Morir en la fe

Tercera parte de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Sorprendido por el sufrimiento».
Mientras todas las personas tienden a hacerse preguntas sobre la muerte, la Escritura nos lleva a ponderar las preguntas fundamentales sobre el estado espiritual de la persona. En esta lección, el Dr. Sproul se enfoca en las dos únicas opciones disponibles cuando morimos. Si morimos «en la fe», podremos hacer eco de las palabras del apóstol Pablo: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe» (2 Tim 4:7).

Si todavía no tienes la guía de estudio de Sorprendido por el sufrimiento, por favor escribe tu correo electrónico en el siguiente formulario para recibirla.

 

Transcripción

Es un cliché en nuestra cultura y en nuestro idioma decir que hay dos cosas que no podemos evitar: la muerte y los impuestos. Pero, creo que todos conocemos a ciertas personas que han sido lo suficientemente inteligentes, astutas o muy corruptas como para evitar o evadir impuestos. Pero ninguno de nosotros ha podido encontrar un método para evadir la muerte. Eso es algo que entendemos como adultos, que vamos a morir si el Señor se tarda. Así que, la pregunta no es si moriremos, y en este punto ni siquiera voy a tocar la pregunta de por qué moriremos, ya lo hemos visto un poco, pero las preguntas que nos atormentan a todos son estas dos: preguntas de cuándo y cómo.

Una de las cosas que me ha impresionado en el tiempo que pasé visitando un centro oncológico, fue hablar con el Dr. jefe y los miembros de su equipo; ellos me expresaron su desdén por los que piensan que pueden predecir con certeza cuánto tiempo vivirá un paciente después de haber contraído una enfermedad terminal. Que hay instancias en las que podemos hablar sobre tablas matemáticas de cocientes, probabilidades y similares, pero cada ser humano es diferente y cada vez más y más vemos personas que sobreviven a enfermedades que en el pasado se creían como terminales, y estamos viendo que las personas responden de manera diferente en términos de actitud, en términos de cuánto están dispuestas a luchar y usar todos los recursos a su disposición, que las personas simplemente no se echan a morir y renuncian cada vez que contraen una enfermedad temible, porque no sabemos si la enfermedad que tenemos ahora será la última o si nos recuperaremos o no de ella. Pero incluso, si nos recuperamos y recibimos un certificado de buena salud cinco años, diez años, quince años más a futuro, eso no significa que vamos a escapar de la muerte. Es solo que todavía no sabemos el cuándo y no sabemos el cómo.

Pero me doy cuenta cuando leo las Escrituras, que cuando las Escrituras hablan sobre la pregunta del «cómo» de la muerte, no se preocupa tanto si moriré o no por un ataque cardíaco o por un accidente o por una … por una herida de bala o por cáncer o alguna otra enfermedad, sino más bien lo que a las Escrituras más le interesa, en términos de la pregunta del cómo de nuestra muerte, es cuál será el estado de nuestras almas cuando crucemos este valle. Recuerdo las últimas palabras que mi madre dijo en este mundo. Había vuelto a casa y la fui a visitar; una de las cosas irónicas es que mi madre murió el día en que nació mi hijo. Temprano en la mañana de ese día nació nuestro hijo y yo recogí a mi madre de su trabajo y fuimos al hospital y le mostré a su nieto recién nacido y ella estaba encantada y llena de alegría. La llevé de vuelta a su departamento y dijo que quería acostarse temprano esa noche.

Ella estaba algo cansada y justo antes de irse a su habitación a dormir, me miró y sonrió y dijo: «¿Sabes qué?». Y yo dije: «¿Qué?». Ella dijo: «Este es el día más feliz de mi vida». Y ella entró a su habitación, se fue a dormir y murió mientras dormía. Quiero decir, ¿te gustaría morir así? Claro que me gustaría… yo conozco a un profesor de teología en la Universidad de Princeton quien tuvo una carrera distinguida durante muchos, muchos años y la historia es que él salió a su paseo vespertino. Estaba caminando por una calle en Princeton y simplemente colapsó y dejó este planeta. Se acabó, así como así. Y pensé, me pregunto si tiene que ver con la profesión. ¿No sería maravilloso si esta es la manera como Dios ha ordenado que los teólogos murieran? Porque así es como me gustaría morir. Pero mi madre murió pacíficamente sin sufrir, sin luchar, diciendo: «Este es el día más feliz de mi vida». Esas, esas fueron sus últimas palabras.

