Augustus Nicodemus Lopes: Para los que son llamados

En última instancia, los cristianos están seguros de su salvación, no por su propio esfuerzo, sino por la obra de Dios. A través de Su plan eterno de salvación, Dios el Padre lleva a la gloria a todos aquellos por los que Dios el Hijo murió. En este mensaje, el Dr. Augustus Nicodemus Lopes examina Romanos 8:26-30, mostrando cómo el plan definitivo de Dios y la intercesión del Espíritu Santo proporcionan una gran seguridad a los creyentes.

Transcripción

Hola, queridos hermanos y amigos, quiero saludar a todos con la paz del Señor Jesús y expresar mi alegría en participar de este congreso, esta conferencia en línea de Ministerios Ligonier, asociado al querido y recordado R. C. Sproul. Mi misión, en esta charla, es hablar acerca de Romanos, capítulo 8, del versículo 26 hasta el versículo 30. Te pido que tengas tu Biblia cerca de ti, donde iremos leyendo y exponiendo el texto a medida que avanzamos. El título de mi mensaje es: «A los que llamó». El objetivo del apóstol Pablo en el capítulo 8 de la carta, es asegurar a los creyentes de Roma que en Cristo Jesús ya no había más ninguna condenación para ellos; es lo que él dice ahí en el primer versículo del capítulo 8. En seguida, pasa a mostrar cómo el Espíritu Santo de Dios nos transmite la justificación obtenida por Cristo en la cruz y la seguridad de ella, eso a través de varias acciones que el Espíritu Santo hace en nosotros que Pablo describe desde el versículo 2 en adelante. 

Y en el pasaje que tenemos delante de nosotros, veremos una más de estas acciones que el Espíritu Santo ejerce en los cristianos con el objetivo de asegurarlos de su redención, que es la obra de intercesión por ellos delante de Dios, por aquellos a quienes Dios llamó. ¡Qué gran privilegio el nuestro, de tener al Espíritu de Dios intercediendo por nosotros! En primer lugar, veamos en qué consiste esa obra de intercesión, que está narrado en el capítulo 8 versículo 26, cuando el apóstol Pablo dice, que el Espíritu de Dios nos ayuda en nuestra debilidad, porque no sabemos orar como debiéramos, y Él hace eso intercediendo por nosotros. Esa intercesión del Espíritu, por lo tanto, es la ayuda que Él nos trae en medio de nuestra debilidad. La palabra «debilidad» aquí se refiere al estado en que nosotros vivimos después de la caída y que Pablo ya describió aquí en el capítulo 8, del versículo 23 al 25, como la vida en el mundo que gime bajo el cautiverio, bajo la esclavitud del pecado, del dominio de la corrupción y nosotros mismos viviendo aquí limitados y marcados por el pecado y por los vestigios de corrupción que hay en nuestro corazón. El Espíritu Santo nos ayuda intercediendo por nosotros delante de Dios. Esa intercesión es necesaria porque el apóstol Pablo dice aquí en el versículo 26, que no sabemos orar como debiéramos. Eso significa que no sabemos qué argumentos usar con Dios cuando oramos o qué sentimiento deberíamos tener cuando nos acercamos a Dios y a veces, nos encontramos con fe, nos encontramos dudosos, cuestionando si, de hecho, Dios tiene interés en nosotros o si Él va a atender aquello que nosotros pedimos.

Con frecuencia también no sabemos sobre qué orar. ¿No es verdad? O qué decir delante de Dios. Cuando Pablo habla aquí que no sabemos orar como debiéramos, él no quiere decir que la voluntad general y revelada de Dios no está dispuesta para nosotros o disponible para nosotros, de hecho, por ejemplo en el Padre Nuestro, el Señor Jesús nos enseñó a orar por una serie de cosas que son reveladas por Dios y que expresan Su voluntad. Yo oro para que su nombre sea santificado; yo oro para que su reino venga; yo oro para que su voluntad sea hecha; yo oro por el perdón de mis pecados; yo oro por el pan de cada día; yo oro para no caer en tentación. Entonces sabemos algunas cosas por las cuales debemos orar como, por ejemplo, aquello que nos es enseñado en el Padre Nuestro. Pero con frecuencia no sabemos cuál es la voluntad secreta de Dios en su providencia para nosotros y para las personas que están a nuestro alrededor, porque nosotros no tenemos conocimiento de todos los hechos. Incluso cuando amigos nos piden que oremos, no sabemos todos los hechos que rodean aquel pedido de oración, no tenemos conciencia segura de la situación en que ellos se encuentran. O aun cuando estamos pasando por crisis y por problemas, no sabemos lo que sería mejor para nosotros, eso es lo que Pablo quiere decir. No sabemos orar como debiéramos. No sabemos lo que es mejor en determinadas situaciones, ya sea lo que es mejor para nosotros, ya sea lo que es mejor para los amigos, por ejemplo, una enfermedad terminal. ¿Qué es mejor? Orar para que Dios se lo lleve, para que ya esté en la presencia de Dios y quede libre del sufrimiento u, ¿orar para que Dios alargue su vida aquí en este mundo? O entonces el misionero que está siendo perseguido en el campo. ¿De qué manera debemos orar por él? ¿Para que Dios quite la persecución? ¿Para que Dios lo haga perseverar en medio de la persecución? ¿Para que Dios abra una puerta para que él huya del campo misionero y vuelva a casa? 

