El sufrimiento: una vocación divina

Segunda parte de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Sorprendido por el sufrimiento».
Dios es soberano sobre el sufrimiento y la muerte. De hecho, en ocasiones Él nos llama a sufrir e incluso a morir. A lo largo de la Escritura, encontramos a personas cuyo sufrimiento fue el vehículo necesario por el que Dios pudo cumplir Su propósito. En esta lección, el Dr. Sproul analiza a tres individuos que fueron llamados a sufrir para que se produjera algo grandioso.

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Transcripción

Hay una obra, un tanto menos conocida, de Herman Melville, el autor de Moby Dick y Billy Budd, marinero y el presentador de una serie de aventuras en el mar del sur.
En una de sus obras menos conocidas, Melville hace esta declaración, él dice: «Hasta que aprendamos que una aflicción supera mil alegrías, nunca entenderemos lo que el cristianismo está tratando de hacernos». Ahora, cuando Melville hace esa declaración, no creo que simplemente esté siendo macabro o pesimista, sino que está haciendo eco de un sentimiento que encontramos en la Escritura misma. Por ejemplo, la literatura sapiencial del Antiguo Testamento declara que es mejor ir a la casa de luto que pasar tiempo con los necios. Es otro caso obvio y específico donde vemos cuán estrechamente relacionado está el Dios de las Escrituras con la realidad del sufrimiento y el dolor.

Y en nuestra última sesión, la primera juntos, mencioné esta palabra «vocación» con la que solemos referirnos a nuestra carrera o nuestro estilo de trabajo. Cada vez que conozco a alguien por primera vez, les pregunto cómo se llaman y dónde viven y luego, inevitablemente, les digo: «¿A qué se dedican?», estoy indagando por su vocación. Tenemos pruebas vocacionales, tenemos escuelas vocacionales. Esta palabra es una parte muy importante de nuestro vocabulario. Pero su significado de raíz, su significado clásico fue tomado de la palabra latina que significa ‘llamar’. Y la idea, anteriormente en nuestra historia, cuando entendimos que Dios llama a las personas a diversas tareas y ocupaciones, no solo llama a las personas al ministerio ordenado, al clero y demás; sino que Él llama a las personas a ser médicos, las llama para involucrarse en la jurisprudencia, llama a las personas a labores productivas de negocios y otros.

Esta idea de vocación tiene que ver con el hecho de que confiamos en que, como Señor de la historia y Señor de toda vida, Dios realiza su llamado sobre las personas para que realicen ciertas tareas, pero por lo general no pensamos en el sufrimiento o la muerte como una vocación. No he visto ninguna escuela vocacional que otorgue un diploma en sufrimiento o un lugar donde puedas ir a estudiar cómo morir. Y, sin embargo, si entiendo lo que las Escrituras enseñan sobre la naturaleza del sufrimiento y sobre la naturaleza de la muerte, creo que está bien que nosotros veamos que hay momentos en la vida de una persona donde el llamado de Dios para ella puede que no sea el ser un banquero o ser un doctor o ser un ministro o lo que sea, sino que el llamado de Dios para la vida de esa persona en ese momento de su vida sea el sufrimiento y tal vez incluso la muerte.

Ahora, como dije antes, eso podría sonarles excéntrico y radical. Así que, lo que me gustaría hacer el resto de esta sesión es que exploremos juntos, solo para practicar algunas cosas que esto seguro muchos aquí saben hasta cierto punto, para mostrarles algo de la historia de la actividad de Dios con la gente viendo otra vez a personajes de los cuales sabemos que Dios los llamó a sufrir. Y cada vez que hablamos de sufrimiento, a menudo el primer nombre que nos viene a la mente, de la historia bíblica, es el nombre del muy conocido personaje del Antiguo Testamento cuyo nombre es Job de quien sabemos que fue un hombre próspero que supo sacarle provecho a su trabajo. Hablemos de vocación y de Job.

