Burk Parsons: Más que vencedores

El evangelio demuestra que Dios está a favor de Su pueblo. Su voluntad de no escatimar ni siquiera a Su propio Hijo por el bien de nuestra salvación implica que nada puede separarnos de Su amor. En todas las cosas, somos más que vencedores incluso en las peores circunstancias externas. En este mensaje, el Dr. Burk Parsons presenta las gloriosas verdades de Romanos 8:31-39, explicando cómo los cristianos son finalmente victoriosos en Jesucristo.

Transcripción

Es un gran honor estar con ustedes hoy. Tengo mucho amor y pasión por la Iglesia en todo el mundo y en particular por la Iglesia en Latinoamérica. Y es un honor para mí servirles hoy procurando traerles la Palabra de Dios de la carta de Pablo a los Romanos, capítulo 8 del versículo 31 en adelante. También estoy agradecido de tener esta audiencia aquí conmigo hoy para ser ministrada por la Palabra de Dios.

Dirijamos nuestra atención a la epístola de Pablo a los Romanos, capítulo 8 versículo 31. Esta es la Palabra de Dios. «Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no eximió ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Tal como está escrito: Por causa Tuya somos puestos a muerte todo el día; somos considerados como ovejas para el matadero. Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro».

Oremos juntos:

Padre, gracias por Tu Palabra, y te damos gracias, Señor, por tu Espíritu Santo que mora en nosotros y nos ayuda, y viene en nuestro auxilio cada día. Y necesitamos la ayuda de Tu Espíritu, oh Dios, cada día. Y te pedimos, Señor, que por Tu Espíritu, nos ayudes a entender Tu Palabra, que podamos conocer Tu Palabra, que podamos conocerte a Ti, nuestro Dios y Salvador, que te amemos más, con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos hasta el fin, oh Dios, para que Tú recibas toda gloria en nuestras vidas, pues en el nombre de Cristo oramos. Amén. 

Cuando prediqué la epístola de Pablo a los Romanos hace unos años en la Capilla de San Andrés, expuse este pasaje en el curso de cuatro sermones diferentes. Por eso intentaré, en el tiempo que disponemos hoy, abordar el pasaje en muy poco tiempo, no en cuatro sermones, sino en un sermón. Este pasaje es uno de los pasajes más importantes, no solo en la epístola de Pablo a los Romanos, sino que también es uno de los más significativos y más amados de toda la Biblia.

 Una de las cosas que los cristianos a menudo no comprenden al leer el libro de Romanos es que Pablo, al escribir a los romanos, les estaba escribiendo a cristianos que sufrían.

 Suele pasarse por alto. Los cristianos romanos sufrían. No solo estaban siendo perseguidos desde fuera, sino que vivían el sufrimiento y la persecución desde dentro. Los judíos, que se convirtieron, que se integraron en las iglesias de Roma, estuvieron allí en Roma entre las iglesias durante muchos años hasta que el emperador Claudio los expulsó de Roma. Y con el edicto de Claudio, los judíos huyeron de Roma bajo la persecución de Claudio y de Roma.

Ahora, Claudio muere en el 54, y poco después de su muerte, la carta de Pablo a los Romanos llega a Roma. Estos judíos habían comenzado a regresar a Roma y a las iglesias romanas; y estos cristianos gentiles, cristianos de las naciones, cristianos romanos y cristianos judíos estaban enfrentando una persecución significativa. Ellos sufrían encontrando trabajo, encontrando comunidad, encontrando amigos, encontrando lugares donde pudieran adorar. Seguro han escuchado hablar de las catacumbas debajo de las calles de Roma, donde los cristianos tuvieron que esconderse para adorar a Dios. Los cristianos romanos sufrían. Y a lo largo de esta epístola, vemos a Pablo hablando del sufrimiento y cómo los cristianos pueden lidiar con él. Vemos esto desde el mismo principio. 