Pero cuando las Escrituras hablan, como ya dije sobre el cómo de la muerte, se preocupan de cuál es nuestra relación con Dios en el momento de nuestro último respiro. Les contaré la historia sobre dos hombres que tenían el mismo apellido. Sus apellidos eran Graham. Hace unos meses recibí una carta del profesor de teología que tuve en el seminario. Él estaba escribiendo en esa carta sobre un amigo común que teníamos y que se llamaba Tom Graham. Tom era un pastor en la parte norte de los Estados Unidos que había estado enfermo durante los últimos años con cáncer. Yo recibí esta carta de mi profesor que decía: «Solo quería escribirte para dejarte saber que Tom Graham murió esta semana». Y luego él agregó una oración más en esa nota. Él dijo que Tom murió en fe.

Lo que a mi profesor de teología no le preocupaba, era si Tom iba a morir o no por insuficiencia cardíaca, por asfixia, por cualquier causa médica de muerte que pudiera haber. La pregunta del cómo que a mi profesor le preocupaba era si este hombre moriría en fe. Y decir esto era hacer eco de una declaración que se una vez más a lo largo de las Escrituras sobre las personas heroicas… cuyas vidas están delante de nosotros en las páginas de la Biblia cuando las Escrituras dicen comúnmente de Abraham, de Isaac, de Jacob, de David, todos estos murieron en la fe. Es decir, eran personas, hombres y mujeres, que confiaron en Dios, no por un momento, ni cuando era conveniente, sino a largo plazo, hasta el mismo punto de su muerte.

Ahora, el otro hombre llamado Graham, estoy seguro que todos han oído hablar de él. Su nombre es Billy Graham. El verano pasado tuve que hablar en Carolina del Norte y tuve una oportunidad que nunca pensé que tendría, pero tuve el privilegio de cenar con Billy Graham y estaba impresionado, antes que todo, por lo alto que él es. ¿Alguna vez has visto a Billy Graham en persona? Es decir, wow, es un hombre muy grande, allí a su lado, yo no era tan alto; y estábamos sentados a la mesa y hablando sobre diferentes temas, y le dije: «Sabe, Dr. Graham, hay algo que yo siempre recordaré sobre su ministerio, algo que quedó grabado en mi memoria y que me gustaría preguntarle». Y él dijo: «¿qué es?». Le dije: «Cuando estaba en la universidad, en el primer año, había un grupo de nosotros que nos reuníamos en la sala de descanso de nuestras habitaciones. Habíamos estado jugando ping-pong, billar y esas cosas que juegan los de primer año de la universidad y la televisión estaba encendida en una esquina y la gran hazaña de esa noche… de lo que la prensa estaba haciendo gran revuelo era que Billy Graham iba a aparecer en la televisión nacional en el show de Jack Para».

Ahora, imaginen, Jack Paar y Billy Graham. Es decir, eso no parecía calzar muy bien por ningún lado y pensé, rayos, Jack Paar es un maestro del entretenimiento, la ocurrencia y la jocosidad. Nunca habla en serio ni por un segundo. ¿De qué manera Billy Graham va a mostrarse en una entrevista con Jack Paar? Vimos la entrevista y tan pronto como Billy salió y fue presentado, Jack Paar empezó a hacer tonterías, todo tipo de juegos y bromear y mantener a Billy Graham lo más lejos posible de cualquier cosa seria sobre religión. Y justo en medio de todas las bromas, Billy se detuvo y lo miró directamente a los ojos y dijo: «Jack, ¿has arreglado las cosas con Dios?» vieron, él fue directo a la yugular. Yo pensé que iba a decir: «mira, Jack, si vienes en un autobús se parará y… ya sabes. Y vamos a cantar un par de coros más de ‘Tal como soy de pecador’». Quedé helado, simplemente no podía creer que Billy Graham se dirigiera con tal agudeza en televisión nacional de una manera muy cortés, pero también tan directa. Casi fue una sacudida para Jack Paar.