Ustedes conocen la historia de Job, de cómo hay un drama que se desarrolla en el cielo, donde Satanás reporta al Arquitecto Divino del cielo y de la tierra, y le dice que ha estado dando vueltas por la tierra, examinando la creación. Él como que viene de vuelta y muestra cierta alegría por lo que ha descubierto abajo en este planeta y se está burlando de Dios diciéndole, «Ey, mira… toda esa gente allá abajo, los tengo en el bolsillo; están haciendo lo que yo quiero; nadie te está escuchando. Nadie está prestando atención a tus leyes ni nada de eso». Y Dios le dice, «espera un minuto, ¿has considerado a mi siervo Job?» Satanás dice, «claro que lo he considerado; lo he visto. Él te obedece. Él es honesto; es recto. Nosotros lo llamamos Job el inoxidable».

Satanás dice, «Pero, ¿por qué no ha de servirte? ¿Acaso te sirve por nada? Mira lo que Tú has hecho. Lo has prosperado; Le has puesto un cerco a su alrededor. Le has dado todo lo que un hombre pudiera desear». Él dijo, «Déjamelo a mí. Déjame infligirle dolor sobre su vida y veremos por cuánto tiempo te será fiel». Bueno, ustedes conocen la historia de todas las aflicciones por las que pasó Job. Él pierde sus propiedades; experimenta la ruina financiera; luego su familia le es arrebatada uno a uno. Y luego es afligido con enfermedades incurables que eran terriblemente dolorosas. En medio de toda esta experiencia, Job es tentado para maldecir a Dios. De hecho, en medio de su sufrimiento, aun su esposa viene a sugerirle que, si quería alivio de su dolor, que debe levantar su puño al cielo y gritarle a Dios, y su esposa le dice, «maldice a Dios y muérete».

Hace un par de años estaba en Los Ángeles, a las afueras de Anaheim, California, hay dos atracciones turísticas que provocan el interés de todo el mundo. Una es, por supuesto, Disneylandia y la otra es conocida como la Catedral de Cristal, esta iglesia que es famosa por salir en la televisión, tan grande que puedes verla por kilómetros y kilómetros. Esta hecha de vidrio por todos lados. Yo tuve la oportunidad de ir y visitar la Catedral de Cristal y nos dieron un tour por los terrenos exteriores de esa iglesia. Y lo que captó mi atención, no tanto por el edificio majestuoso como tal, sino por algunas de las obras de arte que adornan la parte de afuera de esta iglesia. Mientras recorríamos los jardines de la Catedral de Cristal, la persona que nos guiaba nos dijo que ellos acababan de develar una nueva obra de arte que había sido comisionada a un artista escandinavo, un escultor, el cual había hecho esta obra de arte para la iglesia.

Entonces nos llevaron a ver esa hermosa obra de arte. Se trataba de una escultura de Job. Era magnífica. Era una reminiscencia del estilo de Miguel Ángel con la tensión de una musculatura firme, que manifiesta toda la idea de contorsiones, torsiones y actividades que quedaron congeladas por un segundo, suspendidas en el espacio en esa piedra. Parecía como si en cualquier momento esa figura emergente que salía de la base de la estatua cobraría vida. Pero la posición de esa persona era una en la cual se retorcía de agonía. Y pienso que nunca un artista había capturado tan gráficamente la expresión más completa del dolor humano que yo jamás haya visto. Y luego me llamó la atención la base de la estatua, estaba cincelada en la piedra, en la base, un verso del libro de Job del Antiguo testamento que decía, «Aunque Él me mate, en Él esperaré». Yo pensaba ¿cómo alguien pudo soportar tanta aflicción y tanto dolor y todavía rehusarse a blasfemar a Dios?

Job tenía mucho más que paciencia. Job tuvo una comprensión y una confianza en Dios aun cuando él estaba siendo remecido hasta los mismos cimientos de su ser. Nosotros sabemos que… lo peor que le pasó a Job es que en medio de sus sufrimientos, cuando buscó a sus amigos por consuelo, sus amigos no vinieron a él con consuelo, sino con acusaciones. Los amigos fueron como unos teólogos auto designados y ellos fueron a Job y le dijeron: «nunca hemos visto a una persona sufrir como tú has sufrido». Y eso solo puede significar una cosa, Job. Tú debes ser el más miserable pecador en este planeta. Porque la gente pensaba de esta manera. Ellos leían la Biblia; ellos comprendían que la razón por la que hay dolor y la razón por la que hay sufrimiento, la razón teológica para la tragedia en este mundo es debido a la maldad. Esa es la respuesta teológica. ¿Quieres saber por qué hay dolor en el mundo? ¿Quieres saber por qué hay sufrimiento? ¿Quieres saber por qué hay muerte? Lo que la Biblia dice es que la razón por la que esas cosas afligen a la raza humana es porque la raza humana está caída.