Pero algo que vemos que Pablo hace en esta epístola al abordar el sufrimiento, al enseñar a los cristianos, es que les enseña… teología. En nuestros días, la gente al hablar de teología dice: «¿Sabes? La teología es para pastores, es para eruditos, es para profesores de seminario, la teología no es para gente promedio. No necesitamos estudiar teología. No necesitamos profundizar en la doctrina de la Escritura. Solo necesitamos conocer los fundamentos de la fe. Lo que sí necesitamos saber es cómo aplicar estas cosas a nuestra vida». Es cierto que debemos conocer los fundamentos de la fe, y que debemos saber aplicar todas las cosas de la Biblia a nuestra vida. Pero, fundamentalmente, ¿qué es lo que aplicamos? Aplicamos la Escritura, y la Escritura contiene la teología de Dios, de nosotros mismos y de todas las cosas. Y nosotros como cristianos, necesitamos teología, y la necesitamos desesperadamente.

Así que Pablo no solo les habló del sufrimiento, sino que les enseñó teología, la teología de Dios de toda la Escritura para que ellos pudieran entender correctamente a Dios por sí mismos y cómo soportar el sufrimiento. 

Amigos, lo que necesitamos en nuestra vida cuando sufrimos, cuando luchamos, cuando nos persiguen desde fuera y desde dentro, porque no solo recibimos la persecución del mundo, a veces es la persecución y el sufrimiento que recibimos de personas que conocemos y amamos. Pero sugiero que para la mayoría de nosotros, la mayor aflicción que experimentamos en nuestras vidas viene de nuestro gran acusador, Satanás, y la forma en que nos acusa y la forma en que nos hace dudar, de la salvación, de Dios, de Su bondad, de Su soberanía, de Su gracia y la forma en que incluso nuestros corazones engañosos nos persiguen desde dentro. Nos hacen dudar, nos preocupan, nos hacen temer. Y cuando la persecución, sufrimiento y las pruebas llegan a nuestras vidas, nos preguntamos, ¿dónde está Dios? ¿Por qué no nos escucha? ¿Está Él ahí? ¿Puede oírnos? 

Pablo nos enseña en esta obra magna de teología sistemática, los principios básicos de la teología de la fe cristiana. Y nos muestra cómo esa teología se aplica a todo en la vida. Aun en nuestro sufrimiento. Aun cuando el mundo se vuelve en contra nuestra, aun cuando nuestra familia nos odia. Aun cuando nuestro corazón nos engaña, y aun cuando Satanás nos acusa. 

Pablo ha escrito un hermoso pasaje en Romanos 8, siguiendo los pasos, por supuesto, de Romanos capítulo 7, donde Pablo habla de la lucha entre la carne y el espíritu. Y es una lucha real que existe en cada cristiano. Es la lucha de todo creyente. Esa lucha, ese sufrimiento a causa de esa constante lucha entre el espíritu y la carne es real. Es una guerra que existe solo para los cristianos porque son solo los cristianos que tienen el Espíritu en ellos, que tienen a ese viejo hombre, la carne, con la que estamos constantemente en guerra, y justo después de Romanos 7, Pablo afirma con valentía y claridad al inicio del capítulo 8: «Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús». 

Mira, somos propensos a creer las mentiras del diablo. Tendemos a creer las mentiras de nuestra carne y las de nuestro corazón, y a veces nos revolcamos en el fango de esas dudas, de esos miedos, de esas ansiedades. Y nosotros, de hecho, a veces erramos al creer que estamos condenados. Y nos falta seguridad y esperanza. Dudamos. Pablo nos recuerda que no hay condenación, ni ahora, ni nunca, que la salvación que tenemos de nuestro Dios es cierta y segura. Porque esta es la verdad: si pudiéramos perder nuestra salvación, la perderíamos. Pero Dios es quien nos asegura. Dios es quien nos sostiene en la palma de Su mano. Dios es quien no nos deja ir ni aun en los días en que queremos escapar. No nos dejará ir. Él nos protege y nos preserva desde el principio hasta el final. No podemos preservarnos a nosotros mismos. Nos perderíamos en nuestras propias fuerzas. Pero somos salvos y asegurados por la fuerza de Dios. 

Mira, si tenemos fe, fe real, no solo la fe de un asentimiento mental, creyendo cosas sobre de Dios o creyendo cosas sobre Jesús, incluso creyendo que Jesús murió en la cruz… Estamos llamados, no a tener un mero asentimiento intelectual, estamos llamados a tener una fe profunda, una fe fiduciaria, una fe confiada, una fe que reposa en Cristo. Y si tenemos esa fe, no importa lo fuerte que sea o lo débil que sea. Si es una fe real, es una fe en Cristo, y así sea nuestra fe fuerte o sea ella débil, todos creemos en el mismo, fuerte y poderoso Cristo.