Y así, en esta ocasión, hace algún tiempo, cuando tuve la oportunidad de cenar con el Dr. Graham, le dije: «Eso realmente causó una fuerte impresión en mí y me pregunto qué pasó con Jack Para». Su estrella tuvo un ascenso meteórico y luego desapareció de escena. Johnny Carson lo reemplazó y tomó su lugar. Le dije: «Lo que sea que haya pasado con Jack Paar, ¿Te mantuviste en contacto con él?». Y les diré por qué eso me quedó grabado en la mente, porque cuando la Escritura habla de la muerte, en realidad ella solo se preocupa por dos formas de morir. La Escritura dice que hay quienes mueren en fe y también se refiere a aquellos que mueren en sus pecados. Esas son algunas de las palabras más trágicas que leerás en las páginas de la Biblia, cuando dice que alguien murió en sus pecados.

Quiero decir, todos somos pecadores. Y en cierto sentido todos morimos en nuestros pecados.
Pero la distinción que hace la Escritura es si es que, en el momento de nuestra muerte, ¿hemos o no hemos arreglado las cosas con Dios? Lo que la Escritura quiere decir cuando alguien muere en sus pecados, es describir a esas personas quienes, hasta el último momento de sus vidas, hasta que cruzan el umbral, ellas rechazan, se niegan absolutamente a someterse a su Creador. Tenía un tío que era uno de los tipos más rudos y duros del mundo. El era obrero. Nosotros solíamos llamarlo ‘músculos de carne’. Tenía músculos y lucía como salido de un anuncio de «Rocky» o «Rambo». Se aparecía en nuestra casa con una camiseta vieja, los músculos abultados y sus uñas negras y sucias; y cuando decidí ingresar al ministerio, a mi tío casi le da un derrame cerebral. Era como haberle dicho que me iba para siempre a vivir a una isla desierta.

Él decía que, para él, cualquiera que ingresa al ministerio tenía que ser un verdadero blandengue que había abandonado por completo toda esperanza de ser hombre de verdad. Me dijo, oh, te vas a volver suavecito y hablarás bajito y cosas así. Él solo… me dio duro y sin piedad. Él contrajo una enfermedad mortal y en los últimos días de su vida, en las últimas semanas de su vida cuando iba a verlo, él todavía se reía y se burlaba de las cosas de Dios y de mi profesión. Pero sabía que me amaba. Quiero decir, eso siempre se notaba a pesar de todo lo que me decía. Recuerdo el día que estuve en su habitación; las cosas estaban difíciles para él y le dije: «¿Estás listo para enfrentar la muerte?». Él me miró y todas sus bromas cesaron y dijo: «No». Y empezó a llorar y dijo: «Pero, quiero estar listo. Háblame de eso». Y tuve una de esas experiencias raras e indescriptiblemente preciosas con un hombre moribundo. Él puso en orden su vida. Sé que mi tío murió en la fe.

Le conté eso a Billy Graham y le pregunté: «¿Qué pasó con Jack Paar?». Y él dijo: «RC, no sé dónde está Jack Paar en este momento con respecto a su fe, pero todavía estamos en contacto y conversamos a menudo». Él dijo: «Es mi oración que cuando el tiempo de Jack Paar llegue, que él pueda morir en la fe». Justo el domingo pasado pusieron un artículo en el periódico en el que registraron las últimas palabras de personajes famosos. Ya les dije las últimas palabras de mi madre: «Este es el día más feliz de mi vida». Esas son palabras que recuerdo con gran alegría y confianza. No es lo mismo con las últimas palabras de mi padre.

