Miguel Núnez: No hay condenación

Al entrar en Romanos 8, Pablo describe la lucha del creyente con el pecado y la lucha que sentimos al tratar de complacer al Señor, pero continuamente nos quedamos cortos. La buena noticia, sin embargo, es que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. En este mensaje, el Dr. Miguel Núñez aborda las buenas noticias del evangelio, tal como se resumen en Romanos 8:1-3.

Transcripción

A manera de introducción quisiera agradecer al liderazgo de Ligonier por la oportunidad de participar en esta conferencia. Para mí es un privilegio significativo el hecho de que yo pueda honrar el legado de uno de los maestros y teólogos que más han influenciado mi vida, y obviamente me estoy refiriendo al Dr. R.C. Sproul. 

Como ustedes conocen, esta conferencia fue concebida con la intención de poder adentrarnos, profundizar en la teología de uno de los capítulos más extraordinarios de toda la Biblia, 39 versículos de contenido empaquetados pudiéramos decir en español con contenido teológico. Y esa es la razón por la que va a tomar varios charlistas o expositores para poder exponer todo lo que aquí el apóstol Pablo quiere comunicar.

Mi texto es bien corto, son tres versículos que yo quisiera leer desde el inicio. Escucha lo que el texto bíblico dice, en Romanos 8 capítulo 1: «Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne».

Como yo soy quién está comenzando la exposición de este capítulo yo me siento obligado a conectar, o tratar de conectar el capítulo 8 de Romanos con el anterior. Y aún más, tratar de conectarlo con la primera mitad de todo el libro o toda la carta de Romanos de maneras que tú puedas saborear mejor las verdades plasmadas aquí por el apóstol Pablo.

Si nosotros pensamos en una declaración de libertad que pudiera aparecer en la Biblia está en este texto, como dice uno de los comentaristas o de los académicos consultados. Déjame, permíteme citarlo breve… brevemente. Él dice que este capítulo Pablo declara las cuatro libertades que nosotros disfrutamos o gozamos, de las cuales gozamos precisamente debido a nuestra unión con Jesucristo. Libertad número 1: «libertad de juicio» (versículo 1 al 4); «libertad de derrota» (versículo 5 al 17); «libertad de desánimo» (versículo 18 al 30) y «libertad de temor» (versículo 31 al 39). 

El capítulo comienza con una frase liberadora: «No hay condenación», y el capítulo termina con frase afirmativa, una declaración de afirmación cuando dice «no hay separación» para aquellos que están, no hay separación del amor de Dios para aquellos que están en Cristo Jesús. «No hay condenación», al principio del capítulo; «no hay separación», al final del capítulo. Pero en el medio de esos dos portalibros, como decía C. A.  Fox, hay un «no derrota». De manera que el capítulo entero es como una expresión de victoria de la vida cristiana. Y todo eso fue hecho posible precisamente debido a la vida, la muerte y la resurrección de nuestro Señor, quien luego de Su victoria en la resurrección, Él y el Padre enviaron al Espíritu de Dios para morar en nosotros. 

La victoria de Cristo es nuestra victoria pero el poder para vivir la vida cristiana es el trabajo, es la obra del Espíritu de Dios para aquellos que creen. Y eso explica el énfasis extraordinario que el apóstol Pablo hace en este capítulo hasta el punto que él menciona al Espíritu Santo diecinueve veces en un solo capítulo. Tú puedes ver que ciertamente este es un capítulo donde se destaca, se subraya, se exalta la obra del Espíritu en el creyente como lo que permite que él pueda vivir una vida de victoria.