 Es como un fuego. Un fuego es un fuego si está quemando a todo un bosque o si solo está iluminando en una vela, sigue siendo un fuego. Y ya sea que nuestra fe sea pequeña o grande, si es real, es el mérito de nuestro Salvador lo que nos salva en última instancia. 

Pablo dice en el versículo 31: «¿Qué diremos a esto?». Todo lo que él ha considerado desde Romanos 8:1, y no solo allí, sino en todo lo que ha considerado en Romanos hasta ahora, ¿qué diremos a esto? ¿Cuál sería nuestra respuesta? Necesitamos hacernos esa pregunta cuando oímos la predicación del evangelio, cuando oímos cuán grande es nuestra salvación, cuando oímos lo que Dios ha hecho por nosotros, cuando oímos de la esperanza que tenemos en Cristo, ¿acaso decimos: «qué bien»? ¿O nos recostamos y decimos, «dime algo más, porque eso no es tan bueno, no es tan emocionante»? Y en muchos lugares e iglesias, la gente anda buscando algo más. Quieren algo más allá del evangelio. Quieren algo que sea nuevo, fresco y emocionante que no hayan escuchado antes. Pero el evangelio y nuestra salvación es lo que nos debe emocionar. ¡De verdad!

 Y muy a menudo nos aburrimos de ello… y eso es para nuestra vergüenza. Porque el evangelio en esta vida es lo más grande que debe darnos esperanza, esperanza profunda y gozo profundo y duradero. ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Cuál es tu respuesta? «¿Qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros —Deus pro nobis en latín— si Dios está por nosotros, ¿quién [qué] estará contra nosotros?» Y la respuesta, claro, es «nada». 

Pablo pudo haber parado allí mismo. En cierto sentido, él no necesitaba decir nada más. Si Dios está por ti, ¿entonces quién o qué? Satanás, tu acusador, el mundo, el emperador romano, tu propio corazón. ¿Quién puede realmente, en última instancia, estar en tu contra? La respuesta es nadie. Nada.

Pero él continúa explicando, para ayudarnos a comprender el significado de esto, versículo 32: «El que no eximió ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros». Tanto judíos como gentiles, todos los cristianos, gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación, lo entregó por todos nosotros. Piensa en eso, que el Dios del universo creó todo para Su propia gloria, creó un pueblo para Sí. Nos rebelamos contra Él. Nos opusimos a Él, nos enemistamos con Él. Nos escondimos de Él. Huimos de Él. Y cuando vino, lo matamos. En la persona, Jesucristo, pusimos al perfecto Dios-hombre en la cruz. Pero al hacerlo, por el consejo de Dios y la soberana, ordenante y perfecta voluntad de Dios, Dios lo entregó por nosotros. Dios derramó Su ira sobre Su Hijo para poder librarnos de Su ira eterna. 

Y esa ira aún permanece sobre aquellos que no son de Él, esa ira se está derramando, esa ira aún está sobre aquellos que están fuera de Cristo, los que no están unidos a Cristo y que no pertenecen a Cristo. Por eso, mis amados, debemos ser un pueblo con un corazón y una pasión por el evangelio y por las almas de los incrédulos. Porque si no nos preocupamos por los incrédulos, entonces nosotros mismos, como Spurgeon dijo, no somos salvos en absoluto. Pablo tenía una carga por los perdidos, como vemos al comienzo de Romanos 9 y al comienzo de Romanos 10, Pablo tenía una carga no solo por sus compatriotas, sino por las naciones. 

Y entonces, ¿cómo debemos responder? «¿Qué diremos a esto? [Que Dios] que no eximió a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él [misericordiosamente] todas las cosas?».

Ahora, cuando leemos eso, muchos de nosotros no lo creemos. Nos cuesta creer que Dios nos ha dado todas las cosas. ¿Qué significa eso exactamente? Pedro escribe en su epístola, en 2da Pedro capítulo 1 versículo 3: «Su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de Aquel que nos llamó por Su gloria y excelencia». Él nos ha concedido todas las cosas que conciernen, no solo a la piedad, sino a la vida y la piedad. ¿Crees esto? Son todas tuyas. Si eres cristiano, si conoces al Señor Jesucristo, todas las cosas que Dios tiene, todas las cosas que le ha dado a Cristo, si estás unido a Él por la fe, son tuyas en Cristo. Nos toma toda la vida, por la misericordia y la gracia preservadoras de Dios, a veces al quitarnos cosas. a veces, tomando de nosotros a aquellos que amamos, para enseñarnos, entrenarnos y mostrarnos que realmente tenemos todas las cosas en Él. Es a través del sufrimiento, las pruebas y la pérdida que reconocemos todo lo que realmente tenemos en Cristo. 