Cuando tenía 14 años, mi padre sufrió un derrame cerebral que lo dejó paralizado en la mitad de su cuerpo. Todo un lado era prácticamente inútil. No podía usar su brazo: no podía usar su pierna y su boca se torcía. Su habla se vio afectada y perdió la visión del ojo del lado afectado. Ese derrame cerebral devastador fue el final de su carrera, el final de sus ingresos y los médicos le dijeron a él y a mi madre, en ese momento, que no había cura para el problema que tenía y que moriría lentamente. Bueno, tardó tres años en morir y tuvo tres derrames más en el transcurso de ese tiempo antes de que finalmente muriera. Y pasó los últimos tres años de su vida confinado en una silla en el estudio de nuestra casa.

Era una silla muy acolchada que tenía pesas sobre su pierna y tenía un gran lente, una lupa, que usó para el ojo bueno que aún le quedaba, y todo lo que hizo en esos últimos tres años fue sentarse allí y leer la Biblia, lo cual fue algo sorprendente para mí porque no era un tipo particularmente religioso y yo no entendía la fe cristiana en ese momento. Yo era tan pagano como puede ser un joven y muy secular. Nuestra familia no era, como ya dije, una familia profundamente religiosa, para nada; pero en esos últimos tres años, mi padre empezó a pensar en el significado supremo de la vida. Y comenzó a leer el libro. Y usó esa gran lupa. Tuvimos esa especie de ritual que viene con frecuencia cuando un hombre está paralizado y pierde su posición de ganarse la vida y cuidar a su familia. Es muy difícil, en términos emocionales, para un hombre. Y como un asunto de dignidad para mi padre, él quería poder sentarse en la mesa del comedor, a la cabecera de la mesa, todas las noches a la hora de la cena.

Ahora, el poder sacarlo del estudio, atravesar la sala de estar, subir las escaleras; era un estudio bajo nivel y había que subir unas escaleras hacia la sala de estar y luego al comedor era una tarea para Hércules, pero era mi tarea y tengo que decir que disfrutaba hacerlo todos los días porque contribuía con la dignidad de mi padre. Cuando llegó el momento de la cena, entré al estudio y me puse delante de su silla, me agaché un poco, tomé sus dos brazos, los levanté y los puse alrededor de mi cuello y tomé sus dos muñecas para juntarlas y así, poniéndolo sobre mi espalda, lo cargué casi arrastrándolo, por así decirlo, para llevarlo a la mesa del comedor y acomodarlo en esa silla, en la cabecera de la mesa, y se sentó allí con su lado inmóvil y estuvo con la familia todas las noches en su asiento, el jefe de la casa, durante tres años. Bueno, al final de este período de tres años, después de la cena, ya los platos estaban retirados y fui a la cabecera de la mesa y lo puse alrededor de mi cuello otra vez y empecé a llevarlo de vuelta al estudio. En lugar de pasar por la sala de estar, me pidió que me detuviera. Dijo que quería sentarse en el sofá de la sala, así que lo senté en el sofá y le dije: «¿Qué es lo que pasa?». Él dijo: «Tengo algo que decir».

Ahora tienen que entender que él no hablaba con mucha claridad. Era difícil entenderlo, pero él me dijo estas palabras, dijo: «Hijo, he peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe». Ahora, amigos, yo no tenía idea de dónde venían esas palabras. No tenía idea de cuál era su significado bíblico y teológico. Era tan inexperto en religión en ese momento de mi vida, tenía 17 años cuando todo esto sucedió y él me estaba diciendo esas palabras, yo entendí exactamente lo que mi padre estaba diciendo. Mi papá estaba diciendo que era el final. «Ya voy a morir». Y de hecho, esas palabras que pronunció esa noche fueron las últimas palabras que pronunció en este mundo, porque una hora después tuvo su cuarto derrame cerebral, entró en coma y al día siguiente murió. Creo que todos hemos visto esto, ¿no? Ese momento de comprensión que tienen las personas cuando saben que se acerca la hora. Y mi papá, como padre, tomó a su hijo y le dijo «siéntame que tengo que decirte algo» y me comunicó que ya era el final. Y lo hizo triunfante. «He peleado la buena pelea, he terminado la carrera, he guardado la fe». ¿Saben cuáles fueron mis últimas palabras a mi padre? Las típicas palabras de un adolescente de 17 años que no puede soportar mirar a los ojos a la muerte.