Conocemos la historia, la historia bíblica, conocemos que Adán pecó y como él inmediatamente cayó bajo condenación. Y como consecuencia de tal condenación su mente se oscureció y su voluntad fue esclavizada y su corazón fue endurecido. Y luego nosotros seguimos leyendo el relato bíblico y nos encontramos con que sus descendientes lo hicieron peor y su condición se empeoró hasta tal grado que cuando llegamos al capítulo 6 del libro de Génesis esto es lo que nosotros leemos en el versículo 5, que «el Señor vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era sólo hacer siempre el mal». Ahí hay tres palabras que debiéramos subrayar. Está «toda», toda intención; está luego la palabra «siempre», o sea la intención era hacer siempre, y luego podemos subrayar la palabra «mal»: «hacer siempre el mal». Esa era la condición del hombre apenas unos años después de la creación.

Pronto poco tiempo después vino obviamente el diluvio como consecuencia de la ira de Dios sobre la forma como este hombre había comenzado a vivir. Ahora si tú avanzas rápidamente el relato bíblico, la narrativa bíblica hasta llegar al libro de Romanos capítulo 1, en versículo 18,  esto es lo que tú encuentras: «Porque la ira de Dios se revela desde el cielo con to… contra toda impiedad e injusticia de los hombres que con injusticia restringen la verdad». Ahí está la expresión de un Dios que sea aira contra el pecado, pero resulta que el pecado lo cometen los hombres. De manera que sea aira contra el pecador que está suprimiendo la verdad que él conoce porque Dios se la ha revelado.

La razón por la que estoy enfatizando esto es porque, ¡guau!, es una mala noticia tras otra y eso es lo que nos va a permitir a nosotros aquilatar mejor la frase: «no hay condenación para aquellos que están en Cristo Jesús». Porque tú vienes leyendo todo el Antiguo Testamento, y tú vienes leyendo acerca de la ley y la condenación de la ley. Llegas al libro de Romanos y comienzas a leer como la ley realmente me condena. Y de repente, te encuentras con esta declaración extraordinaria de parte del apóstol Pablo que nos dice que en Cristo, aquellos que estamos en Cristo, para ellos, para nosotros no hay condenación. 

La realidad es que nosotros estamos o en Adán, bajo condenación por siempre, o estamos en Cristo, libres por el resto de la eternidad. No hay nada en el medio de esos dos estadios. Cuando Adán pecó, Adán condenó toda la creación al deterioro, a la corrupción. Y las consecuencias de esa caída son, han sido tan duraderas que cuando tú llega el capítulo 7 del libro de Romanos tú encuentras al apóstol Pablo tratando de explicar, del versículo 7 al 25, la condición de ese hombre aún después de haber creído. Y como el apóstol Pablo dice: «Oye, es que hay veces que yo no quiero hacer algo y terminó haciéndolo. Y hay otras ocasiones donde yo quiero hacer algo y terminó no haciéndolo». 

Pero para que tú puedas entender mejor las buenas noticias de Romanos 8, yo creo que vale la pena resumir lo que Romanos 7 nos dice. Y de esa forma entonces, yo creo que podrá quedarse en tu memoria y en la mía de una mejor forma este capítulo de victoria que nosotros estamos tratando de exponer en el día de hoy. 

Déjame comenzar con Romanos 7:7. Allí tú lees que la ley revela mi pecado. No necesariamente me va a hacer sentir bien, pero eso es lo que la ley hace. En 8, 9, 8 y 9, versículo 8 y 9, todavía del mismo capítulo, el apóstol Pablo nos dice que la ley como que me estimula a pecar. Hay una rebelión en mí a tal punto que la ley produce como irá en el pecador. Que lo incita a pecar, por así decirlo. No es porque la ley tenga eso como parte de su, ese estímulo como parte de su diseño; no, es mi carne que tiene dicha inclinación. En los versículo 10 al 11 entonces, aprendemos que la ley mata. Y en los versículos 12 al 13 nosotros leemos que que, cuán pecaminoso es el pecado. El apóstol Pablo no pudo encontrar una peor palabra que la palabra pecado para caracterizar el pecado y tuvo que ser redundante y dice que la ley revela cuán pecaminoso es el pecado. 