La expresión de Pablo: «no sabemos orar como debiéramos», expresa muy bien nuestras limitaciones, nuestro poco conocimiento de la realidad y el hecho de que somos criaturas limitadas, vulnerables, subjetivas y necesitando con certeza de la orientación de Dios. Calvino comentando ese pasaje, dice lo siguiente: «Somos como ciegos cuando oramos a Dios, ya que, al sentir nuestros problemas, quedamos confundidos, sin saber distinguir lo bueno y lo provechoso». Por ejemplo, el apóstol Pablo, en un principio oró para que Dios quitara su aguijón en la carne, cuando sintió el dolor que el mensajero de Satanás traía. Tres veces él pidió a Dios que quitara el aguijón. Parecía para Pablo que era la mejor cosa, pero después él entendió que la mejor respuesta sería tener gracia para soportar aquel aguijón, porque eso, al final, lo mantenía humilde. Él también nos dice allá en Filipenses, en el primer capítulo del 21 al 24, que no sabía lo que era mejor, que él estaba dividido. Él tenía el deseo de partir y estar con Cristo, pero también sentía que debía quedarse y estar con sus hermanos y en una situación como esa, es difícil orar, ¿no es verdad? Es algo tan complejo que hasta los filósofos paganos como, por ejemplo, Pitágoras, dijo lo siguiente, dando un motivo para no orar: «No ores por ti mismo, ya que no sabes qué pedir». Hasta los paganos entienden esa dificultad. 

Entonces, ya que, no sabemos orar como debiéramos, ¿cómo el Espíritu Santo nos ayuda? La respuesta es: Él no nos da un conocimiento sobrenatural de las cosas. No es ese tipo de ayuda, el Espíritu Santo compartiendo con nosotros aquel conocimiento que pertenece solamente al Padre, pero Él nos ayuda presentando nuestras reales necesidades al Padre. Él sabe hacer eso como se debe. Pablo dice que no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu sabe cómo pedir por nosotros como se debe. Él sabe la forma, Él sabe el contenido. Y aquí estamos delante de un misterio naturalmente. Otro de los misterios que rodean la bendita persona del Dios triuno. Una persona de la Trinidad intercediendo ante otra, dando la idea de diferencia de jerarquía y poder. Existe solamente un Dios que subsiste en tres personas distintas, pero esas tres personas se organizan y se relacionan en el eterno plano de redención del hombre, cumpliendo diferentes roles. El Padre planeó; el Padre fue el arquitecto de la historia de la redención. El Hijo se encarnó; el Hijo murió, resucitó e intercede por nosotros. El Espíritu Santo vino, aplica e intercede dentro de nosotros.

¿Cómo Él hace eso? ¿Cómo Él intercede por nosotros? Pablo nos dice en el versículo 26 que Él «intercede por nosotros con gemidos indecibles». Eso significa que Él actúa en nuestros corazones, despertando nuestro deseo, ansias de santidad y de hacer la voluntad de Dios. Y el Espíritu Santo nos estimula y fortalece de tal manera que llegamos al punto de expresarnos delante de Dios con gemidos. «Gemidos indecibles» aquí son las expresiones de nuestro corazón delante de Dios en oración, fruto de la más profunda angustia, incertidumbre y sufrimiento. No es el don de lenguas como algunas personas piensan, sino  ese momento de intensa perplejidad de quien quiere hacer la voluntad de Dios y no sabe exactamente cómo hacerlo. Eso refleja la intensidad del anhelo del Espíritu Santo por la redención final del hombre y por la consumación de todas las cosas. Y es eso lo que el Nuevo Testamento llama de «orar en el Espíritu». Allá en Efesios capítulo 6 versículo 18, el apóstol Pablo instruye a los Efesios a «orar en todo tiempo en el Espíritu» y Judas en el versículo 20 de su carta, también instruyó a sus lectores, diciendo que ellos debían orar en el Espíritu Santo. 