Dice en el Antiguo Testamento que hay algunas cosas que una vez que pasan no se puede volver atrás. Si pones una flecha en un arco y acomodas la flecha y tiras hacia atrás tensando el arco y sueltas la cuerda, es demasiado tarde para llamar de vuelta a la flecha. Entonces las Escrituras nos dicen que una vez que abres la boca y dices algo y esas palabras salen al aire y golpean el tímpano de alguien, ustedes pueden disculparse por eso. Podrían decir que no quisieron decir eso. Pero esas palabras se han dicho y no hay forma de borrarlas. Hay muchas cosas que he dicho a muchas personas en mi vida y que daría cualquier cosa por poder traerlas de vuelta, pero la frase que más me gustaría no haber dicho es la última frase que le dije a mi padre. Lo último que le dije a mi papá en este mundo fue: «No digas eso, papá». Cuando estábamos pasando por esto como familia, ya saben, una de las cosas más difíciles para mí, y pasaron un par de cosas que fueron difíciles. Yo, a los 14 años no sabía de qué se trataba llegar al final. No sabía que existía tal cosa como un problema sin solución. Cualquier cosa que se rompía podía repararse. Todo lo que salía mal se podía corregir, ese fue mi entendimiento hasta que esto sucedió en nuestra casa. Así que no entendía todo eso.

Pero una de las cosas que me perturbó profundamente fue cuando mi padre quedó paralizado y tuvo que detener todas las funciones de su vida. No podía entender qué pasó con sus amigos. Yo le decía a mi madre: «Mamá, ¿dónde está el Sr. Fulano y el Sr. Mengano? ¿Por qué no vienen a verlo?». Y mi madre decía: «Hijo, tienes que entender, ¡no pueden!; simplemente no pueden». ¿Cómo que no pueden? «Bueno, ellos no quieren ver a tu papá así. Los asusta; no saben qué decir, se sienten incapaces, están avergonzados». Le dije: «No tienen que decir nada, solo tienen que venir, tomar su mano y estar presentes». Y ella dijo: «Está bien, él entiende». Yo no lo entendía, y todavía no lo entiendo, para ser honesto. Pero, a fin de cuentas, yo también hice exactamente lo mismo. No iba a dejar que me dijera que iba a morir, porque no quería escucharlo. No lo entendía, pero…. es casi como si él hubiera tomado una decisión. «He aguantado todo lo que pude resistir. Me voy a casa ahora y te digo adiós, hijo, y quiero que aprendas a morir».

No sé si él me enseñó a vivir, pero espero que me haya enseñado a cómo morir. No fue hasta un par de años después que llegué a ser cristiano. En mis inicios en la lectura del Nuevo Testamento, un largo camino a través de los evangelios, Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Romanos, 1 y 2 Corintios y todas esas epístolas paulinas y los demás; llegué a la segunda carta de Pablo a su amado discípulo Timoteo. Y estamos al final donde Pablo está en prisión y está esperando ahora a ser ejecutado, y sabemos que fue ejecutado por Nerón en el 65 dC. Y al final de esta correspondencia, que tiene con su discípulo joven, le escribe estas palabras a Timoteo: «Porque yo ya estoy para ser derramado como una ofrenda de libación, y el tiempo de mi partida ha llegado. He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe». (Yo vi esas palabras) ¡Esas fueron las palabras! Esas fueron las últimas palabras que … ahora entiendo lo que mi padre intentaba decirme en su lecho de muerte.