Y es, y es todavía peor que esto porque cuando tú sigues leyendo en el capítulo 7 y te encuentras en el versículo 14 que la ley no me puede cambiar. Y encuentras en los versículos del 15 al 21 que la ley no me puede empoderar para ayudarme a hacer el bien. Y los versículos 21 al 25, yo encuentro que la ley no me puede libertar, entonces tú puedes ver que si no hubiera ninguna otra revelación, ¡guao!, yo estoy en graves problemas. Y tú pudieras quedarte con la impresión habiendo leído todo eso acerca de la ley, que la ley fue mala, que hubo un problema en el diseño mismo, en la naturaleza misma de la ley. Pero luego de repente, en ese mismo capítulo 7, te encuentras al apóstol Pablo en el versículo 12 que nos dice: «No, no, no es que la ley es santa, y la ley es justa y la ley es buena». Entonces ya me removió, Pablo removió de mi presencia o de mi entendimiento, la posibilidad de que el problema estuviera en la ley misma. Porque él me dice que la ley es santa y por tanto, si es santa no hay impurezas en ella. Me dice que la ley es justa y si es justa, entonces todo lo que juzga es correcto, es justo, valga la redundancia. Y me dice también que la ley es buena. Entonces si la ley es buena, de alguna manera el apóstol Pablo entiende que yo necesito la ley. De alguna forma la ley a mí me ayuda. 

Y nosotros sabemos que la ley revela la esencia de cómo Dios es, la naturaleza de Dios. Nosotros sabemos que la ley también revela qué es lo que complace a Dios. La ley también sirve hasta cierto punto como un freno aún para el hombre que no conoce a Dios. De manera que la ley es exactamente lo que Pablo dice: es santa, es, es justa, es buena. Pero cuando yo sigo leyendo todo lo que el apóstol Pablo reveló acerca de la ley, hasta que yo no llego a Romanos 8, yo me voy quedando con un sentimiento de que guau y entonces ¿dónde, dónde es que está la esperanza de ese hombre? Porque en Romanos 3:20 el apóstol Pablo dice: «Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él, pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado». De manera que conociendo la ley, tratando de ponerla en práctica, yo no puedo ser justificado porque yo termino violando la ley. Entonces la ley no me puede justificar a pesar de que ella misma es justa. Y luego el apóstol Pablo nos dice que… ahora él, él encuentra una, como una disyuntiva, es como una dicotomía porque como ya mencioné, a veces él quiere hacer el bien y no lo hace, a veces no quiere hacer el mal pero termina haciéndolo. Entonces esto es lo que él dice, él dice: «Mira, el problema es que en mi hombre interior, en mi mente yo puedo, yo sé, yo he aprendido a deleitarme en la ley de Dios. De manera que no hay problema con mi hombre interior. Pero luego me doy cuenta que sí hay una lucha contra el pecado y la razón es que yo veo al mismo tiempo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente. La ley de mi mente es como la ley de Dios la ley que ya yo he aprendido, pero hay otra, otra ley que está oponiéndose a mis pensamientos y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros». De manera que él llama al pecado «la ley del pecado», llama al poder del pecado como «la ley del pecado». Y una vez más, si no hubiera ninguna otra revelación, lamentablemente la única conclusión a la que yo podría llegar es que nosotros estamos bajo condenación. Estamos camino al infierno, y no habría forma de salir de allí.