Pablo continúa explicando, aunque no de manera exhaustiva, sino para darnos parámetros, para mostrarnos cómo es que tenemos todas estas cosas, hasta qué punto tenemos todas estas cosas, dándonos aquí un argumento de mayor a menor. «El que no eximió ni a Su propio Hijo… ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?». Y luego hace otra pregunta, versículo 33, retórica, pero todavía una que debemos ponderar. «¿Quién acusará a los escogidos de Dios?». Ahora nota que Pablo introduce aquí el término «escogido» por una razón particular. No es algo nuevo. Pablo ya lo había explicado en Romanos 8 y continúa explicándolo aún más en Romanos 9, donde nos ayuda a comprender cómo Dios es soberano en la salvación, tanto en la elección de los que le pertenecen desde antes de la fundación del mundo como en el obviar y la reprobación de todos los que no le pertenecen desde antes de la fundación del mundo. Pablo está diciendo que esta gracia perseverante de Dios pertenece solo a los escogidos.

 Si Dios nos ha elegido, si Dios nos ha conocido, si esto es en realidad así, como Pablo ha dejado claro que es como si ya estuviéramos glorificados, que ya estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales como escribe en Efesios, ¿quién puede acusarnos? 

Déjame preguntarte, ¿te inquietas y te preocupas por el día del juicio final? ¿Te inquietas y te preocupas? ¿Temes lo que pueda suceder en ese día? Creo que hay cristianos que se preocupan de que todos sus pecados serán expuestos a todo el mundo. Y en ninguna parte de la Biblia dice eso. Habla de Dios lidiando con el pecado, de cómo todos nos presentaremos ante Dios, que todos estaremos presentes ante el tribunal, pero para los que están en Cristo, no habrá nadie que nos acuse, ni siquiera nuestros propios corazones engañosos.

Cuando alguien se te acerca y te elogia y te dice que piensa que eres una buena persona o que eres humilde o que eres piadoso, por lo general, si somos humildes, diríamos algo como «¡Uf! Gracias, pero realmente no me conoces tan bien, porque si me conocieras, sabrías que no soy tan humilde. Sabrías que en mi corazón, no soy tan piadoso como quisiera ser, no soy tan santo como quisiera ser, no soy tan bueno como crees que soy». A veces, cuando alguien me elogia, casi me echo a reír y le digo: «¡Tú no me conoces!». Pero en el día del juicio, no habrá nadie que nos acuse. «¿Quién acusará a los escogidos de Dios?». Ahora, lo hermoso de este pasaje, Pablo usa mucha terminología judicial y forense. Esto es muy significativo, en especial cuando consideramos las afirmaciones de algunos académicos, académicos como N. T. Wright, que quieren sugerir que el lenguaje de la salvación de la Escritura, que el lenguaje de la justificación forense de Dios del pecador, de declararnos justos en Cristo, como un juez declararía justo a alguien, a un acusado justo ante él, como Wright y otros sugieren, ese lenguaje realmente no es bíblico o no un lenguaje teológico útil. 

Bueno, si no es útil, ¿por qué Pablo lo usa? ¿Por qué usa el lenguaje de los tribunales, como dicen los académicos? ¿Por qué usa lenguaje judicial y forense de «acusar a alguien»? «¿Quién es el que condena?», dice en el versículo 34. Este es lenguaje de absolución de aquellos pecadores que han confiado en Cristo. Este es lenguaje de Dios no condenando y justificando, declarando justos y perdonando a los que una vez fueron sus enemigos. «Dios es el que justifica». Una vez y para siempre. No tenemos que esperar otro tipo de justificación en el futuro. No hay que temer que llegue un momento en el que no seamos finalmente justificados. Somos justificados una vez y por siempre. La justificación de Dios es un acontecimiento único donde Dios perdona todos nuestros pecados. 