Y entonces entendí, damas y caballeros, que mi padre murió en la fe. Así es como murió. Pero ¿qué significa eso? ¿Qué significa morir en la fe? La fe es una palabra tan desgastada en nuestra cultura que casi se ha convertido en una palabra que evoca magia y superstición. Pero el significado más simple de la palabra «fe» en el lenguaje del Nuevo Testamento es la palabra «confianza». Esto nos lleva al punto de partida, ¿no? Una cosa es creer en Dios, otra cosa es creerle a Dios. Una cosa es confiar en que hay un Dios; otra cosa es confiar en Dios para lo que sea y para lo que sea que pase y para lo que me pase. Y noto la forma en que el apóstol pone todas estas palabras juntas. Él dice: «He peleado la buena batalla». Por lo general, los cristianos piensan en pelear como algo malo puesto que Jesús dijo: «Bienaventurados los pacificadores». Estamos llamados a ser personas dóciles, mansas, humildes, no beligerantes y belicosos, ni personas contenciosas que están dispuestas a pelear en un abrir y cerrar de ojos.

Pero hay ciertas luchas a las que sí estamos llamados, y cuando tenemos una enfermedad grave, Dios es honrado cuando la combatimos con uñas y dientes, cuando luchamos con la mayor fuerza posible. Hacemos todo a nuestro alcance. De nuevo, en un hospital anda y pregunta a los médicos, te dirán que casi pueden predecir quién se va a recuperar y quién no. Tenemos a aquellos que cuando contraen alguna de estas enfermedades, solo dicen: «voy a luchar cada minuto que me queda». Y su espíritu se vuelve contagioso e inspirador para otras personas, porque la pelea en la que están comprometidos es una buena pelea. Entonces, de inmediato, el apóstol cambia de las imágenes y el lenguaje de un concurso de pelea al de una carrera. Y esto es algo más que percibo sobre la fe cristiana, que cualquiera puede ser cristiano por cinco minutos o por cinco horas o por cinco días o por cinco años.

Pero, otra vez, el tema recurrente en la Escritura es: «El que persevera hasta el fin» ese es el que experimenta redención. Y la carrera de la que hablan los apóstoles no es una carrera de cien metros; es una maratón. Es el tipo de carrera que requiere de coraje extra para seguir adelante aun cuando sientes que ya no tienes fuerzas. Saben, lo que Judy Griese me dijo en Miami, ella dijo: «RC, no puedo soportarlo más». Y me acordé de cuando me uní a un grupo para bajar de peso, pensé en esta cosita tonta que hacen cuando te unes a esa organización, al menos así es en la Florida, ellos te dan un sorbete. Te lo dan la primera noche y te dicen que te lo lleves a casa y lo pongas en el refrigerador y yo dije: «¿Qué es eso?». Ellos dijeron: «eso representa la gota que derrama el vaso». Que cada vez que miras ese sorbete te preguntes qué fue lo que te hizo venir aquí y decidir seguir esta dieta. La última gota que se rebalsa… Y pensé en la imagen de un vaso, uno grande, que está lleno de agua hasta el mismo borde, hasta el tope máximo sin derramarse, y hay un punto en el que el vaso ya no puede aguantar ni una gota más de agua. Una gota más y ese vaso se derrama.

Damas y caballeros, no tengo idea cuál es la última gota en mi caso y no sé tampoco cuál es la de ustedes. Incluso Judy Griese no lo sabía. Ella dijo: «No puedo aguantar más», y Dios le concedió 30 días más para aguantarlo. Y ella murió. Ella terminó la carrera y guardó la fe. Así es como quiero morir. Quiero morir confiando en Dios Quiero morir sin abandonar la esperanza en Él. El Nuevo Testamento nos dice que el justo vivirá por fe y también nos dice que los justos morirán en fe. Cuando hablamos de la muerte también tenemos que hablar del otro lado. La pregunta más antigua de todas es: «Si un hombre muere, ¿volverá a vivir?». ¿Hay realmente alguna razón para esperar que más allá de la tumba haya vida? Eso es lo que vamos a ver juntos en nuestra próxima sesión.

(Aplicación)

Recuerdo que cuando estaba en el seminario hubo un gran debate que se extendió por todo el campus del seminario y se centró en esta pregunta: «¿Puede una persona en esta vida realmente estar segura de que cuando muera irá al cielo?». Era la pregunta ancestral de la seguridad de la salvación. Y en esa disputa particular que se daba en todo el seminario las personas no solo decían: «no, no podemos estar seguros de nuestro destino futuro», sino que hay algo cuestionable en alguien que tiene un tipo de confianza para decir: «Sí, yo estoy seguro». Porque como que hay una especie de aura de arrogancia cuando escuchamos que una persona dice: «Bueno, yo sé a dónde voy. Yo voy a ir al cielo cuando yo muera».