Sin embargo, el apóstol Pablo por revelación del Espíritu y habiendo estado en el Tercer Cielo, éll entendió perfectamente la maldición en la que cayó Adán, y la maldición de la ley pudiéramos decir, y al mismo tiempo llegó a conocer la bendición que nosotros tenemos y encontramos en Cristo Jesús. Y es por eso que al final del capítulo 7, por eso es que yo creo que el resumen y el entendimiento del 7 es vital para yo poder saborear los primeros versículos del capítulo 8, y aún todo el capítulo 8. Porque Pablo termina el capítulo 7 diciendo: «¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?». «¡Miserable de mí! Yo estoy destruido,  yo estoy arruinado porque ¿quién es que me va a libertar de ese cuerpo que todavía tiene estos deseos pecaminosos?». Pero inmediatamente después, como si fuera el segundo portalibro, el apóstol Pablo dice, esta es la bendición ahora:  «Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero por otro lado, con la carne, a la ley del pecado». Entonces el apóstol Pablo dice: «Ok, yo finalmente entendí qué es lo que está pasando: es que todavía hay pecados remanentes en la carne en mí, pero gracias a Dios que nos dio a Su hijo Jesucristo quién Él ha hecho posible que a pesar de la condición en la que nosotros estamos yo pueda disfrutar de salvación». 

Y esa es la razón por la que el apóstol Pablo comienza Romanos 8 con un «por tanto», «por consiguiente», dependiendo de la Biblia que usted tenga. Dice: «Ahora –esa palabra es clave— ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús». Y ahora tú puedes ver que ciertamente era vital poder conectar a Romanos 8 con el resto de lo que Pablo dice en… Romanos de los capítulos del 1 al 7. Sobre todo después de haber leído en Romanos 3:23, que todos nos hemos quedado cortos de Su gloria. Y Pablo ahora dice «now», «ahora», esa es la frase, esa es la palabra que yo quiero como que puedas entender qué es lo que significa, la palabra «ahora». Yo creo que todos nosotros entendemos el adverbio, «ahora» implica «en este momento», pero Pablo se está refiriendo a un acontecimiento bíblico que está relacionado al Hijo y dice entonces: «Ahora que el Hijo —a esto es que se refiere— ahora que el Hijo ha llenado las demandas de la ley». Ese «ahora» de Romanos 8:1, se refiere al hecho de que ahora que Aquel que no conoció pecado fue hecho pecado, para que yo pueda llegar a ser justicia de Dios en Él. Ahora que Cristo ha pagado la pena del pecado; ahora que Él ha conquistado el pecado y la muerte; ahora que Él ha resucitado y ha dejado la tumba vacía; ahora que Dios ha hecho posible la salvación por gracia a través de la fe depositada en Cristo Jesús; ahora que yo puedo encontrarme en Cristo, habiendo creído en Él yo puedo ser encontrado en Cristo Jesús; ahora entonces yo puedo decir: no hay condenación para nosotros lo que estamos en Él.

La palabra condenación es una palabra vital. Es un término forense, dice Leon Morris en su comentario. Es un término forense que implica o que incluye la sentencia y la ejecución de la sentencia. Pero para aquellos que estamos en Cristo Jesús, hemos sido liberados de ambos, tanto de la sentencia como de la ejecución de la sentencia. Eso no es solamente es como buenas nuevas; eso no solamente es como grandes buenas noticias; eso son noticias únicas, noticias que tú solamente puedes encontrar en Cristo Jesús.Noticias que tú solamente puedes encontrar en la fe cristiana. En ningún otro nombre y en ningún otro sistema religioso tú puedes encontrar una salvación que es por gracia a través de la fe.

Cuando Cristo dijo «It is finished», en inglés es la frase, «consumado es», en esencia, él estaba diciendo: «Ya todo ha terminado; ha sido completado; ha sido logrado de una vez y para siempre; ha sido logrado por siempre y por todos: por siempre por toda la eternidad y por todos los elegidos de Dios. De manera, que la palabra clave en nuestra fe es «hecho». Y eso es único a la fe cristiana, porque la palabra clave para el resto de las religiones es «hacer». Tienes que hacer esto; tú tienes que hacer aquello. Pero en el cristianismo la palabra es «hecho».