En el día del juicio cuando comparezcamos ante Cristo, seremos encontrados en Cristo o fuera de Cristo. Esa es la pregunta. ¿Dónde estamos? ¿Estamos en Él? Porque si lo estamos, nadie nos acusará. Dios es quien justifica. Es Dios quien te justificó. No nos justificamos nosotros mismos, ¿cierto? No nos hicimos cristianos. ¿Se te ha acercado alguien y te ha preguntado algo tan simple como «Por qué eres cristiano»? Mucha gente a lo largo de los años me pregunta cosas así. Me preguntan, «¿Por qué crees en Dios?». Han sido ateos, supuestos agnósticos, personas de todos los ámbitos de la vida que me dicen: «¿Por qué crees en Dios?». Y a veces mi simple respuesta de inicio es: «No puedo evitar creer en Él». No puedo no creer. Es imposible no creer en Dios. «¿Por qué eres cristiano?». Dios me hizo uno. No es porque entendí todo, no es porque soy extrabueno o extrafuerte o porque soy… soy más educado, es porque Dios lo hizo. Es porque Dios me hizo creer. Es porque Dios me hizo cristiano. 

He pasado tiempo en el extranjero en países dominados por musulmanes y hablando con personas convertidas a Cristo de origen musulmán, cuando le dicen a sus familias que se han convertido a Cristo, que ahora son cristianos, sus familias los repudian. Esto sucede a menudo incluso en Latinoamérica e incluso a veces en los Estados Unidos, donde las personas que son parte de la iglesia romana, cuando abandonan la iglesia romana o dejan el catolicismo y se convierten al cristianismo centrado en el evangelio, a veces sus familias los repudian. 

En el mundo musulmán, lo que muchos hacen, muchos jóvenes y ancianos al explicar esto a sus familias es decir: «Dios hizo esto en mí. Dios me trajo a Él. Dios, Dios convirtió mi corazón». Casi como si dijeran «No me culpes, culpa a Dios. Dios es quien me hizo un cristiano. Él fue quien me regeneró y me dio vida. Él fue quien hizo que Su Espíritu trabajara en mi corazón». Y, claro, los incrédulos no pueden entender eso. No pueden. Dios es el que justifica. No nos auto justificamos. Nosotros no elegimos a Cristo. Él nos eligió y nos permitió creer en Él, recibirlo, y elegirlo.

 «Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros». Pablo acaba de explicarnos, no solo la muerte de Cristo, sino la resurrección de Cristo, y también lo que en términos teológicos es la sesión de Cristo. Cuando hablamos del estado exaltado de Cristo, hablamos en teología sistemática de Su exaltación en cuatro etapas. De hecho, recién pude predicar sobre esto en la Capilla de San Andrés el domingo pasado en nuestro estudio de Hechos capítulo 1 sobre la ascensión y sesión de Cristo. Este próximo Día del Señor planeo predicar sobre la segunda venida de Cristo. Cuando hablamos de la exaltación de Cristo y sus cuatro etapas, primero hablamos de la resurrección de Cristo, luego de la ascensión de Cristo, la sesión de Cristo, en la que Cristo intercede por nosotros a la diestra del Padre, que está tomado en parte del Salmo 110, uno de los versículos y pasajes más citados en el Nuevo Testamento. Y en cuarto lugar, la segunda venida de Cristo. 

Ahora, Pablo ha incluido algo aquí que la mayoría de las veces cuando leemos este pasaje, como que… lo ignoramos. Pablo ha mencionado aquí… que Cristo quien, ciertamente, con énfasis. Pablo quiere enfatizar, porque tendemos a decir: «¿De verdad? ¿Es posible que Jesucristo esté orando por nosotros ahora?» ¿Creemos eso? Cuando sufres y cuando luchas. Cuando pasas por pruebas. 

Yo sé cómo se siente, especialmente cuando esa prueba dura mucho tiempo, especialmente cuando seguimos orando durante meses y años e incluso a veces décadas. La enfermedad de un hijo. Cuando un cónyuge… está sufriendo. Cuando luchamos con un pecado en particular. A veces nos preguntamos no solo si Dios está escuchando, a veces nos preguntamos si está ahí del todo. Cuestionamos que Cristo está orando por nosotros. 