Ahora, lo que los amigos de Job hicieron fue que le dijeron, «Oh, bueno, si la razón por la que hay dolor, sufrimiento y muerte en el mundo es porque hay pecado en el mundo, entonces debe haber una ecuación matemática directa entre el grado de sufrimiento que una persona soporta y la pecaminosidad que ha experimentado en su vida». Ellos nunca leyeron a David, cuando David dijo, ¿cómo es posible que el malvado prospere y el recto sufra? Entonces, los amigos vinieron a Job y le dijeron, «Job, tienen que haber algunos pecados no confesados en tu vida». No era mucho consuelo. Hasta que finalmente Job se volvió a Dios y experimentó toda una montaña rusa de emociones humanas aun con Dios. Él luchó con Dios; él le gritó a Dios; se enojó con Dios. Le temió a Dios. Él no sabía si es que tenía que arrepentirse o regocijarse, o qué hacer en medio de su dolor. Él dijo, «No sé lo que está pasando». Dijo, «Dios, por favor ¿me explicarías por qué estoy pasando por todo este sufrimiento? ¿Qué pasó?».

Dios descendió y dijo, «Bueno, escucha, hay tres razones por las que tú estás sufriendo, Job. Se debe a que le gritaste a tu esposa la semana pasada o se debe a que robaste algunos tomates del jardín de alguien». No, no, no, no. Tú sabes que Dios nunca respondió esas preguntas. En vez de eso, empezó a hacerle muchas preguntas a Job. Le dijo, «¿Quieres que responda tus preguntas? Primero responde algunas de las mías». Le dijo, «Job, dime, ¿dónde estabas tú cuando yo establecí los fundamentos del mundo?» «Eh, no lo sé, me ganaste». «Vamos, Job; habla… quiero que responsas esas preguntas. Seré feliz de responder las tuyas, pero primero responde las mías. Job, ¿enviaste al león tras su presa en la selva? ¿Envías a las aves al sur durante el invierno? ¿Puedes desatar las cuerdas del Orión? ¿Puedes atar las cadenas de las Pléyades? ¿Puedes hacer esas cosas? ¿Conoces tú las ordenanzas de los cielos?», preguntas así.
Y el examen final que Job está dando, lo único que le dice a Dios es, no, no, no, no, no. Pero es casi como si Dios estuviera intimidándolo, como si Dios estuviera diciendo, «tú no puedes hacer eso, Job, pero yo sí».

Bueno, ¿cuál fue la respuesta que Job recibió? Él no recibió una respuesta. Lo que recibió fue una persona. Él recibió una persona. Dios dijo, «mírame a mí. No voy a responder tu pregunta ahora mismo, pero quiero que entiendas que controlo el universo; controlo las pléyades; puedo sacar el leviatán de los océanos con un sedal de dos kilos de resistencia. Job, confía en mí». Y él lo hizo porque esa era su vocación, ya que Job no sufrió debido a sus pecados. Job sufrió para la gloria de Dios. En el Nuevo Testamento, algunos tipos llevaron un hombre a Jesús. Ellos querían dejar sin respuesta a Jesús con una pregunta teológica difícil. El hombre había estado ciego desde el día en que nació; pasó toda su vida en oscuridad. Entonces ellos llevaron este hombre a Jesús y le dijeron, «Jesús, dinos, desentraña este misterio teológico a nosotros. ¿De quién es este pecado? ¿Fue el pecado del hombre o el pecado de sus padres para que él haya nacido ciego?».

Ahora, para los que son estudiantes de filosofía, quizás reconozcan en esta pregunta que fue presentada a Jesús, lo que se denomina la falacia del falso dilema, o la falacia de blanco o negro. Es una manera equivocada de pensar. Es reducir algo a solo dos opciones cuando bien podría haber tres, cuatro, cinco o seis opciones, diciéndote que tienes que tener o turrón de maní o doritos, pero yo respondo, se me antojan palomitas. Yo no quiero «la peste que devora ambas casas» en cuanto a escoger entre blanco o negro. Pero esta gente vino a Jesús y el hombre está ciego y tiene que haber alguna razón para su ceguera—ya sea porque él es un pecador y Dios lo afligió con ceguera o sus padres eran pecadores y, por lo tanto, él nació ciego. Y esa es justamente la pregunta que llevaron a Jesús, y él dijo: «Ninguno pecó; este hombre nació ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él». ¿Oíste lo que él está diciendo? Esta diciendo que este hombre nació ciego para que la majestad de Dios sea evidente.