Ahora creo que es importante que reconozcamos que hay diferentes tipos de garantías que las personas tienen sobre su futuro, y algunas de ellas, de hecho, son manifestaciones de arrogancia. Si, por ejemplo, la manera en que creo que las cosas funcionan en el cielo es que creo que la forma de llegar allí es viviendo una buena vida y acumulando méritos y buenas obras y todo, y luego vienes a mí y dices: «RC, ¿estás seguro de que cuando mueras irás al cielo?». «Yo sé que voy a ir al cielo porque viví una vida tan maravillosa»; eso sería demasiado arrogante si tuviera ese tipo de seguridad. Pero, por otro lado, si Dios promete vida eterna a las personas que confían en Él, sería arrogante no tener la seguridad de nuestra condición futura porque si no tengo la seguridad de lo que estaré haciendo en realidad estaría proyectando una sombra sobre la credibilidad de la promesa de Dios. Si Dios nos promete vida eterna y yo no estoy seguro de que lo que Él promete lo cumplirá, estoy cuestionando Su integridad. Pero por supuesto, allí es donde normalmente reside nuestra incertidumbre. Yo creo que la mayoría de las personas estarían de acuerdo en que Dios cumple sus promesas; y que Dios, de hecho, hará lo que dice que hará.

Pero la verdadera pregunta se preocupa del estado de nuestra propia fe. ¿Alguna vez te has preguntado si la fe que posees o profesas es genuina? Sé que ha habido momentos en los que he sido golpeado, de hecho, herido, por un miedo repentino de que mi propia fe sea tan superficial que en realidad es espuria, es fraudulenta; que no es la verdadera. De hecho, cuando veo algunas de las cosas que hago, digo cómo puede la fe de una persona comportarse así. ¿Por qué tengo dudas si tengo fe verdadera? Ahora, el lugar donde eso se vuelve más complicado y difícil de mantener es en medio del sufrimiento. Ya sea sufrimiento emocional o sufrimiento físico, hay veces en que estoy convencido de que el sufrimiento emocional es más difícil de manejar que el sufrimiento físico. Al menos en el sufrimiento físico nos pueden poner una inyección que adormezca el dolor, o tomar alguna pastilla o lo que sea.

Pero a veces, cuando tocamos el fondo en nuestras vidas con una relación rota o algo por el estilo, nos sentimos tan vacíos por dentro que sentimos todo menos fe. Más bien pasamos por la amenaza de la depresión, de la desesperación y de lo que los teólogos llaman la noche oscura del alma. Permítanme hacerles un par de preguntas y pedirles que discutan esto entre ustedes. ¿Alguna vez has sentido un vacío de seguridad personal? ¿Hay momentos en tu vida en los que realmente no estás seguro de cómo va a terminar tu vida finalmente? Discutan esto abiertamente entre ustedes. ¿O alguna vez ha habido un momento en tu vida en el que tenías una sensación de seguridad sobre tu destino futuro ¿Crees que es posible que una persona sepa ahora cuál será su estado más adelante? Dejen que la discusión sea amena, pero también que sea sensible porque todos luchamos con todo este asunto de la seguridad en distintos puntos de nuestras vidas y en varios niveles.

Ahora la otra pregunta que quiero que hagan, para discutir, es esta: ¿Qué tipo de cosas sacuden tu confianza, perturban tu seguridad y te hacen preguntar si realmente puedes confiar en las promesas de Dios? Discutan eso juntos y espero no dar pie simplemente a argumentación, sino que puedan empezar a ver que no están solos con las preguntas que tienen y las dudas que les asaltan. Y espero que lo que salga de esto sea un sentido de aliento mutuo entre aquellos con quienes ustedes están estudiando en este momento.