a Juan le dicen que en la Nueva Jerusalén no hay templo y que no hay sol. Y no hay luna. Y no hay postes de luz. Porque no necesitas un templo. Porque Dios mismo está allí. Y Él nos dice que el gozo supremo, final e indescriptible de cada ser humano, para el que fue creado, tendrá lugar en el centro de la ciudad, donde la luz de la iluminación de la misma presencia de Dios iluminará todo el lugar. Él dijo: ‘Y veremos su rostro’. Y su rostro brillará en la gloria de Dios que iluminará toda esta ciudad.

Saben, no sé qué hacer con toda esa investigación de Kubler-Ross sobre las experiencias de muerte de personas que atraviesan túneles y ven luces y todo ese tipo de cosas. No sé si eso es un cortocircuito en el cerebro o demasiados antibióticos o qué es lo que está produciendo ese tipo de experiencias, pero estamos viendo más y más de eso. Pero yo sé una cosa que es muy cierta y eso es este testimonio de luz. Porque el cielo que se describe aquí es el lugar de la refulgente gloria de Dios. ¿Cuántos de ustedes vieron la película «Ben Hur»? No recuerdo mucho al respecto, excepto que este esclavo en un momento de su abyecta humillación está a punto de morir de sed, está encadenado y está en el suelo, en el polvo, y está junto a un pozo y nadie le da nada para beber y está tan sediento y todo lo que quiere es un refresco líquido para evitar morir. Y nunca ves a la persona que viene y usa el cucharón y saca el agua del pozo, se agacha y le da de beber. Nunca lo ves a él. Todo lo que ves es una sombra. Y luego la cámara se acerca a Ben Hur mientras levanta la luz de su semblante hacia el que le da de beber. Y sabes quién es, ¿no? Al instante, por el resplandor en la cara de Ben Hur, sabes que él está mirando la cara de Cristo. Eso es lo que verás en el cielo.

Verás el rostro de Cristo. Y a la luz de su semblante, la ciudad será como el oro. Las calles, las puertas, las joyas preciosas, las perlas, todas estas cosas mientras observas la visión beatífica. ¿Es de extrañar que el apóstol Pablo diga que los sufrimientos y las aflicciones de este mundo no son dignos de ser comparados con lo que Dios ha guardado para su pueblo en el cielo? Damas y caballeros, hay un cielo. Y la única forma en que podemos llegar es con la muerte. Terminaré con esto. Conocí a una amiga cuya madre murió cuando era una adolescente. Ella tuvo una experiencia espiritual algo extraña. Estaba en su habitación y estaba en un estado de duelo y totalmente desgarrada y destrozada por la experiencia de esta muerte y no oyó una voz. Solo un pensamiento le vino a la mente. Pero fue muy, muy enfático. Y este pensamiento pronunció su nombre y era simplemente esto. «Leslie, Leslie, la muerte no es así». Y ella dijo: «Salí de ahí sabiendo que había tenido una perspectiva equivocada del asunto. Que, aunque sea difícil, tan dolorosa, tan desafiante como pueda ser la experiencia de morir, igual es la puerta de entrada al Paraíso, eso es real».

En el libro de Apocalipsis, el llamado Apocalipsis de Juan, acabamos de ver algo de la geografía del cielo. De…de las imágenes visuales que se exponen allí en el texto para atraernos a contemplar las glorias de la vida futura. Pero creo que lo máximo, el mayor momento de esplendor que se encuentra en ese texto que simplemente mencioné es la promesa de la visión beatífica. Ahora tal vez ni siquiera estén familiarizados con el término visión beatífica. Se llama visión beatífica porque es la visión de la bendición. Se refiere a la promesa futura que Dios nos da de que algún día veremos su rostro. Juan nos dice que todavía no sabemos con certeza cómo vamos a ser en el cielo, cómo serán nuestros cuerpos, cómo funcionará un cuerpo glorificado. Pero lo que sabemos con certeza, es que cuando lo veamos seremos como Él porque lo veremos tal como Él es. Es decir, se quitará el velo. El misterio se habrá ido. Seremos capaces de mirar directa e inmediatamente la visión de la gloria de Dios. He contemplado eso y he dicho muchas, muchas veces que un vistazo de la presencia de Cristo en su gloria exaltada satisfaría cada anhelo y cada añoranza que encuentro en mi alma.

Piénsenlo, para poder mirar a la cara de Aquel que amas. Incluso en una esfera terrenal, la presencia visible de aquellos a quienes amamos es muy importante para nosotros. Vemos anuncios de compañías telefónicas que dicen que llamar por larga distancia es la mejor opción después de estar allí. Pero no es lo mismo, ¿verdad? Nos encanta la sustitución de poder escuchar la voz de alguien o recibir una carta, un mensaje escrito de esa persona. Pero lo que más anhelamos es verlos cara a cara. Y esa es la promesa del Nuevo Testamento de que el creyente verá a Cristo cara a cara. Y veremos el rostro de Dios, lo que estaba prohibido en el Antiguo Testamento, que dice que ningún hombre verá a Dios y vivirá. Ahora permítanme recapitular esta idea. ¿Alguna vez te has preguntado por qué no puedes ver a Dios ahora? Cuando leemos la historia de Adán y Eva en el Jardín del Edén, parece sugerir que hubo una conciencia visual que se dio entre Adán y Eva y su Creador. Pero parte de lo que se pierde en la caída es nuestra capacidad de ver a Dios.