Creyentes, debemos recuperar el fundamento de nuestra fe, recordando lo que Jesús está haciendo ahora mismo. Él intercede por nosotros. Se interesa por nosotros más de lo que podríamos hacerlo por nosotros mismos. Se interesa por nuestras pruebas, sufrimientos y persecuciones mucho más que nosotros mismos, pues se interesa por amor a Su propio nombre, porque ha puesto Su nombre en juego por nosotros. 

Él está orando por nosotros. Intercediendo por nosotros a la diestra del Padre, y regresará por nosotros. Oramos y anhelamos la segunda venida de Cristo, no solo en los días malos. Como cristianos, debemos orar y anhelar y en verdad desear el regreso de Cristo, incluso en los días buenos, cuando estemos llenos de gozo y felicidad o en una experiencia maravillosa, incluso en esos días, oremos y anhelemos y digamos, Señor Jesús, como dijo Juan, ven pronto. 

Pero ahora mismo, a la diestra del Padre en lo alto, en poder, gobernando y reinando con dominio y autoridad, Jesús está orando por ti. Él intercede por nosotros, y por eso Pablo vuelve a preguntar de otra manera: ¿Quién nos separará del amor de Dios en Cristo Jesús? «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación o angustia?» Es una palabra interesante, ¿no?, que Pablo incluya angustia con persecución y hambre y desnudez y peligro y espada? Cuando Pablo dice «espada», ¿qué quiere decir? Quiere decir ser asesinado, ejecutado por la espada. Poco después de que Pablo escribiera a los romanos, no lo olvides, ellos sufrieron las persecuciones bajo el emperador Nerón. 

Los cristianos fueron quemados. Los metieron en tanques de aceite y los pusieron sobre estacas en los jardines de Nerón para que iluminaran sus fiestas en el jardín. Pero la angustia, es interesante esa palabra porque en realidad habla de la estrechez de un área en la que estamos oprimidos y presionados. Y lo que Pablo nos está diciendo aquí es que en la vida, cuando nos sentimos oprimidos y presionados por la estrechez de los muros que se cierran a nuestro alrededor, por los muros de nuestro propio corazón. Aun ahí, debemos recordar el amor de Cristo. 

Nota, Pablo no dice que es en esos momentos que debes confiar en tu propia fuerza porque lo que no te mata te hace más fuerte, más bien lo que Pablo nos enseña es que lo que no nos mata, nos hace más débiles. Nos hace más dependientes de Cristo. Nos hace confiar más en Él. Nos hace apoyarnos más en Él, y eso es lo que hacen las pruebas y también el sufrimiento, no depender de nuestras propias fuerzas, sino depender del amor de Cristo. 

«Tal como está escrito: Por causa Tuya somos puestos a muerte todo el día; somos considerados como ovejas para el matadero», una cita del Salmo 44, donde el salmista está luchando con el sentimiento de que han sido rechazados por Dios y hace la pregunta, estamos siendo perseguidos, estamos siendo sacrificados todo el día, como oveja al matadero, pero termina, concluye recordándonos, recordándole a Israel el amor inquebrantable de Dios. 

Y así Pablo puede concluir esta sección gloriosa: «En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó». Por Cristo, hemos conquistado más de lo necesario, más de lo que necesitábamos, porque Cristo nos ha precedido conquistando y para conquistar. Y Pablo puede afirmar con valentía: «Porque estoy convencido [estoy seguro] de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro».

 Amado hermano, sufriendo, luchando, dudando, revolcándonos en el fango de nuestra propia desesperación a veces, recordemos, siempre, que no confiamos en nosotros mismos, no en lo grande que somos, ni en lo grande de nuestra fe. Nuestra confianza, nuestra seguridad solo puede estar ahora y siempre en Cristo solo. Y cuando el diablo viene acusando y quiere que miremos nuestras circunstancias y nuestras situaciones y nuestro sufrimiento, lo que tenemos que hacer, no es mirarlos, sino mirar a la cruz por lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo, nuestro Salvador. Oremos. 

Padre, gracias. Y te damos toda la alabanza y gloria por lo que has hecho por nosotros al dar a Tu Hijo, derramando Tu ira sobre Él, salvándonos, justificándonos, haciéndonos a Su imagen, glorificándonos por Tu asombrosa gracia. Es en el nombre de Cristo y por Tu Espíritu, lo pedimos. Amén.