Eso es lo que el Espíritu Santo hace y esa es la manera por la cual Él nos convence y nos da seguridad de que somos realmente de Dios, porque Él fue enviado por el Padre para habitar en nosotros y hacer que nuestras oraciones y súplicas lleguen hasta la presencia de Dios de la manera correcta, de la forma correcta, por los asuntos correctos. Y por supuesto, todo eso con base en la mediación del Señor Jesús, que es el Mediador entre nosotros y Dios. El Espíritu, Pablo dice aquí en el versículo 27, fue enviado por el Padre, es por la voluntad del Padre que Él lo hace, es por la voluntad del Padre que Él viene a interceder por nosotros. 

Vamos a entender el cuadro en el que el apóstol Pablo nos está colocando aquí. Son cinco puntos que yo quisiera destacar, aquí en el versículo 27. Primero, buscamos al Padre en oración, afligidos, con el corazón gimiendo, angustiados porque no sabemos orar de la manera que debiéramos. El Espíritu Santo que habita en nosotros; Él sabe lo que es mejor para nosotros.

Él sabe lo que el Padre desea para nosotros. Entonces, en tercer lugar, Él intercede por eso de manera intensa o en las palabras de Pablo, «con gemidos indecibles» y nos estimula a orar, a elevar nuestro corazón al Padre y nuestros gemidos son gemidos del Espíritu Santo.

En cuarto lugar, el Padre sondea los corazones de los creyentes cuando estos oran, penetra en sus motivaciones, observa la sinceridad y la fe. Y en quinto lugar, Él sabe la mente del Espíritu Santo, o sea, lo que el Espíritu Santo tiene en mente, aquello que el Espíritu Santo está pidiendo por nosotros y a través de nosotros. 

Aquí hay una sinergia, hay una combinación de la acción del Espíritu Santo y nuestro propio Espíritu al punto de que los gemidos del Espíritu son los nuestros; los anhelos del Espíritu son los nuestros, aquello que nos viene a la mente para pedir a Dios es la mente del Espíritu Santo. Aunque Pablo no lo dice aquí, pero Dios atiende las oraciones de sus hijos por medio de la intercesión de su Espíritu. A veces no lo parece, ¿verdad? A veces no lo parece, parece que Dios no nos escuchó, parece que Dios no nos oyó, que Él negó o que no quiso atender, pero es porque no sabemos realmente lo que el Espíritu Santo pidió. Por eso tenemos que confiar plenamente en la soberanía, en el amor y en la justicia de nuestro Dios y que mientras oremos, aun cuando no sabemos orar como debiéramos, aun cuando no tenemos las palabras correctas, ni sepamos los asuntos correctos, pero el Espíritu de Dios actúa en nosotros de tal forma, hablando a nuestro corazón, que nuestras oraciones se hacen agradables a Dios, aceptables delante de Dios. Todo ello, por supuesto, en la mediación de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Permítanme pasar ahora a la segunda parte de mi mensaje. 

En la primera parte vimos la intercesión del Espíritu Santo por nosotros en la oración como parte de Su obra en consolarnos y confirmar nuestra redención y nuestra justificación por la fe. La segunda parte, nos dice que esa intercesión del Espíritu por nosotros hace parte del plan de Dios de salvar para sí un pueblo santo, un pueblo que lo ama para toda la eternidad. Eso es lo que Pablo trata aquí en el capítulo 8, del versículo 20 al  30, cuando dice: «Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien» y que Dios de antemano los conoció, Dios los predestinó, Dios los llamó, Dios los justificó y Dios los glorificó. De eso Pablo está tratando aquí, y por supuesto tres puntos son importantes aquí de ser analizados. El primero obviamente es qué «bien» es ese a que Pablo se refiere aquí cuando dice, «sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien». Ese «bien», aquí no siempre es un final feliz, una vida llena de cosas buenas. No son las comodidades aquí de este mundo, aunque, por supuesto, Dios puede hacer eso ocasionalmente. El «bien» aquí no puede ser eso porque con frecuencia muchos siervos de Dios, personas fieles, sufrieron en este mundo, perdieron su vida de manera cruel y violenta. Otros pasaron por enfermedades, persecuciones, privación financiera y no es porque no amaban a Dios. Por lo tanto, el «bien» aquí no puede ser confundido con bienes materiales. Es el resultado final del proceso completo de la salvación. 