Ahora, a veces pensamos que eso se debe a que Dios es un Espíritu y es intrínsecamente invisible, y como seres creados, seres físicos, no tenemos la capacidad de ver lo que realmente está ahí. También agregaría a esto que la dimensión más difícil de vivir una vida santa es el hecho de que estamos llamados a servir y obedecer a un Dios que es invisible, fuera de la vista, fuera de la mente. La realidad de Dios no es parte de la dimensión tangible de lo que experimentamos, lo que vemos con los ojos, escuchamos con los oídos y tocamos con nuestros dedos todos los días. Y creo que eso es lo que hace que sea difícil vivir siguiendo a Dios. No podemos verlo. La pregunta es ¿por qué no podemos verlo? Bueno, según el Antiguo Testamento, la deficiencia no está en nuestros ojos. El problema está en nuestro corazón. En las Bienaventuranzas Jesús dio ciertas promesas. Él hizo promesas. Él dijo: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia»; «ellos serán saciados». «Bienaventurados los que lloran»; «ellos serán consolados». «Bienaventurados los pobres en espíritu», y así sucesivamente.

En cada uno de estos grupos donde Él pronuncia su bendición, también es una promesa añadida. ¿A quién se le hizo la promesa de que verían a Dios? «Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios». La razón por la que no puedo ver a Dios, la razón por la cual Dios es invisible para mí es porque hay algo mal en mi corazón. Mi corazón no es puro, y a menos que se vuelva puro, o hasta que se vuelva puro, siempre habrá un velo sobre el rostro de Dios. Pero esto es lo que Juan está prometiendo en sus cartas y en el libro de Apocalipsis, que cuando ese momento de transición ocurra, donde nos movemos de este mundo al próximo, seremos purificados. Tendremos los elementos residuales y remanentes de nuestra maldad removidos, para que después de que seamos purificados, las escamas se nos caigan de los ojos y podamos verlo cara a cara. La visión de Dios, la visión suprema para la cual toda persona humana fue creada. Y ningún ser humano puede estar completo antes de ese momento en que lo vemos a Él tal como Él es. Lo llamamos beatífico porque en el momento en que tenga lugar la visión, nuestras almas se inundarán con el éxtasis de gozo, paz y felicidad para lo cual fue creado cada ser humano.

Recuerden, ya cerrando aquí, la famosa frase de Agustín: «Oh Dios, nos has hecho para ti y nuestros corazones están inquietos hasta que encuentren su descanso en ti». Los filósofos contemporáneos, particularmente aquellos que están en la escuela del existencialismo, hablan de esta sensación persistente y continua de vacío y ansiedad que forma parte de nuestras vidas. Lo que llamamos ansiedad en la terminología moderna es lo que Agustín llamó inquietud, y lo arraigó en nuestra distancia de Dios, y que nunca vamos a superar esa inquietud de una vez por todas hasta que lo veamos como Él es. [pausa] Bueno, acabamos de pasar tiempo juntos mirando el problema del sufrimiento. Y aunque existe esa dimensión de gloriosa esperanza y emoción de esperar la vida que está más allá de esta vida, la vida en el cielo, la vida en la Nueva Jerusalén, con las calles de oro y todas esas cosas hermosas que hemos recién visto; sin embargo, aún debemos seguir viviendo esta vida y nuestros días con la realidad del sufrimiento.

Es una realidad que nos rodea. No se encuentra simplemente en el hospital. Pero como un hombre escribió, desde una perspectiva literaria, que la mayoría de las personas viven vidas de silenciosa desesperación. Quizás lo que este mundo en este momento necesita más que cualquier otra cosa es ser consolado, alentado. A pesar de que hemos llegado tan lejos con el alivio del dolor humano, gracias a la tecnología moderna, las drogas, la medicina y ese tipo de cosas, de ninguna manera se ha esfumado ni ha desaparecido. Y cada uno de ustedes que ha sido parte de esta serie ha sido tocado de alguna manera, personalmente o por amigos o familiares, por la realidad del sufrimiento. Y lo que hemos hecho en esta serie no es en absoluto un estudio exhaustivo de todo lo que se puede decir sobre este tema. Espero que lo que haya sucedido es que has sido instado, no en el sentido negativo, sino estimulado a buscar en las Escrituras y ver cuánto de la palabra de Dios se dedica a este tema del sufrimiento.

Es claro para mí que Dios conoce nuestras circunstancias, que el Dios de las Escrituras es el mismo Dios que escuchó los gritos y los gemidos de su pueblo Israel y dijo: «Deja ir a mi pueblo». Él todavía escucha a las personas cuando lloran. Y todavía tiene algo que decirnos en medio de ese sufrimiento. Y cuanto más estudio lo que dicen las Escrituras sobre el sufrimiento, más me aliento, más me fortalezco, más siento la promesa de que Dios me acompañará cuando sea mi turno de sufrir. Y cuanto más me aferro a esa esperanza futura que Él ha puesto delante de nosotros y que las Escrituras dicen que nunca, nunca, nunca nos avergonzaremos. Nuestro Dios es un Dios que conoce íntimamente la aflicción, el duelo, el sufrimiento y que ha triunfado sobre todo.