Esa es la razón quizás por la que Leon Morris, otra vez citándolo, habla de que «en todo el capítulo de Romanos 8 tú no encuentras un solo imperativo», porque no se trata en Romanos 8 de llamarte a hacer algo, se trata de celebrar algo. De celebrar, de exaltar la victoria que Cristo te ha dado por medio de lo que Él ha hecho; ya que nosotros no estamos bajo la maldición de la ley. Y la razón por la que nosotros no estamos bajo la maldición de la ley no es porque vino a abolirla, porque Él no vino a abolirla, sino porque Él vino a cumplirla y habiéndola cumplido hasta el último grado posible Él nos libertó, nos libertó de la maldición de la ley; nos libertó de la demanda de la ley; nos libertó incluso de la corrupción de nuestra propia carne.Y eso es una liberación extraordinaria que debiera moverte a ti y a mí a celebrar y agradecer la obra de Cristo todos los días por el resto de nuestra vida.

Ahora, tenemos que avanzar. No quedan unos pocos minutos y apenas hemos cubierto un versículo de Romanos 8. Este el versículo 2 entonces: «Porque la ley del Espíritu de vida —Pablo le llama al Espíritu Santo y a Su morada en nosotros: “la ley del Espíritu de vida”— en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte». Pablo le llama al poder que el pecado ejerce sobre nosotros «la ley del pecado». De manera que tú encuentras en ese versículo que acabo de leer dos leyes: la ley del Espíritu de vida en Cristo y la ley del pecado. Ahora,  ¿cómo se supone que yo debiera entender esas dos leyes? Bueno, en ocasiones el apóstol Pablo se refiere a la ley del pecado como un principio. Como el principio o la fuerza o el poder que gobierna mi conducta. De esa misma manera, y él dice algo de eso en Romanos 7:23, de esa misma manera entonces cuando él habla de la ley del Espíritu de vida, está haciendo referencia como a ese principio o a ese poder que capacita al creyente a vivir una vida de victoria sobre el pecado. Y esa… ese, ese Espíritu de vida no es otro que el Espíritu Santo o «el Espíritu que da vida». 

Es la morada del Espíritu la característica fundamental que caracteriza al creyente. No hay ninguna experiencia cristiana o religiosa que caracterice al creyente que no sea la morada del Espíritu, de manera sine qua non o de manera única. En otras palabras, lo que estoy tratando de decir es que tú puedes orar, pero tú no tienes que ser creyente para orar, no tienes que ser nacido de nuevo para orar. Tú puedes ayunar; tú puedes leer la Palabra; tú puedes adorar; tú puedes meditar; tú puedes hacer una profesión de fe; ninguna de esas cosas en sí mismas nos dicen o les dicen a otro que yo soy cristiano. Ahora, la morada del Espíritu en mí sí, de manera única dice que yo soy un hijo de Dios. Y por tanto en mi opera entonces la ley del Espíritu de vida, opera un nuevo poder, una nueva habilidad que antes yo no tenía y que me ha liberado justamente de la ley del pecado. 

Y esa es la razón por la que el Hijo cuando viene y se encarna, dice: «a quién el Hijo hace libre es verdaderamente libre». Pero esa libertad, es concebida precisamente o es lograda por medio de la morada del Espíritu que al llegar a mi regenera mi alma, regenera mi espíritu y de ahora en adelante entonces yo soy una nueva criatura, todas las cosas viejas han pasado todas han sido hechas nuevas. 