En las palabras del apóstol Pablo, aquí, más adelante, en el versículo 29, es que seamos hechos conforme a la imagen de Cristo o simplemente ser como Cristo, como dice aquí, para que seamos a la imagen, o a la semejanza de su Hijo. ¿Y cómo es el Hijo de Dios ahora? ¿Cómo es Jesús ahora? Él tiene un cuerpo resurrecto; Él es glorioso, inmortal, Él es perfecto, lleno de gozo y satisfacción completa y entera. El plan de Dios es que seamos así, que seamos como Cristo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos, que es lo que Pablo declara ahí en el capítulo 8 en el versículo 29. Por lo tanto, es un proceso radical de transformación, de pecadores enemigos de Dios a hermanos de Cristo y semejantes a Él. Y ese proceso lo comenzó desde la eternidad. Dios conoció y predestinó, así Pablo empieza aquí esa cadena de acciones de Dios que él pone en el pasado, porque ya ocurrió, aun cuando él habla de la gloria futura también en el pasado, porque es tan cierto como si ya hubiera ocurrido. Dios conoció y predestinó en la eternidad; aquí en este mundo Él llamó y justificó; y en el final de los tiempos, Dios habrá de glorificar. Ese es el bien supremo que Dios nos ha planeado y que es superior a todos los tesoros de este mundo, ¿no es verdad? Es lo que Pablo ya había dicho antes, en otras palabras. Él había hablado de la gloria que ha de ser revelada en nosotros, ve allí en el capítulo 8 versículo 18; él habló de la libertad de la gloria de los hijos de Dios, ve en el capítulo 8 versículo 21; y Pablo se refirió a la redención de nuestro cuerpo, capítulo 8 versículo 23. 

Segundo punto. Primero, estoy intentando definir qué es el «bien» mencionado aquí: «Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien». Ya vimos que «bien» aquí es el resultado final del plan de redención, lo que se llama: Justificación, redención y glorificación. Ahora mi segundo punto es la manera en que Dios actúa para que ese «bien» sea alcanzado. La manera es esta: Él hace con que todas las cosas cooperen para ese objetivo, para ese «bien», para el bien de los que le aman. En otras palabras, Dios actúa a través de las cosas para promover ese «bien» en la vida de los que le aman. 

¿Qué son todas esas cosas que obran juntas y cooperan juntamente para ello? En el contexto aquí de Romanos 8, podemos identificar al menos tres cosas. Además, en realidad, en el contexto de Romanos. La justificación mediante la obra de Cristo, capítulo 3 al 5. Los sufrimientos de esta vida, capítulo 5 del 3 al 5; y la intercesión del Espíritu Santo que recién vimos, desde el versículo 26 hasta el  27 de ese capítulo 8. Es de esa manera, actuando a través de estas cosas, de la justificación, de los sufrimientos y de la santificación, y de la intercesión del Espíritu Santo, es de esa manera que Dios hace que todo obre en conjunto para promover nuestra semejanza con su Hijo, que es el bien mayor. 

Tercero, Dios actúa de esa manera solamente en favor de aquellos que lo aman, como Pablo dice allí en el versículo 28, «los que aman a Dios». Amar a Dios es creer en Dios, desearlo, buscarlo, disfrutar de su presencia, considerarlo como el mayor y más precioso tesoro aquí en este mundo. ¿Quiénes son aquellos que verdaderamente aman a Dios? Pablo dice a partir del versículo 29. Son aquellos que Dios de antemano conoció. «Conocer de antemano» aquí no significa presciencia de Dios en cuanto a la elección de personas para salvación, como si Dios hubiera mirado en el futuro, visto quien habría de creer en Cristo Jesús y predestinado esa persona para salvación.

«Conocer» aquí tiene un sentido mucho más profundo. «Conocer» aquí es usado en el sentido del Antiguo Testamento como, por ejemplo, Génesis 18:19, cuando el «escoger» allí tiene el mismo sentido de «conocer». O Amós capítulo 3 versículo 2, un pasaje semejante, cuando el profeta dice, hablando de parte de Dios: «Solo a vosotros he escogido de todas las familias de la tierra». Y «escoger» allí significa «conocer». En el Nuevo Testamento, la palabra «conocer» significa el envolvimiento íntimo: Mateo 1, versículo 25: José conoció a María, a su esposa, en el sentido del acto sexual. En Romanos 11:2, conocer es lo opuesto a rechazar, puedes verificar allí en Hechos 2:23, el previo conocimiento de Dios es la misma cosa de su designio y también en primera de Pedro, capítulo 1, versículo 2, el previo conocimiento de Dios es Su voluntad amorosa. Entonces, podríamos traducir la expresión «los que de antemano conoció» como «los que fueron de antemano escogidos por Dios, amados por Dios, conocidos íntimamente por Dios». Esos son aquellos que Dios predestinó, o sea, que Dios dio un destino anticipado y el destino es este: Que sean conformados a Jesucristo, que es el bien mayor, para que Jesús sea el primogénito de entre muchos hermanos. 