Pero ahora decimos ¿cómo es que la majestad de Dios se manifiesta en el mundo a través del sufrimiento humano? Bueno, estamos hablando de eso ahora mismo. ¿Crees que ese hombre hubiera soñado alguna vez que dos mil años después de su encuentro con Jesús, habría gente reunida escuchando esta serie en donde hablamos de su experiencia con la ceguera y su experiencia al encontrar a aquel que tocó sus ojos y le devolvió la vista? Que la razón por la que él nació ciego fue que desde la eternidad Dios se había propuesto que este hombre esté allí en ese lugar, en ese día cuando su Hijo iría y le devolvería la vista para demostrar al mundo entero del poder y la magnificencia de Cristo. ¿Crees que ese hombre hoy día se puede regocijar en su ceguera? Él estaría feliz de regresar a este planeta y pasar 40, 50, 60 años más en oscuridad si es que él pudiera ser usado por Dios para mostrarle al mundo la magnificencia de Cristo. Pero él no sabía esto cuando estaba ciego. Y la mayoría de nosotros no vemos la razón para nuestro sufrimiento en este mundo, pero el mensaje de la Escritura es que Dios está por encima de todo sufrimiento humano y que es una vocación divina.

Ahora, hemos hablado acerca de Job y hemos hablado acerca del hombre nacido ciego, pero hay un hombre que nació, quien tuvo un solo propósito para toda su vida, una vocación. Toda la razón primaria del por qué nació no fue para que fuera ciego, no fue para que sufra llagas, o la pérdida de su familia, o la pérdida de su ganado, como le pasó a Job. Todo el propósito para el sufrimiento de este hombre, su vocación era hacer una cosa, era morir, su nombre fue Jesús. Quisiera leer un pasaje, que es familiar para ustedes, del Nuevo Testamento en el capítulo 26 del evangelio de Mateo, empezando en el versículo 36, donde leemos lo siguiente: «Entonces Jesús llegó con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy allá y oro. Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».

En teología nos gusta usar frases en latín y expresiones en latín, y una que yo siempre he encontrado particularmente significativa son las palabras «passio magna», que significan «el gran sufrimiento». Hablamos de la gran pasión de Cristo, que fue la vocación de Cristo desde el mismo momento en que nació que fue llamado por Dios a sufrir y morir. Recuerdas a su madre, María, cuando Jesús era solo un bebé y María y José llevaron a Jesús al templo para la circuncisión y la purificación. Y allí se encontraron con la vieja profetisa y con el viejo profeta al que Dios le había dicho que no moriría hasta que él viera al Mesías del Señor. Su nombre era Simeón. Cuando Simeón cantó el Nunc Dimittis, el cántico, él dijo, «Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz… porque han visto mis ojos… (la) gloria… de… Israel». Y luego estalló en una profecía donde habla sobre cómo el bebé de esta mujer se establecería para levantamiento y para caída de muchos en Israel y sería una señal para las naciones y cosas semejantes.

Entonces, al mismo inicio de la vida de Jesús, este antiguo profeta dijo que a María una espada le iba a traspasar el alma. El anuncio a la madre de Cristo en sus dos primeras semanas de vida era que este niño estaba destinado a la muerte y al sufrimiento. Ahora, no sabemos en qué punto del desarrollo de la consciencia de Jesús él estuvo totalmente consciente de su vocación. Sabemos que cuando él tuvo 12 años fue a Jerusalén y que estuvo maravillando a los doctores en el templo, y sus padres lo echaron de menos y estuvieron muy nerviosos. Ellos pensaron que lo habían perdido y se apresuraron a regresar y encontraron a Jesús hablando con los teólogos en el templo y los maravilló a todos con su conocimiento. Y ellos regañaron a su hijo y dijeron: ‘Qué estás haciendo? Te hemos estado buscando por todas partes. Nos has causado gran preocupación’. Y les dijo a sus padres: ‘No saben que debo ocuparme de los asuntos de mi padre?’ Él tenía un sentido de vocación.