Anteriormente a esa morada yo era solo capaz de pecar o pecar. Después que el Espíritu vino a morar en mí yo puedo pescar o no pecar porque yo tengo ahora un nuevo poder, un nuevo ímpetu, una… una, algo que me mueve, me inclina en una dirección que antes no tenía. De manera que ya yo no soy un esclavo; ya yo no soy hijo de la ira; ya yo no soy un prisionero condenado; yo no soy alguien que está que va camino al infierno. En vez de eso, yo soy todo lo opuesto ahora. Yo soy una persona libre; yo soy un hijo de Dios; yo soy coheredero con Cristo, yo voy a heredar todo lo que Cristo tiene, que es un propio Reino, y además de eso yo formo parte de un linaje escogido, de una nación santa, de un real sacerdocio, de un grupo de personas que han sido escogidas para posesión de Dios con el privilegio extraordinario de poder proclamar Sus virtudes, las virtudes, las excelencias de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. ¡Eso es extraordinario! Y eso debiera motivarnos todos los días, precisamente conociendo lo que soy, a vivir como por lo que soy. En otras palabras Dios no me ha dicho que yo llegaré a ser un real sacerdocio, que yo llegaré a ser parte de una nación santa. No, no ya yo soy eso y como soy eso yo debo comportarme a la altura de eso que ya yo soy.

Ahora los pocos minutos que nos quedan, 3 o 4 minutos, tenemos que cubrir el versículo 3, el último versículo. Romanos 3 dice lo siguiente, 8:3 mejor dicho: «Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne». Ya se nos dijo, ya lo leímos, ya hablamos de que la ley era, era santa, era justa, era buena, en Romanos 7:12 y ciertamente fue así. La ley fue perfecta pero… pero yo no la podía obedecer perfectamente. La ley era justa pero no podía justificarme. La ley era santa pero no podía santificarme. Guau, qué problema. La ley podía decirme que yo soy un pecador, pero no me podía salvar. De manera que había una inhabilidad entre la ley y yo, entre yo y la ley, pero Pablo explica que la inhabilidad, y en este versículo se… se explica claramente, no estaba en la ley, sino en mí. La ley era débil por causa de la carne. Y el problema de la carne es que no se somete a Dios y ni siquiera puede, nos dice Pablo en Romanos 8:7. 

De manera que el problema está en que yo no puedo obedecer la ley completamente. Dios sabía eso y sabiendo eso Él tenía dos opciones: o enviaba a todo el mundo al infierno, y hubiese sido justo de Su parte, o enviaba a Su Hijo para que Él cumpliera la ley en mi lugar y los méritos de Cristo pudieran ser cargados a mi cuenta. Y ahora nosotros tenemos razones para darle gracias a ese Señor que, o a nuestro Señor yo debiera decirlo, que Él siendo igual a Dios no consideró Su igualdad con Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo y se hizo siervo y tomó forma de hombre, se hizo semejante a los hombres. Y entonces en esa condición llenó los requisitos de la ley y cuando lleno los requisitos de la ley, eso lo calificó para entonces ir a la cruz y ofrecerse como sacrificio, a morir en mi lugar, derramar sangre para el perdón de mis pecados, resucitar al tercer día y habiendo entonces resucitado ahora entendiendo todo eso nosotros que estamos en Cristo Jesús podemos decir junto con el apóstol Pablo cuando escribió a los Corintios al final del capítulo 15 de su primera carta: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?. El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias que no aa la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo». ¡Guau!, esas palabras se parecen, en otras… desde otro ángulo, pero se parecen mucho a esto que Pablo dice en Romanos 8:1: «Ahora no hay condenación para aquellos que están en Cristo Jesús». Y ¿cómo lo dice Pablo a los Corintios? Bueno, no hay condenación porque la muerte no tiene poder. «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? —y— ¿Dónde está, oh sepulcro, tu aguijón?». No, no… Cristo te venció. Cristo venció el pecado en la cruz, venció la muerte cuando resucitó. Por tanto, Pablo exclama como, en inglés dirían «from the top of his lungs», con todo pulmón: «Pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo».

Eso es precisamente el sentir del capítulo 8 de Romanos que comenzamos a exponer en el día de hoy. Que Dios use estas palabras, estas verdades, para ayudarte a vivir una vida más agradecida, pero al mismo tiempo una vida de mayor santidad, porque amas más a Dios, puedes apreciar mejor lo que Él ha hecho por ti y tú puedes adorarle de una mejor manera.