Por lo tanto, aquí tenemos la base para decir que la doctrina de la predestinación y de la elección, no es una licencia para vivir en pecado, una vez que Dios nos predestinó para que seamos conformados a la imagen de Su Hijo Jesús. A esos, Pablo dice, Dios llamó, capítulo 8, versículo 30, y el llamado aquí es el llamado eficaz, cuando Dios de manera irresistible, Él nos persuade por la predicación del evangelio, por el poder del Espíritu Santo en el tiempo y en el local determinado. A estos que Dios escogió, predestinó y llamó, Dios también justificó, dice el apóstol Pablo, y solamente a ellos, les imputó la justicia de Cristo, les consideró justos, les perdonó todos sus pecados y a estos también Dios glorificó. Aquí Pablo se refiere a la etapa final de la salvación, que ocurrirá aun en la venida gloriosa del Señor Jesús y en la resurrección de los muertos, como Pablo ya había dicho allí en el capítulo 8, versículo 21 hasta el versículo 25. Pablo habla en el pasado que Dios ya glorificó. Porque siendo ya algo cierto, seguro, Pablo puede hablar como si fuera un acto ya consumado, porque el querer de Dios es inmutable. Los predestinados, llamados, justificados, jamás caerán de la gracia, ni perderán su salvación. 

Entonces, estos son los que aman a Dios mencionados en el capítulo 8, versículo 28. Y es a favor de estos y solo de estos que Dios hace que todo coopere para el bien de ellos. Es decir, para que alcancen la glorificación, en cuanto a los demás, los que fueron rechazados, todas las cosas cooperan para la condenación eterna de ellos. Los sufrimientos provocan rebelión, revuelta, incredulidad; las cosas buenas provocan autonomía, olvidar a Dios, idolatría de esas cosas buenas, arrogancia, ceguera. El propio evangelio termina siendo el olor de muerte para muerte. Dios hace con que todo coopere para el bien de sus elegidos. Al mismo tiempo, todo coopera para la condenación de los réprobos, de los impíos y de los incrédulos. 

¡Qué misericordia de Dios en elegirnos y predestinarnos para que seamos parte de su pueblo! Quiero concluir aquí con algunas aplicaciones prácticas. Primero, Pablo dice en el versículo 28, que sabemos de estas cosas, sabemos que todas las cosas cooperan para bien de aquellos que aman a Dios. Eso significa que aquel que ama a Dios, tiene conciencia que la salvación es de Dios y que Dios habrá de terminar lo que empezó. Y no hay una fuente mayor de confort y consuelo que esto: Saber que hay un Dios que hace que todas las cosas obren en conjunto para mi bien, en medio de un mundo que gime, en medio a nuestros propios gemidos, en medio al dolor, en medio al sufrimiento, a la incertidumbre financiera, la incertidumbre en cuanto al futuro. El Espíritu de Dios gime en nosotros, gime con nosotros.

Pero a los que no saben esas cosas, aquí te van unas palabras. A ti que tal vez estés escuchando esta conferencia y que aún no tienes esa convicción de que haces parte de los que fueron llamados; «a los que llamó», estos que Dios eligió porque amó antes de la fundación del mundo, justificó en Cristo y ya glorificó. Debes saber entonces lo siguiente: Mira a Cristo, es en Él que está nuestra seguridad. Es en Él que está nuestra certeza. Confía plenamente en el Señor Jesús y en la obra que Él realizó en aquella cruz. Y confía en la intercesión del Espíritu de Dios por ti. No estás solo. ¡Qué gran redención, qué gran evangelio! Alabado sea Dios por la obra de su Espíritu, Alabado sea Dios porque Él nos amó, Él nos llamó y nos predestinó, alabado sea su nombre porque de Él somos. Dios bendiga la vida de ustedes. Sigan viendo esta conferencia bendecida para la gloria de Dios. Un gran abrazo.