Pero ¿cuáles eran esos asuntos? No fue sino hasta que tuvo unos 30 años que empezó su ministerio público y mantuvo cierto perfil bajo, a lo que los teólogos llaman el secreto mesiánico. Jesús no salió corriendo y mostró su poder de una vez a todos. Y en una ocasión se apartó a un lado con sus discípulos y los reunió alrededor; Pedro, Jacobo y Juan. Y dijo: ‘Díganme ahora’, ‘ustedes van de un lado a otro con la multitud; ¿qué se rumorea?, ¿qué dice la gente de mí?, «¿quién dicen las multitudes que soy yo?» Y ellos… los discípulos empezaron a responder y dijeron: ‘Bueno, algunos dicen que tú eres un profeta increíble; algunos dicen que eres Elías. Algunos dicen que eres Juan el Bautista, te están confundiendo con él, y así por el estilo’. Ellos dan todas estas respuestas de lo que las encuestas de opinión pública están diciendo de Jesús.

Y finalmente Jesús dijo: ‘Está bien, es interesante saber lo que están diciendo. «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Se acuerdan de Simón Pedro en Cesarea de Filipo viendo a Jesús y que dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Tú eres el Mesías. Y Jesús miró a Simón y dijo: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre». Esto no es algo que tú hayas indagado a través de tu especulación, sin ayuda; carne ni sangre te lo han revelado, sino que mi Padre te ha revelado esto. Fue un momento maravilloso. Este fue el mejor momento de Pedro y Jesús le dio un nombre nuevo allí. Él dijo: «te digo que eres Pedro», Pedro significa roca, «y sobre esta roca edificaré mi iglesia». Y puedes imaginarte a Pedro empezando a inflarse de orgullo… ese cumplido de Jesús. Cinco minutos después, si recuerdan la historia, Jesús miró a Pedro, a quien había felicitado y dijo: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!» ¿Recuerdan eso? Él no estaba hablando con el diablo. Le estaba hablando a Pedro. Y miró a Pedro y llamó a Pedro el diablo. Él dijo: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!» ¿Por qué hizo eso? Porque en esos cinco minutos ocurrió algo muy significativo en la conversación.

Después de que Pedro dijo ‘bien, tú eres el Mesías’, Jesús dijo: ‘Sí, yo soy el Mesías; bienaventurado eres por entenderlo, pero hay… hay algo que tú debes aprender y eso es que, como Mesías, tengo que sufrir muchas cosas’. Pedro dijo: «¡No lo permita Dios!» ¿Saben qué respondió él? En el texto aquí, leemos esto, que Pedro miró a Jesús y le dijo: «Eso nunca te acontecerá», Señor; que tú tengas que sufrir. Imaginen eso. Es decir, si alguien debió haber entendido que Dios se especializa en sufrimiento y que Dios hace esta vocación de llamar a una persona a sufrir, debería haber sido un judío del primer siglo. Pero incluso en ese momento, Pedro estaba diciendo que eso es impensable. Nuestro Mesías es un Mesías que vendrá y ciertamente no sufrirá. Jesús dijo: ‘tienes que entender que la única forma en que puedo ser el Mesías es caminando por la Vía Dolorosa. Tengo que sufrir y tengo que morir porque ese es el llamado de Dios para mi vida’. Pedro quería que Cristo se alejara del sufrimiento, que fuera el Salvador de otra manera. Allí es donde digo que, en el corazón mismo de la fe judeo-cristiana, está la realidad del sufrimiento y de la muerte.

Sería bueno decir que cuando llegó el momento de que Jesús cumpliera su destino, Él sonrió, saludó al Padre y le dijo que ya estaba listo, sigamos adelante. ¡No es así! Leemos aquí, en este texto, que cuando Cristo entró al jardín de Getsemaní, dijo que este era el comienzo de su dolor y entró en gran angustia. Y Él dijo: «Mi alma está muy afligida». Aquellos de ustedes que están en lechos de dolor y aquellos de ustedes que están ministrando a los que están muriendo, déjenlos dolerse. Déjenlos llorar. Dios encarnado expresó y articuló su miedo y su dolor. Mientras Él estaba en el jardín, sus amigos se quedaron dormidos, Él se retiró y empezó a orar; eso es lo que las Escrituras nos dicen de cuando él pasó por su agonía en Getsemaní.

Ahora, pausemos por un segundo. A veces pienso de esta manera. Pienso que, bueno, Jesús sufrió, sí; pero terminó en un par de días. Él no tuvo que pasar por 10 años como Judy Griese.
De hecho, su muerte solo tomó unas horas en la cruz. Y escuchamos a los predicadores decirnos en Viernes Santo, esta es la peor muerte posible, el de estar colgado en la cruz y ser estirado y clavado y todas esas cosas sangrientas que escuchamos, lo que de hecho es altamente doloroso. Pero hay personas en un hospital, ahora mismo, hoy, que han sufrido mucho más sufrimiento físico que eso y durante un período de tiempo más largo. Pero, damas y caballeros, Jesús no fue afligido con clavos, martillos y madera, sino que, las Escrituras nos dicen, con cada enfermedad que hay; que era su destino tener cáncer terminal, sufrir un derrame.

Todo el pecado, toda enfermedad, todo el dolor que está debajo del cielo fue puesto sobre Él al mismo tiempo. Y esa fue su vocación desde el principio de su vida. Y no es de extrañar entonces que cuando entró al jardín y se retiró para orar, Él dijo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa». Ciertamente no quiero ser voluntario para beber una copa como esa y no quiero ser voluntario para contraer alguna enfermedad terrible. Y aquellos de ustedes que padecen enfermedades muy difíciles estoy seguro de que no fueron voluntarios para eso. Y han gritado muchas, muchas veces como Cristo: ‘por favor, deja pasar esta copa. Sin embargo, no se haga mi voluntad sino la tuya’. Y Dios dijo: ¡No! El Padre dijo: ‘bebe de esa copa’. Esa es tu vocación. Tú dijiste bien, si eso es lo que quieres entonces la beberé. Él no fue riendo y bailando a la cruz. Él fue gritando a la cruz. Pero la única forma en que pudo soportar lo que soportó fue entendiendo que no fue el diablo quien lo puso allí y no fue una casualidad que lo puso allí y que no fue la hostilidad de las personas que lo puso allí. Todas esas cosas tal vez podrían estar incluidas en la naturaleza de las cosas, pero finalmente lo que lo puso allí fue una vocación. Él fue enviado por el Padre.

Pero lo que veremos antes de terminar es que cuando Dios le da a un ser humano una vocación de sufrir y morir, nunca, nunca, nunca, nunca termina allí. La fe cristiana no empezó el Viernes Santo. Nos detendremos en este punto y veremos otro aspecto del sufrimiento en nuestra próxima sesión juntos. En este momento, mientras me dirijo a ustedes por… por cámaras de grabación, en un estudio de televisión, rodeado de cámaras y camarógrafos y directores de piso y todo ese tipo de cosas y mientras estoy parado aquí, recuerdo una experiencia que tuve hace unos años en Pittsburgh con Wayne Alderson. Estuvimos participando en un programa llamado «El valor de la persona en los negocios y en la industria», donde íbamos a entrar en un terreno en que había serias disputas y conflictos entre trabajadores y gerencias, y donde no teníamos que dirigir nuestra atención a los problemas económicos que estaban dividiendo a la gente, sino a los temas centrales de la dignidad humana.

Y la razón por la que pensé en eso fue que Wayne y yo estábamos siendo entrevistados en el Canal 2 de Pittsburgh, un día. Y yo empecé a hablar sobre este tema de la dignidad. Wayne siempre preguntaba en sus seminarios, él se paraba frente a grupo y decía: «¿Cuántos de ustedes aquí desean ser tratados con dignidad?» Y cada uno de los asistentes levantaba su mano. Es decir, no podrías lograr que un grupo de 200 personas esté de acuerdo en algo, a no ser que sea excepto en ese punto. Todos quieren ser tratados con dignidad. Lo que me hizo pensar en eso fue que, en esa entrevista en televisión, estaba hablando con el presentador del programa de entrevistas sobre este tema de la dignidad humana. Y uno de los camarógrafos del set quedó tan absorto en su interés y fascinación por el tema de la dignidad humana, que abandonó su puesto; él dejó su cámara, salió de detrás de la cámara, yo miré hacia abajo y estábamos sentados en una plataforma elevada y aquí está este hombre que empieza a gatear hacia la plataforma de nosotros. Era como un perrito jadeando por agua y luego él dijo: «Sabes, me gustaría que pudiéramos implementar ese programa de dignidad humana aquí».

Bueno, continuamos y llevamos a cabo este programa con dignidad, no solo en fábricas de acero o en oficinas corporativas, sino que lo hicimos en un hospital. Y fue entonces cuando me di cuenta que probablemente no haya un lugar en nuestras vidas donde nuestra dignidad está más amenazada o donde seamos más vulnerables con respecto a nuestra dignidad que en lugares como hospitales o cárceles, lugares donde estamos bajo la autoridad de otras personas. Estamos bajo la observación y escrutinio constantes de otras personas y, peor aun, si estamos enfermos, si nuestros cuerpos nos causan dolor. Ahora, cuando vimos en nuestra segunda sesión sobre la idea de vocación, recuerdo que Jesús, en su sufrimiento y muerte, tuvo que haber tenido incluida en eso una medida, una medida profunda, de humillación personal.

Normalmente, cuando vemos el arte que sobrevivió hasta nuestros días, que nos da las representaciones de la ‘Pieta’ o del sufrimiento de Jesús, vemos a Jesús en la cruz vestido con algún tipo de lienzo primitivo donde realmente la tradición de la iglesia, si es exacta, nos da muchos indicadores que sugerirían que, de hecho, Jesús fue crucificado desnudo. Así que, además de atacar su cuerpo en esta situación de persecución y ejecución, hubo un asalto directo a su dignidad personal. Recuerdo con humor la forma en que mi madre solía ser, cuando iba en el auto y veía que estaba rota o descocida su enagua. Ella solía decirle a mi papá, «Oh, tengo que cambiarme la enagua. No podemos ir así». Mi papá decía: «¿Quién va a ver tu enagua?» Y ella decía: «¿Qué pasa si tenemos un accidente y la policía viene y me levanta y ve el hueco en mi enagua?» Ella decía: «Simplemente, me muero» Es decir, imaginen cuán sensible es la gente con respecto a cómo se visten. Bueno, esa es la realidad. Cuando vamos al hospital donde nos encontramos en una situación como esta, es aún más importante esforzarse duro para proteger la dignidad de una persona.

Charles Coleson me dijo que una de las circunstancias más difíciles que tuvo cuando fue a prisión, cuando se entregó para empezar su sentencia, fue la escena de ingreso a la prisión, la cual era una revisión totalmente desnuda. Y dijo que parecía que desde ese momento hubo un intento sistemático de despojarlo, no de su ropa, sino de su dignidad. Pero eso era parte de la sentencia. Pero eso puede suceder muy fácilmente cuando estamos enfermos, donde no somos tan cuidadosos de cómo lucimos; no estamos bien peinados o no tenemos cuidado de la ropa que nos cubre. Y las personas quizás, en una situación médica, puedan tratarnos como un producto de línea de ensamblaje al cual atender. Y a veces, obviamente en la crisis del tratamiento médico, no podemos esperar que los médicos y enfermeras están tan preocupados por nuestra dignidad cuando estamos desangrando. Ellos quieren detener el flujo de sangre y no preocuparse si solo estamos parcialmente cubiertos o parcialmente descubiertos. No se preocupan de cosas como esas.

Pero, damas y caballeros, aquellos que visitamos a los enfermos y ministramos a los enfermos y ministramos a gente en medio de la aflicción… tenemos que recordar que el dolor no es meramente físico, que la dignidad de la persona puede ser más importante para ellos que la sangre que vienen derramando en la calle, y que el ministro que ministra en el nombre de Jesús, me refiero a un ministro laico y un ministro ordenado, debe recordar que nuestro ministerio para aquellos que sufren, la protección de la dignidad humana es una de las cosas más importantes que podemos hacer porque la dignidad humana es más frágil que nuestros huesos, que nuestra piel y que nuestros órganos que pueden perecer. Eso tiene que ser una prioridad si realmente vamos a ministrar a las personas que sufren.